Me gustó la entrevista que concedió Gustavo Petro a la periodista María Jimena Duzán y que puede encontrarse en YouTube. El presidente hace hincapié en sus ideas de gobierno, sin dejar de lado la necesidad de dialogar con los sectores que disienten de sus tesis. Se trata de que estos acepten que quien ganó las elecciones fue él, representando más de once millones de compatriotas que anhelan un cambio en muchos materias y sentidos.
Mediante ese diálogo se busca hacerles entender que las reformas que se implementen, sobre la base de la justicia social, no les son perjudiciales. Antes bien, terminarán redundando en su beneficio. En un país donde la pobreza, la miseria, la desigualdad y la injusticia son pan de cada día, resulta apenas lógico que existan violencias de todo orden. Si se logra poner fin de conjunto a todas a esas taras, los ganadores finalmente seremos todos.
Incluidos los potentados, el verdadero poder que impera en el país. De por sí que las primeras palabras de Petro en la entrevista son para diferenciar el gobierno del poder, dejando muy claro que él llegó fue al gobierno, pero no al poder, que sigue en manos de los más poderosos grupos económicos del país, propietarios entre otras cosas de los grandes medios de comunicación. Su idea inicial era alcanzar un Acuerdo Nacional con ellos.
Ahora lo ve cada vez más distante, ya que esos poderes económicos entienden el diálogo y el acuerdo como la renuncia del gobierno a sus propósitos, para adoptar en cambio las políticas que les interesan a ellos, tal y como ha sucedido históricamente. No hubo un gobierno en el pasado que no hubiera asumido como propios los intereses de los mayores banqueros, terratenientes y empresarios.
Que cuentan con amplia representación en el Congreso, en donde sus parlamentarios, obedeciendo sus órdenes, se oponen a los proyectos de reforma que les parecen lesivos. Mientras que en otros países los capitales se forjan con base en el esfuerzo y el trabajo productivos, en el nuestro se han tornado en parásitos que viven y crecen de los recursos públicos. Así resulta muy difícil cambiar los sistemas de salud y pensiones.
Para no hablar de las condiciones laborales generales. Petro reflexiona sobre la viabilidad de sus proyectos de reforma en esos campos, anunciando que un Congreso que los impida quedará marcado en la conciencia popular como el gran culpable, con graves costos políticos al futuro. Una coalición parlamentaria mayoritaria en su contra solo deja un camino, que el pueblo la derrote en las calles.
La convicción de que es el pueblo consciente, organizado y movilizado el que terminará por imponer las transformaciones, hace parte del arsenal de los revolucionarios desde hace siglos. La imagen de multitudes vociferantes que en forma incontenible se toman las vías públicas y terminan en palacio asaltando el poder, para imponer un nuevo orden, constituye el sueño a materializar por quienes aspiran a un mundo nuevo.
La toma de la Bastilla en Francia o el asalto al palacio de invierno en Rusia no dejan de ser inspiradores. Los barbudos castristas entrando a La Habana a bordo de vehículos artillados, seguidos por una inmensa caravana que los ovaciona y sigue, escena repetida a su modo por el ejército sandinista en Nicaragua tras la huida de Somoza, o los millones de iraníes en las calles de Teherán en apoyo incondicional al Ayatola Jomeini, contienen la certeza de cambiarlo todo.
Petro conserva la fe en la movilización callejera, reservándole un papel posterior, tras agotar las vías de las conversaciones y acuerdos
Petro conserva esa fe en la movilización callejera, reservándole un papel posterior, tras agotar las vías de las conversaciones y acuerdos. A su juicio, en los actuales momentos de la vida nacional se produce un reflujo de ella. La gente desesperada, sobre todo la juventud que clamó hace dos años por cambios durante el estallido social, se decidió a ganar en las urnas, pacíficamente. Pero esas mismas masas reclamarán airadas luego las reformas negadas.
Esa idea se asocia al análisis sobre el fracaso del capitalismo y la ruina que amenaza tras las crisis financieras, el desastre ambiental y la descomposición social acelerada. Del oriente avanzan sin pausa poderes gigantes que pregonan un mundo multipolar, sin la actual hegemonía norteamericana. Según Rosa Luxemburgo, antes que la revolución tenga lugar, se percibe como imposible, pero una vez que acontece, es vista como si hubiera sido inevitable.
¿Estamos acaso ante una coyuntura revolucionaria? ¿Existen los suficientes factores objetivos, pero sobre todo los suficientes factores subjetivos para que ello ocurra? Tal vez, sin abandonar la creencia en esa posibilidad, se trata justamente del momento de avanzar hacia una democracia más amplia y a una justicia social mayor, que vayan edificando la anhelada paz por la que han perecido tantos en el largo camino hacia una nueva era.
Quizás no hayamos comprendido que la revolución no está al final, sino en cada metro del camino.