Estas explosiones políticas que estamos presenciando son el resultado de un pésimo trámite de sentimientos y emociones por parte de los protagonistas de la novela.
Sin duda, el que estamos viviendo es uno de los escándalos más graves que tengan que ver con un presidente y su gobierno en Colombia. A la vez, ha sido el más fácil de cubrir en medios de comunicación. No requirió investigación alguna, ni búsqueda de fuentes, ni armazón de hipótesis que condujeran, gracias al trabajo inteligente y persistente de los comunicadores, a la revelación de los culpables, de los cerebros.
Acá no hay “gargantas profundas” ni periodistas sabuesos que hubieran descubierto algo.
Todo cayó del cielo para los medios o, bueno, especialmente para uno de los medios y, por supuesto, para quienes temían, hasta hace algunos meses, que Colombia iba rumbo a la venezolanización.
El cuento es de pura gestión de las emociones, una de las codiciadas competencias del siglo XXI, escasa en algunos miembros del clan presidencial.
¿Quién hubiera imaginado que el desbarranque de la legitimidad del gobierno iba a depender de los celos, malditos celos, en el seno de una pareja desconocida apenas hace un año, tomados de la mano los dos en la posesión del presidente?
¿Quién hubiera soñado con que el hijo repudiado acabaría moralmente con el capital reputacional de su padre, cabeza del gobierno?
¿Quién hubiera creído que el exembajador en Venezuela acumulaba tanto dolor por el desprecio al que se sentía sometido por su antigua asistente y el presidente al que ayudó, que lo condujo a abrir la caja de Pandora de los delitos electorales?
La respuesta a las preguntas son inquietantes.
Ni más ni menos lo siguiente:
Nicolasito y Day, si no hubiera entrado en escena ninguna tercera persona, podrían haber hecho lo mismo que realmente hicieron, es decir, quedarse con buena parte de la platica que giraron los señores Hombre Marloboro y Turco Hilsaca y quizás otros más, girar alguna caja menor para gastos operativos de la campaña y nadie su hubiera dado cuenta del atraco. Todos estarían tranquilos. Obviamente, en esta abstracción imposible, estamos sacando a la señora Ojeda del paseo, al niño que pronto nacerá y que se ha convertido en el único ser por el que Nicolás se inmolaría.
Dadas las declaraciones de la señora Day hace unos meses, a nadie le quedó duda del estilo traqueto o, más bien, traquetico de gasto desaforado de parte de dos personas que se criaron en medios modestos
Y claro, dadas las declaraciones de la señora Day hace algunos meses, a nadie le quedó duda del estilo traqueto o, más bien, traquetico (los montos conocidos no dan para más) de gasto desaforado de parte de dos personas que se criaron en medios modestos. Confesión de delitos en los que ella y su ex, el hijo del presidente, estaban comprometidos.
Y ahí llegó la otra bomba, la del “yo no lo crié”. Poderoso explosivo que tenía que reventar por algún lado. Mi padre no veló por mí, mi padre me usó, me dolió lo que dijo, yo dirigí la campaña en la Costa, plata no declarada sí entró a la campaña, la familia de mi madre me crió, etcétera. Bueno y valga la pena recordar que Nicolás aclaró que el asunto del dinero ilegal ocurrió a espaldas de su padre. Consuelo importante, aunque no le quita un pelo a la gravedad de la volada de topes al financiamiento de la campaña.
Acá lo que hay son dolores y emociones mal gestionados. Hablando de Benedetti, ¿cómo se les ocurre a doña Laura y al presidente no darle una dosis de mermeladita en el momento oportuno? Nada hubiera pasado, no hubiéramos conocido los audios aquellos que, también, llegaron del cielo y que abrieron espacio a las preguntas que todos nos hacemos.
Lo anterior solo significa que las prácticas corruptas, incluidos los delitos electorales, el enriquecimiento ilícito, están al día. Que muy poco se investiga y, menos, castiga. Que las empresas electorales son prácticamente invulnerables porque los miembros de las familias y los clanes políticos son, primero que todo, solidarios entre sí. Los celos, como nos consta en un famoso caso de la Costa, se controlan y se perdonan las infidelidades. De Barranquilla no llegarán videos ni audios hablando de quiénes financiaron la fuga de Aída, ni de quienes fueron sus cómplices en los delitos electorales.
En cuanto al traquetismo del consumo y a la ostentación: por dios, hace décadas vivimos en esas. Lo de Nicolás y Daysuris es apenas una pobre imitación que intentó materializarse cuando llegó la oportunidad del billetico del Hombre Marlboro y de otros, de sumergirse en lo que piensan que es el lujo. Ese enloquecimiento por las cuatro puertas, las joyas, uno que otro viaje, el apartamento, la ostentación del Mercedes en redes, no es patrimonio exclusivo de ellos.
Así pues, Papá Noel trajo los regalos de los audios de Benedetti, las revelaciones de Day y de Nicolás y que arrinconan, aún más, a un gobierno de baja ejecutoria que despertó, en millones, la esperanza de un cambio en la forma de conducir la política.