Dejar las armas requiere más valor que tomarlas
Opinión

Dejar las armas requiere más valor que tomarlas

Demanda mucha dignidad asumir el derrumbe del mundo de ilusiones que se había construido según la lógica y medida propias

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junio 30, 2023
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El 27 de junio se recordó que seis años atrás se produjo la dejación oficial de armas por parte de las FARC-EP, tal y como se había previsto en el Acuerdo Final de Paz de La Habana. Un par de meses después tuvo lugar la creación del partido político legal, en el que tomaba cuerpo la continuación de la lucha de la extinta organización guerrillera. El pequeño ejército irregular con el que soñó Manuel Marulanda Vélez llegaba de ese modo a su fin, tras 53 años de cruento conflicto armado.

Para los excombatientes, que llevaban años y años en las montañas colombianas, viviendo y muriendo por el objetivo de la toma del poder, aquella decisión implicaba una transformación radical de su existencia. Era como hallarse desnudos de un momento a otro en medio de la calle. Intuían que eran protagonistas de un hecho trascendental en la historia, pero a la vez los agobiaba la incertidumbre total acerca de su seguridad y futuro.

Pese a los bombardeos aéreos y las permanentes incursiones terrestres de las tropas en busca de su aniquilación, en medio del tronar frecuente de los combates, en los campamentos guerrilleros se respiraba un ambiente de protección. Cuando había que enfrentarse al enemigo se hacía, y luego se movían las unidades a otro lugar, en el que eran cavadas de nuevo trincheras y se adoptaban plenas las medidas de seguridad en previsión de cualquier novedad.

Los muertos y heridos eran un mal inevitable. Frases muy guerrilleras lo confirmaban: En la guerra, el que no sirve para matar, sirve para que lo maten. Le tocaba. La colgaron. Las explicaciones corrían de boca en boca, y si no eran suficientes, la charla del mando se encargaba de redondearlas en el aula. Además, estaban los políticos, capaces de despejar cualquier duda, encargados de inyectar optimismo en las condiciones más adversas.

La dialéctica de la vida constituía un recurso diario. Nunca una situación será permanente, hay que aprender que, si hoy estamos en la mala, mañana podemos estar en la buena, y viceversa. Todo pasa. Si hoy los chulos nos llevan arrinconados, mañana seremos nosotros los que los acosaremos sin pausa. Si hoy pasamos hambre, mañana nos sobrará la comida. La revolución no tiene fecha, quizás no la veamos, pero otros que vienen detrás sí la verán. Así se vivía.

En todos los frentes estaban los cuchos, mujeres y hombres, los de más edad, referentes vivos de épocas muy duras de tiempo atrás, la prueba de que se lograba sobrevivir y compartir las experiencias vividas. El movimiento en su conjunto lo proporcionaba y solucionaba todo. Los problemas de salud, las ayudas económicas para la familia, que se sabía tenían que ser muy moderadas y bastante espaciadas en el tiempo. Y se contaba con oráculos.

Los comunicados del Secretariado Nacional, las cartas de Manuel Marulanda, Alfonso Cano o Timoleón Jiménez. Palabras sagradas, la línea, los que lo sabían todo y transmitían con alguna regularidad parte de su enorme comprensión histórica. Gracias a ellos se conocía que las cosas andaban siempre bien, que la razón estaba inevitablemente de nuestro lado. El mundo operaba bajo nuestra única lógica, la verdadera, la que creíamos todos o la mayoría aplaudían.


El universo ordenado según nuestra medida, ese lugar seguro en el que nos sentíamos felices, se derrumbaba ante nuestros ojos con la dejación de armas


El universo ordenado según nuestra medida, ese lugar seguro en el que nos sentíamos felices, se derrumbaba ante nuestros ojos con la dejación de armas. Nadie tenía la menor idea de cómo podía terminar, solo tenía claro que ya no sería como Fidel o el Che. A manera de reto flotaba en el aire una frase cuyo contenido nos resultaba enigmático, nuestra única arma será la palabra. Como si en este país la palabra hubiera sido alguna vez un arma poderosa.

Si habría que aprender, muy a nuestro pesar, que el inmenso entorno a nuestra burbuja respondía a criterios y condicionamientos en gran medida ajenos a nuestra perspectiva, también habría que aprender que la disciplina militar, capaz de mantener unida bajo una sola bandera y con un único impulso la causa, también desaparecería, permitiendo que afloraran sobre el acuerdo colectivo las ambiciones, los resentimientos, las frustraciones y hasta en algunos casos los peores instintos.

Rápidamente tomarían fuerza las corrientes individualistas, las deserciones, las disidencias, las voces de escándalo, la calumnia, el ingenio perverso, las sabelotodo que comprendían mejor que el conjunto, los disociadores, las miserias de la condición humana. Lo que sigue a un proyecto que termina y a lo cual debemos ignorar por mezquino. Inevitablemente sucederá tras todo acuerdo de paz. No solo habrá contradictores del lado contrario, los habrá peores del mismo.

Dejar las armas, la más correcta decisión que pudimos haber tomado en el contexto, requiere mucho más valor que tomarlas. Nos hace más humanos asumir que no tenemos la última palabra, y adquiere extraordinario mérito luchar con la razón en medio de la locura.

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