A comienzos del siglo XVII cuando los indios trabajaban forzadamente en las encomiendas para la corona española, en la América Latina del virreinato de la Nueva Granada, por los lados del Caribe de la depresión momposina en todas sus poblaciones ribereñas del Río Grande de la Magdalena, se podía ver y sentir tierra, monte, indio, sol y viento...
En el puerto se escuchaban pitidos agudos, golpes a cajas huecas de cueros y el sacudir de semillas dentro de calabazos secos, eran los sonidos de las cañas de millo, tambores, llamador y maracas. Música desconocida para los oídos de unos guardias españoles, quienes vigilaban el embarque de un cargamento de oro y plata.
La brisa movía de manera cadenciosa las coloridas polleras de unas “mujeres”, las cuales danzaban en diagonales subiendo y bajando, girando unas sombrillas en forma circular, abriéndolas y cerrándolas, deleitaban sin sospecha alguna a José María Vicente Daniels y Gonzales, quien se dejaba seducir ante los toscos movimientos que tenía al frente danzándole.
Los sombreros de flores, sus aretes largos y extravagantes ocultaban los trece colorados rostros de las “damiselas”, seis en lado y lado y una en el medio que era la líder, los guardias habían caído en la ilusión, estaban idiotizados, paralizados, la idea fue de unos grandes estrategas de guerra, ingenio de los indígenas Farotos, fue el momento de la venganza después de haber sufrido mucha barbarie, era natural que respondieran así.
En pleno orgasmo estético, excitados por el espectáculo, se convirtieron las sombrillas en lanzas, el primero que lo hizo fue “Mama” que en compases llamados perillero y minué se fue acercando sigilosamente hasta cortar el cuello a uno de los guardias y con el arma ensangrentada dio la orden de atacar, las trece “damiselas” se habían transformado en hombres guerreros, sacaron sus lanzas y mataron a los guardias, quienes no esperaban el ataque, habían sido burlados, nada más quedó José María Vicente Daniels y Gonzales, a quien dejaron ir para que contara la historia.
“Las Farotas” enseguida las llamaron los pobladores de esa región. Se montaron en una piragua y navegaron río abajo, buscando la desembocadura que los llevara al mar.
La travesía de ese viaje demoró tres siglos, para finalmente llegar a otra batalla, quizás la más importante para su preservación, se fueron a la Batalla de Flores de la ciudad de Barranquilla, en donde continúan seduciendo a hombres y mujeres, pero su causa ahora no es la venganza sino la cultura y el folclor.