No todos somos iguales ni tenemos las mismas oportunidades. Hay personas a las que les negamos el trabajo, y todos los chances, porque las juzgamos por su apariencia física: su color, su olor o su vestimenta. Les cerramos, como se dice coloquialmente, la puerta en la cara.
Debido a ello, o porque a duras penas sobreviven en territorios o barriadas marginadas, millones de colombianos aspiran a subsidios y a ayudas gubernamentales. No lo hacen porque sean zánganos, aunque los hay, sino porque no encuentran cómo ni de dónde generar los ingresos que les permitan vivir con dignidad: comer lo necesario, tener salud, vivienda, y poder capacitarse.
El socialismo es algo completamente distinto a lo que muchos creen y condenan. Aclaremos, primero, que no lo son las dictaduras, mal disfrazadas de socialismo, de Daniel Ortega y Nicolás Maduro.
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Es ignorancia, o mala fe, no saber –o no reconocer– que el socialismo del primer gobierno de Lula sirvió para que treinta millones de brasileros salieran de la pobreza. Y lo es, también, negar los logros y la relevancia internacional del expresidente socialista de Uruguay, José Mujica, y de la socialista chilena Michelle Bachelet, dos veces mandataría de su país. Bachelet, entre el 2018 y el 2022, fue la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y ahora ocupa el cargo honorífico de presidenta de la Alianza para la Salud de la Madre, el Recién Nacido y el Niño de la Organización Mundial de la Salud.
Si analizamos la evolución del socialismo europeo, comenzando por los países escandinavos y terminando en los mediterráneos, tales como Francia, descubrimos que este tipo de régimen ha realizado cambios positivos en sus entornos, sin negar que, por momentos, algunos de sus lideres (mortales ellos) se han equivocado en algunas decisiones. Sin embargo, muchas naciones dirigidas por socialistas han alcanzado más prosperidad y equidad que la mayoría de las que han sido gobernadas por capitalistas sin misericordia.
No está demás advertirles a los que lo ignoran, que buena parte de los principales líderes socialistas y revolucionarios de la historia, sus ideólogos y caudillos, han surgido en familias acomodadas, conformadas por personas semejantes a las que ahora se hacen llamar “gente de bien”. Han sido personajes que, con frecuencia, tuvieron su cuna en hogares considerados cultos.
De su seno surgieron líderes e intelectuales que, debido a su sensibilidad y al estudio profundo de su sociedad, contrastaron las carencias y necesidades de la mayoría de sus coterráneos con la holgura exagerada de unos pocos de ellos, y se comprometieron profundamente, a riesgo de sus vidas, en transformar la política de sus naciones, con principios y reformas que no privilegian el enriquecimiento a ultranza, a costa de las multitudes.
Karl Marx, hijo de un abogado alemán de origen judío y nieto de un rabino, no fue rico, pero estudió Derecho, Historia y Filosofía, y se convirtió en un aventajado pensador, que, sin cursar Economía, escribió El Capital, el libro de teoría económica más leído, citado e influyente durante los siglos XIX y XX.
Tomemos, como ejemplo, a François Mitterrand. Fue un socialista que gobernó Francia durante 14 años, de 1981 a 1995, el período más extenso en la historia presidencial de ese país. Nació en una familia católica y conservadora de clase media.
Se formó en Derecho y Ciencias Políticas en París y, tras un comienzo político “centrista”, fue virando hacia el socialismo de izquierda, por lo cual no fue estigmatizado por sus compatriotas, quienes le permitieron dirigirlos durante dos períodos. Lo eligieron y lo reeligieron para que realizara el que es considerado por muchos analistas el mejor gobierno que ha tenido la República Francesa en los últimos 42 años.
Mitterrand, siendo un presidente socialista, nombró primer ministro, en 1986, al alcalde de centro derecha de París, Jacques Chirac, quien llegó a la presidencia en 1995 y nombró como ministro de Economía, en 1997, al socialista Dominique Strauss-Kahn, quien en el 2011 era el director del Fondo Monetario Internacional y estaba casado con Anne Sinclair, una de las periodistas más admiradas y adineradas de Francia. ¿Un socialista millonario, esposo de una heredera multimillonaria, director del FMI? ¿Le puede caber esto en la cabeza a un colombiano de derecha?
Strauss-Khan tuvo que renunciar a su cargo, y a la precandidatura socialista a las elecciones presidenciales de 2012, cuando figuraba en las encuestas como el contendor más opcionado.
Un escándalo sexual, en el que se le acusó de violador, le costó, quizás, la presidencia. Dicho alboroto, que a la postre también destruyó su matrimonió, se debió a que Nafissatou Diallo, una camarera del hotel Sofitel de Nueva York, originaria de Guinea Conakri, lo denunció –sin que se haya comprobado hasta la fecha– por intentar violarla y obligarla a practicarle sexo oral.
A Strauss-Kahn, y a su esposa Anne Sinclair, dos de los franceses más influyentes de las últimas décadas, los traigo a cuento para que entiendan, quienes insisten en estigmatizar y condenar todo lo que se relacione con el socialismo, que en otras latitudes menos pacatas y más incluyentes (en lo social, lo económico y lo político), se puede ser rico, poderoso, socialista, y favorito para ocupar la presidencia de la República, mientras no se vaya por el mundo siendo acusado de violador.
Si su saña les da para leer esta columna hasta el final, espero que se pregunten por qué varios presidentes socialistas de diferentes continentes, a quienes se les ha permitido realizar sus propuestas sin que les vivan atravesando palos en la rueda, han gobernado con éxito.
Un gobierno socialista no es lo peor que le puede ocurrir a un país. Miren para atrás y no mamen.