El difícil momento por el que pasa Gustavo Petro, a raíz de las circunstancias en que está comprometido su hijo mayor, ha hecho evidente la grandeza moral del presidente.
El haber puesto su responsabilidad como jefe de Estado por encima de su dolor de padre representa un mojón que demarca la frontera entre la corrupción y un mandatario impoluto, capaz de privilegiar el buen rumbo de la justicia, así exista el evidente riesgo de que esta se ensañe contra su hijo e, incluso, contra sí mismo.
Y es también una lección para todos aquellos que, amparados en argumentos tales como el de que la política es compleja, el de que hay que ser pragmáticos o el de que a veces hay que tragarse algunos sapos, terminan aceptando prácticas que en nada se diferencian del todo vale, tan características de la vieja política. Con tal tipo de justificaciones, hoy vemos hasta dónde se puede llegar.
La derecha está de plácemes. Está manejando este incidente como un ingrediente adicional a los muchos con los que está aderezando su golpe de Estado blando, y ante tal agresión el pueblo no puede permanecer impávido.
Gustavo Petro requiere del más amplio respaldo popular. Su disposición para sacar adelante las iniciativas que presentó en campaña, y por las que el pueblo votó, se suma al palmarés que viene construyendo desde los tiempos de su primera juventud, siempre inspirado en la idea de hacer de los más humildes, y la solución de sus problemas, la mayor preocupación del Estado. Un hombre así merece la más grande solidaridad.
Una de las consecuencias que puede traer el caso de Nicolás Petro Burgos en la presente coyuntura, caracterizada por el debate en que se proveerán los reemplazos a las actuales autoridades regionales, es la de debilitar el ánimo del electorado petrista, lo cual puede repercutir en la merma de su concurrencia a las urnas, con el consiguiente desperdicio del hecho histórico de ser la primera vez que puede hacerlo con uno de sus iguales en la presidencia de la República.
Tal circunstancia exige de quienes han hecho manifiesto su compromiso con la agenda de Petro que lo demuestren en la práctica. Lo contrario sería aprovechado por los que navegan sobre la ola del golpe blando para agregarle un nuevo ingrediente a su propósito.
En estudio deben poner la posibilidad de declinar sus aspiraciones electorales, siempre que estas signifiquen división del electorado, o abstenerse de respaldar a candidatos ajenos con el cuento de que son mejores. Lo que hoy más importa es mostrar la fortaleza electoral del Pacto Histórico en lugar de apetitos personalistas ajenos a la agenda presidencial.