La política del aire caliente y el papel inútil

La política del aire caliente y el papel inútil

El discurso entretiene, pero no alimenta y el papel lo aguanta todo; los hechos demuestran que mientras más hablan los políticos son pocas las cosas que mejoran

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
julio 06, 2023
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La política del aire caliente y el papel inútil

El socialismo inicia con retórica populista, con un inútil viento de esperanza
para luego posarse definitivamente sobre una cartilla de racionamiento
Jorge González Moore

Las leyes inútiles debilitan las necesarias
Montesquieu

El discurso entretiene, pero no alimenta, y, por supuesto, el papel lo aguanta todo; los hechos demuestran que mientras más hablan los políticos y mientras más leyes se promueven son pocas las acciones que realmente logran mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Hugo Chávez y Fidel Castro en Latinoamérica y el Caribe demostraron que las peroratas vacías, interminables, manipuladoras y polarizadoras van de la mano de la miseria, la decadencia y el subdesarrollo.

Pero recordemos que, en Colombia, aunque no es monopolio de este señor, y me refiero al incompetente de ojos saltones que mal gobierna al país, Gustavo Petro, todos los que han asentado sus posaderas en el solio presidencial nos llenan de palabras y, salvo raras excepciones, muy pocos han demostrado con hechos palpables alguna mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.

Y aunque todos los políticos discursean y emiten cantidades brutales de aire caliente improductivo frente a un público embrutecido por el verbo fácil y la mentira fresca, es necesario destacar que el actual inquilino del Palacio de Nariño se distingue por ser un experto en la retórica inútil, así como un destacado mitómano y un desagradable cultor de la división y el odio.

Este individuo, nuestro empleado, pues esa es la base de una verdadera democracia, ya que cualquiera, desde el presidente hasta el más bajo representante en un cargo público son asalariados de los ciudadanos, desde que llegó al poder ha demostrado su incompetencia y soberbia. Su discurso ha estado dirigido solo a los un poco más de once millones de incautos que lo llevaron al poder olvidando a una masa superior a diez millones de votantes (sin incluir voto en blanco y abstenciones) demostrando con esto que poco le importa la unidad nacional y su responsabilidad más allá de la que tiene de seguir manipulando sus aborregados seguidores.

Su perorata, pues, se ha limitado a promover la división fomentando el odio de clases, a establecer la ideología progresista mezclada con la rancia arenga socialista del siglo XX y XXI y muchas incoherencias que, al final, lo que están es generando caos económico, división social, y por supuesto, encaminando a Colombia a una situación de anomia que puede desencadenar un conflicto político y social bastante delicado.

También el Señor Petro, como muchos otros antes que él, cree que redactando leyes o modificando las existentes (que no funcionan, o porque son absurdas, o porque no se tiene la autoridad para aplicarlas) se logrará el tan ansiado milagro económico, social, cultural y político que convertirá a la nación en esa utopía progresista donde, cual portada de magazine religioso, todos conviviremos en paz, recibiendo mana del cielo revolucionario y entonando felices los compases de alguna pegajosa cantata socialista.

En Latinoamérica estamos acostumbrados a regirnos por constituciones garantistas rollizas en cuanto a derechos y enclenques ante los deberes; de leyes que van tan al detalle en sus apreciaciones que terminan confundiendo al erudito y enredando al novato. Normas que, además, no se aplican porque frente a un delito o al no cumplimiento de uno de sus enunciados no existe la autoridad que la imponga o permiten que existan subterfugios que permitan la total impunidad del abusivo.

Llega, entonces don Petro y sus adláteres, montados en un discurso populista y falaz muy conveniente cuando era candidato a ocupar un cargo para el cual no estaba, ni está,  ni de cerca capacitado para ejercer y, dada su incompetencia continua en su periodo presidencial con la oratoria trivial de campaña y con la idea absurda de modificar las normas que regulan elementos claves de la economía y lo social (que mal que bien funcionan) pues para él lo ideal es volver a modelos anteriores que no marcharon muy bien como el extinto sistema de salud controlado por el Seguro Social o establecer normativas legales en lo laboral y pensional para, en cuanto al aspecto del trabajo generar temor e inseguridad para el empresario y en el otro poner en las avarientas y porosas manos del estado el ahorro pensional de millones que han depositado su confianza en los fondos privados de pensiones.

En sus últimas alocuciones, y al verse perdido por la caída de su popularidad se decanta, el empleado público que reside y disfruta los privilegios reales en la Casa de Nariño, por repetir la fórmula populista de su discurso de campaña fomentando, por supuesto usando el mentecato lenguaje inclusivo, el odio de clases, repitiendo las mentiras habituales respecto a lo laboral y al sistema de salud, prometiendo su edén progresista a la comunidad de marihuanos y tontos útiles que lo siguen y destacándose (loándose a sí mismo) en su perorata como el líder benefactor que salvará al planeta con sus propuestas ambientales, logrando que Greta Thunberg y millones de ecologistas de salón, se deslicen al embeleso de fantasías eróticas medioambientales.

Y el país al garete, con las guerrillas afianzándose, los militares y policías perdiendo el honor y la autoridad, la economía hundiéndose en un camino que puede llevarnos a la estanflación, la educación pública fomentando la mediocridad y el analfabetismo funcional. El país está retrocediendo, como lo hizo Venezuela o como ya pasa en Cuba. Colombia en camino de seguir como siempre siendo una republiquita de caricatura, un edén progresista bananero, un estado fallido, la perenne Patria Boba mientras pequeños territorios como Taiwán o Singapur son faros florecientes de una economía de libre mercado; tal vez sin tantos discursos y sin tantas leyes absurdas.

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