De Rodrigo Álvarez Payán, muchos recuerdos. Le decían el filósofo de Vijes, porque en el atrio de la iglesia decía cosas sencillas, pero contundentes. Quizá producto del sinnúmero de libros que había leído. Se parecía a don Quijote de la Mancha, salvo que no tenía a Rocinante y menos, la ayuda de Sancho Panza. “Amanecerá y veremos”, era una de sus frases favoritas. La segunda: “Será que algún día veremos tanta dicha”, demoledora como un martillo gigantesco.
Sus dichos vienen a mi memoria tras los anuncios del gabinete del presidente Petro en las regiones. Despiertan ilusión, esperanza y expectativas. Ojalá se cumplan. Millares de colombianos esperan que sea así.
La más reciente correría, en Nariño. La comitiva gubernamental compartió proyectos e iniciativas con las fuerzas vivas del Departamento, en el emblemático Club del Comercio de Pasto.
Al calor de un cafecito se habló de obras que traerán desarrollo económico y social a la región. Entre los anuncios, la doble calzada desde Pasto hasta Santander de Quilichao, la vía Orito-Monopamba, la rehabilitación del corredor Tumaco – Pedregal y la revitalización de ese puerto, así como el pleno funcionamiento de la variante San Francisco-Mocoa.
¿Cuánto costarán estos macro proyectos? Un infierno de plata, como diría Rodrigo, acariciado por la brisa del atardecer en el marco de la plaza, cuando parecía tener más inspiración. Sea cual fuere el costo, Nariño se lo merece después de tantos años de abandono estatal, de bloqueos que golpean su economía y de ser la cenicienta de Colombia y no la puerta de entrada al progreso, como debiera ser.
Desconozco si en este caso tiene validez la frase del filósofo de Vijes: “Amanecerá y veremos”, pero lo cierto es que, como también decía él: “La esperanza es lo último que se pierde”. Entre tanto, el vivo deseo de que los vientos del desarrollo soplen en Nariño y el Cauca con intensidad.
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