Hablar de Cartagena es rememorar lo heroico de la ciudad en contraste con todas las problemáticas que acaecen en tiempos modernos. Es entender que nuestro territorio, siendo una fuente clave para la reconstrucción histórica por sus grandes vestigios, también se ha vuelto un campo de guerra, en donde el sonido de la muerte suele resonar todos los días. Una especie de maldición no ha acaecido en nuestra hermosa y doliente ciudad.
Hay muchos ciudadanos que, a sabiendas de estas peripecias, creen que todo se puede dirimir poco a poco, alimentando la esperanza de una mejor ciudad. Estas personas, estoicas en su pensar y reflexivas en su hablar, convergen entre la retórica y la realidad.
Suelen analizar las formas de reconstrucción del tejido social y de afianzamiento cultural, siendo estas la fuente para poder mitigar todo aquello negativo que nos acontecen. Hacerle saber a la ciudadanía lo necesario que es trabajar en la humanidad para que la sangre no se siga derramando y más conciudadano tengan que sufrir el flagelo de la violencia.
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Por otra parte, el reto del nuevo burgomaestre es demasiado grande. No solo retomar las acciones en materia de seguridad, lo cual es imperativo por la poca percepción que tiene los cartageneros de sentirse seguros, también es necesario crear más programas culturales en los sectores más pobres y alejados de toda institucionalidad. Simplemente, es quitar a los agentes de la violencia más jóvenes cuyo futuro puede ser prometedor.
Así mismo, siendo positivos y propositivos, es importante afianzar los temas en educación superior y crear más programas en valores para ir fortaleciendo aquello que la chabacanería ha ido acabando. Es un trabajo arduo que implica la gestión de la administración y la puesta en marcha de líderes comunales que se comprometan con el desarrollo local de su población.
¡Seguimos teniendo la esperanza que Cartagena va a mejorar!