Democratización de los Oscar

Democratización de los Oscar

Por: Mónica Yanneth Lozano B.
marzo 10, 2015
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Democratización de los Oscar

Cuando los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo a finales del siglo XIX, aquel artilugio se convirtió inmediatamente en una gran atracción. Este invento mágico que confería movimiento a los fotogramas, comenzó siendo un espectáculo de circo, que descrestaba a unos y horrorizaba a otros. Rápidamente, muchos personajes importantes se sintieron atraídos por él. Desde científicos, empresarios, políticos, escritores, filósofos, en fin, personajes de toda índole acudieron a ver las primeras imágenes de la llegada de un tren, proyectada en una gran pantalla blanca.

Muchos de los asistentes al espectáculo intuyeron de inmediato lo que ese invento podría representar en un futuro próximo, en cuanto a utilidad económica, pero también en cuanto a su potencial capacidad como medio de comunicación de masas, como forma de transmitir mensajes que pudieran generar impacto en los espectadores y crear una idea permanente en ellos. Entre muchos de dichos asistentes, estaban escritores del momento tan importantes como Máximo Gorki, quién, después de observar una de esas primeras proyecciones salió bastante preocupado, porque adivinó en aquella máquina hechicera la capacidad de “crear” ideas en las mentes de las personas.

No se equivocó. Algunos decenios después, la industria del cine en Hollywood se convirtió en todo un emporio que acumulaba capital sin límites, al mismo tiempo que ayudaba a proyectar a nivel mundial el llamado “american way of life” y produjo en el imaginario internacional la idea de la superioridad cultural norteamericana, la imagen de Estados Unidos como sociedad a imitar y potencia mundial indiscutida. Los estudios realizados en los años cuarenta por Siegfried Kracauer, vendrían a demostrar los efectos emocionales y psicológicos que el cine produce entre los espectadores.

Durante los primeros años de existencia de Hollywood, la industria del séptimo arte (como se comenzó a llamar con posterioridad, gracias a los estudios de Ricciotto Canudo (1879-1923) sobre la materia, estaba totalmente basada en producciones gringas y los temas a tratar eran los grandes temas políticos y sociales de la sociedad norteamericana. Los primeros films trataban sobre las gestas patrióticas de esta heroica sociedad. Tales filmes, como “El Nacimiento de una Nación” de David W. Griffith, con un contenido eminentemente racista, daban cuenta de la forma cómo nace una gran nación: La nación de los Estados Federados de América del Norte.

Cuando, en 1928 se inició la entrega de los Premios de la Academia de Cine Norteamericana, los “especialistas y críticos” en la materia, comenzaron a premiar las mejores producciones, al igual que a los mejores directores y actuaciones magistrales. Obviamente, como solo existía para ellos lo que se producía en Hollywood, nada de lo que se diera por fuera de la “Meca del cine” tenía relevancia. Hasta muy entrados los años cincuenta, exactamente en 1956, se comenzó a tener en cuenta las producciones de “afuera” mediante la categoría “Película de habla no Inglesa”, sin embargo, estas producciones eran en su mayoría británicas o, a lo sumo francesas.

Posteriormente también figuraron películas italianas y, muy posteriormente rusas. Pero, en todo caso, no traspasaban las fronteras de Europa oriental y mucho menos llegaban a África o América Latina. Salvo algunas que provenían de Japón, oriente lejano solo se mencionaba en las películas gringas sobre fantasía. Lo mismo ocurría con Oriente Medio, donde se contaba, en las pelis del momento, la mirada que tenían los americanos (del norte), sobre las exuberantes y enigmáticas culturas que habitan esa región del mundo.

Los Oscar premiaban más que nada el cine comercial, basado en grandes producciones de forma, pero con contenido más deficiente que el llamado “cine arte”. El que se incluyeran categorías como “mejores efectos especiales”, privilegiaban evidentemente a las producciones de los grandes estudios, los cuales tenían mayores recursos económicos para tales realizaciones. Esto dejaba fuera de competencia a producciones del llamado “cine independiente”, que no poseían los mismos recursos para la espectacularidad y se centraban más en el contenido del film, lo que los hacía poco importantes para la Academia, aunque tuviesen una mayor calidad en cuanto producción artística. Los productores y directores del cine independiente buscaban figurar en otros festivales menos “comerciales”, como Cannes, Berlín o Venecia.

Posteriormente, en las décadas siguientes, el cine de Hollywood se fue llenando más y más de las influencias artísticas de otras latitudes y la industria cinematográfica, no tuvo otro remedio que absorberlas. Como ocurrió a partir de la década del setenta, cuando de tanto en tanto, películas como “El último tango en París” italiana de 1974, o como la brasilera “El beso de la mujer Araña” entraron a disputar abiertamente el premio como mejor película del año. De tal suerte que fueron figurando paulatinamente, no solo producciones extranjeras que lograban imponerse sobre las producciones gringas, varias veces, ganándose la preciada estatuilla, sino que además, directores y actores extranjeros fueron ganando cada vez más prestigio y terreno en el Hall de la fama hollywoodense.

Todo esto aunado al desarrollo de las tecnologías como Internet. Los grandes estudios se quejan de las pérdidas que este intercambio origina, y los usuarios por su parte contraatacan esgrimiendo el principio de democracia en la red. Esta democratización, por su parte, ha llevado a que muchos realizadores independientes hayan optado por el cine digital, grabando sus películas y editándolas por ordenador, para luego colgarlas en sitios de intercambio de información, como por ejemplo YouTube o Vimeo. También se ha simplificado el proceso de convocatoria a festivales de cine, con lo cual el cine independiente, realizado al margen de los grandes estudios, se ha visto fuertemente potenciado. Todo lo anterior ha llevado a una fuerte democratización del cine. Todas estas tendencias son incipientes, y aún es demasiado pronto para determinar cómo será el nuevo mercado del cine que emergerá en un futuro cercano.

Los sagrados Oscar, que durante décadas representaron la grandiosa y todopoderosa industria cinematográfica estadounidense y su visión de supercultura, se fueron “vulgarizando” cada vez más, hasta el colmo de premiar actrices y actores de “colores y culturas extrañas”, directores, productores y otros protagonistas del arte cinematográfico. El tapón del frasco, que ya tiene a muchos dignos representantes de la cultura estadounidense como Donnald Drump, agarrados de la cresta, fue el éxito del mexicano Gonzáles Iñárritu, con su Birdman, y que sucedió en el trono de mejor director al también mexicano Alfonso Cuaron. Estas producciones, aunque pertenecen a los grandes estudios de Hollywood, están dirigidas magistralmente por dos latinoamericanos, lo cual descompuso al “emprendedor” Drump, digno representante de la clase de ciudadanos que se preocupan por la invasión de inmigrantes a su país y la pérdida gradual de la “cultura estadounidense” por cuenta de los indeseables “intrusos”. Muy a pesar suyo y de sus trinos, el señor Drump tendrá que resignarse a ver cada día más latinos, asiáticos y africanos figurando en los anales de las grandes producciones del cine, porque, los Oscar se han “democratizado”.

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