Las filósofas de las redes sociales son personas que pescan frases sin contexto, que comparten sin ningún filtro y con las que ponen en evidencia sus vacíos y las limitaciones de sus propias ideas –si llegasen a tenerlas–. A lo sumo copian lo que creen las identifica sin convicción reflexiva alguna.
A diferencia de las credenciales que se regalaban hace un par de décadas, se buscaban, se compraban y se firmaban, hoy los cartelitos virtuales se recogen del basurero digital para fortalecer un parecer proyectado, que no alcanza para realmente ser.
De hecho, estas frases de supuesta superación y sospechoso crecimiento personal, se viralizan al punto que puede verlas uno compartidas por las personas y personalidades más disímiles, solo porque están rotando con furor en un tiempo específico y determinado.
Personas y personalidades se develan, así su inconsciente quiera ocultar. Las impías se crucifican con cartelitos alusivos a la fe y las infieles suben frases e imágenes de una práctica que les es esquiva por pulsión.
Las necesitadas postean abundancia y las afligidas en el trabajo claman por las vacaciones, esa etapa donde se olvidan de la esclavitud encadenándose luego a limitaciones cuando menos y a una extensa deuda, cuando más.
Las personas que atraviesan duelos se muestran con lacrimógenos afectos que no expresaron, lo que habla más de su vergonzante arrepentimiento que del amor que dicen profesar.
Las promiscuas se flagelan con frases de lealtad y amor propio, cuando no se aman ni ellas mismas, como las ninfómanas o los sátiros. Y las sinvergüenzas pretenden dan cátedra de pundonor.
Se han traspasado los límites de la cordura y la sensatez. La idiotización de la que habló Umberto Eco está desbordándose. El escapismo de las propias realidades y limitaciones a través de tanta fruslería virtual está socavando la conciencia.
La dimensión vital pareciera limitarse a buscar con desespero ideas que no se pueden concebir y es menester copiar de algún lado para parecer. La humanidad volcada al plagio total, no a los referentes o a los detonantes del pensamiento.
La pobreza emocional solo se equipara con la pereza mental. Una especie de pandemia de las ideas que se apropian sin contexto en un mundo neoliberal, desenfrenado y loco, como la metástasis de un cáncer silencioso y letal.
Históricamente el ser humano ha buscado fórmulas sencillas para todo y la autosuperación es uno de sus más recientes embelecos. Los chamanes modernos portan la varita mágica, tienen la pócima de la felicidad que rotan sin escrúpulos en envases que viajan como señuelos en las redes para pescar incautos ávidos del éxito financiero, social y sentimental, como imposiciones.
Parlanchines de la fe que convierten el arte de vivir la vida en una industria superflua, sin valor ni fundamento científico.
Un fomento del individualismo que pulveriza la conciencia social e ideologiza el yo, para mí y conmigo, como una especie de marca personal rebuscada para justificar la incapacidad de interactuar de manera armónica con sus diversos entornos y contextos.
En Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (2009) la escritora estadounidense Barbara Ehrenreich, desmitifica la cultura del “yo valgo, yo me amo, yo proyecto, yo…” y hace una reflexión realista y profunda sobre ese pensamiento mágico que todo lo pretende resolver repitiendo frases motivadoras que ocultan crisis internas y dramas personales.
No. La felicidad no es el resultado de la aplicación de una fórmula, sino el resultado paciente de una construcción ideológica que requiere trabajo individual con visión colectiva, es decir, una visión propia de cara al otro, una conciencia de la responsabilidad que cada quien tiene consigo mismo sin posar siempre de víctima ante los demás. Eso, sí es positivo.
Una persona narcisista, incluso en medio del sufrimiento, está segura de no haber hecho nada para merecer su suerte. De ahí que una y otra vez busque reivindicar su aflicción con memes, cartelitos y frases que incluso van en su contra, porque no aplica lo que predica.
Les sucede lo que a los curas pederastas, a los médicos obesos o a los ecologistas que fuman. Sus escudos y máscaras al contrario de protegerlas, las exponen, las desnudan y no hay nada más trágico para una persona que no acepte sus errores, que ser desnudada sin quitarle la ropa.
Como la disciplina de perros en la política, en el coaching la autonomía se pierde porque la técnica no es un camino que se construye, sino una ruta que se impone. Y ninguna impostura puede llevar a un estado de consciente felicidad.
Bien lo expresa un meme publicado por algún provocador traidor de su propia filosofía con la imagen de He-Man, el héroe de ficción que antepone el intelecto a su descomunal potencia física: “Entre más frases de superación publiques, más demuestras que no has superado nada”.
Hay que atreverse a pensar y tener el valor de enfrentarse a la vida con el carácter de usar la propia razón y no las ideas copiadas que –si bien pueden servir de estímulo–, solo resultarán efectivas si se interiorizan con pensamiento crítico.
Una frase puede estar esperándonos encerrada en un libro para invitarnos a la reflexión y cambiarnos la vida; o circular en las redes con los mismos propósitos, pero se banaliza cuando se arroja al vertedero efímero de lo que sobrevive como algunos insectos, solo 24 horas.