¡Frijoles quemados!

¡Frijoles quemados!

Por: Óscar Saúl Argüelles Díaz
marzo 12, 2015
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¡Frijoles quemados!
Imagen Nota Ciudadana

Vigilante en su casa se encontraba un perro malhumorado, robusto y de pedigrí confuso pero muy querido por su amo, porque era de gran ferocidad a la hora de cuidar la propiedad.

Por la paredilla del patio trasero veía pasearse muy campante a un gato deliberado y provocador, quien había pasado cuatro veces sin ningún objetivo, pues en la vivienda había muy poca comida y la que había está bien resguardada.

El perro en la tercera vez que pasó el felino callejero, mostró todos sus colmillos afilados y babeantes, como haciéndole una advertencia le ladró dos veces. El gato cada vez que pasaba se volvía más intrépido, hasta el punto que se bajó de un salto de la paredilla y volvió a subirla en otro, la ira del canino fue enorme: empezó a ladrar como poseído y daba brincos como si quisiera igualar las habilidades del ágil felino.

Mientras, un escuálido sujeto, ensimismado y meditabundo, llamado Alfonso Arregoces Díaz, fumaba un cigarrillo enfocando la vista en la escena de suspenso, esperando a ver cuál iba a ser el desenlace con estos dos animales.

Todo parecía indicar que el enfrentamiento se daría pronto, en el cual parecía llevar la ventaja el basto can guardián de la casa. De repente un recuerdo lo atraviesa como un rayo y su mente lo transporta a los tiempos cuando estaba en el servicio militar y tenía que hacer guardia como centinela en el Batallón de la Sierra Nevada de Santa Marta, eran noches tensas en las que se relajaba escribiendo cartas de romance y pensando largas horas en el amor de su vida por ese entonces, Patricia Isabel Acosta, mujer provinciana que también pensaba en él, cuándo estaba de parranda, ella se imaginaba hacer vida junto al soldado, había proyectos para irse a vivir juntos.

Cada vez que salía de permiso se iba a ver con su Patricia y otras más, en su rostro se veía la alegría que le producía esta libertad momentánea, su corazón se aceleraba cada vez que se montaba en el bus que lo conducía a su pueblo, miraba el reloj constantemente, contaba el tiempo de recorrido, compraba dulces y artesanías para sus familiares.

En ese estado de introspección en que se encontraba sumergido en el pasado y ahogado en los recuerdos, no se dio cuenta que la riña entre el perro y el gato había comenzado:

“Guau, guau”… “Miau miauuus…” tanto fue el ruido entre ladridos y maullidos que todos los vecinos se despertaron y se asomaron a ver qué pasaba.

Alfonso reaccionó cuando la vecina Tulia Juliao De Sánchez, famosa por ser la más chismosa del barrio le gritó; “¡Fooonchooo… está saliendo humo de tu cocina!”, de inmediato recordó que había dejado algo cocinando y fue a mirar pero ¡Ya era muy tarde, todos los frijoles se habían quemado!, fue tanto su asombro que recordó haber visto una señal y se hizo a la idea de que había tenido un presagio de que algo semejante a esto ocurriría cuando leyó en el periódico por casualidad una frase de Gustave Flaubert que decía:

“El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente".

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