Martín Sombra se pasó la vida en el monte y muchos años al lado del comandante de las Farc Manuel Marulanda, haciendo mandados y todo tipo de tareas. Los secuestrados lo recuerdan como un cruel carcelero que se encargaba de incluso hacerles la vida imposible con todo tipo de vejámenes.
Fue detenido y condenado a casi pasar décadas en la cárcel, razón por la que compareció ante la JEP a buscar rebaja de pena aportando verdad. Cada testimonio es más extraño que el anterior, siempre en contravía a la versión que han dado otros comandantes y guerrilleros rasos sobre distintos dolorosos episodios, como acaba de hacerlo nuevamente con la masacre de Mapiripán en el Meta.
El tribunal de Justicia y Paz había señalado de responsabilidad a una alianza entre paramilitares y Fuerzas armadas con el general Rito Alejo del Río a la cabeza, pero en la última versión Martín Sombra, lo exonera de culpas y autoincrimina a la guerrilla de la que formaba parte.
Este es el último de los señalamientos a las Farc y sus compañeros de filas de los muchos que a ellos en distintas entrevistas y declaraciones. Para antiguos camaradas, Sombra cayó en desgracia y poco a poco tanto Marulanda como el Mono Jojoy le fue retirando cualquier mando para encomendarle tareas como, por ejemplo, hacerse cargo de los depósitos y la distribución de intendencia.
Historias alrededor de Martín Sombra
Uno de los cronistas de las Farc, el escritor Gabriel Ángel, es uno de los ex guerrilleros que tiene la memoria fresca respecto de este extraño personaje. En su columna titulada Ay dios donde hemos llegado relata el Martín Sombra que conoció:
Entonces se lo consideraba un personaje peculiar. Se decía que muchos años atrás había sido comandante de algún frente en Arauca o el Casanare, responsabilidades de las que terminó marginado cuando el crecimiento y cualificación de la organización, exigieron condiciones políticas y militares mucho más elevadas. Sombra era un hombre tosco, sin mayor formación ideológica, un remanente de las guerrillas liberales de los años cincuenta.
Se contaban de él muchas historias, algunas francamente macabras, que por cierto a él le gustaba alimentar con sus relatos. Porque si algo lo caracterizaba era su compulsión a contar historias en las que él figuraba como personaje central, invenciones de episodios y hazañas que hacían reír con incredulidad a quienes lo escuchaban. Para dirigirse a los demás, usaba siempre la palabra compinche, razón por la cual muchos lo apodaban así, el compinche.
Una de sus frases favoritas era afirmar: yo fui bandolo, compinche, yo fui bandolo, en procura de ganar reputación como hombre duro, protagonista de singulares lances. Enseguida procedía a contar hechos fantasiosos de sus épocas de bandolero en el Tolima, muchos años antes de la creación de las Farc. La gente simplemente lo escuchaba y se reía, moviendo la cabeza en señal de lástima. Para todos era obvio que Sombra no era más que un charlatán.
El hecho de haber ingresado a las Farc al poco tiempo de su creación le confería un reconocimiento por su antigüedad, una condición que solo quien esté familiarizado con la milicia comprende. Las Farc eran un ejército, y por tanto su dirección no era ajena a ese hecho. A los guerrilleros más antiguos en filas se les confería cierta consideración, así carecieran de rango. Tantos años de aguante en la guerra eran un mérito por lo menos moral. Ese era el caso de Sombra.
Un viejo resabiado y mentiroso
Un viejo resabiado, que mentía con suma facilidad, embaucador y bebedor empedernido, con el que no se sabía bien qué hacer. Alguna vez le escuché al Mono contar en una reunión, que lo había reprendido con fuerza. Con tipos como él no había más recurso que aplicarle un artículo del Estatuto de las Farc, que establecía la separación de la organización. Es decir, marginarlo de ella. No era un enemigo, pero hacía más daño que cualquier enemigo.
Al enemigo se le podía aplicar el reglamento disciplinario, y si era necesario, fusilarlo tras un consejo de guerra, pero al que no era enemigo, pero le vivía causando problemas al movimiento por su conducta licenciosa, sin que se lograra corregirlo pese a la aplicación de una y otra sanción, no quedaba más remedio que sacarlo. Contaba el Mono que Sombra había abierto los ojos en señal de terror, cualquier cosa, menos que fueran a expulsarlo.
Quizás hubiera sido lo mejor para todos, desterrarlo de las Farc por descompuesto. Desafortunadamente nunca se adoptó tal determinación. Así que Sombra siguió dando lata aquí y allá, en las distintas tareas que le asignaban, pensando en que no podría hacer daños. Enfermo de las piernas, obeso e insoportable, hubo que enviarlo a tratamiento médico afuera, a la ciudad, en medio de las hostilidades que la guerra adquirió tras la muerte de Manuel Marulanda.
Apenas de esperar de él, al poco tiempo desapareció del lugar donde lo tenían hospedado. Se desertó y corrió a hacer de las suyas. Germán Castro Caicedo escribió un libro llamado Objetivo 4, en el que desde su visión, reconstruyó las circunstancias en las que Sombra fue capturado por las autoridades un par de años después, cuando se dedicaba a darse la gran vida, a su rústica manera. Apenas cabe imaginar cómo conseguía los recursos para ello.
Sombra fue presentado perversamente como uno de los mandos más importantes del Bloque Oriental, cosa completamente falsa. En provecho de eso, terminó acogiéndose a la ley de justicia y paz decretada para los paramilitares firmantes de Ralito. Buscando favorecerse, se dedicó a dar las declaraciones más inverosímiles contra las Farc de las que quiso vengarse porque no corrieron a ayudarlo tras su captura. Pese a ello, beneficiado por el Acuerdo de Paz, obtuvo la libertad. Para regresar de nuevo a sus andanzas, por lo que fue capturado acusado de secuestro junto con otros desertores que, como Kabir, alguna vez fueron elevados por él, a héroes. Hoy, semejante sinvergüenza, da rienda suelta a su egolatría ante la JEP. Ay, Dios, ¿a dónde hemos llegado?