Es un país dentro de otro país, es la tierra de la que no hablamos... Una patria colorida, algo misteriosa y casi cruel. Y esa Colombia nos está hablando, aunque no la escuchemos o no entendamos su mensaje; aunque algunos hayan prostituido el enunciado "Colombia Profunda"' solo para mezquinos intereses...
Esa Colombia está dibujada en el realismo mágico de Gabo, en la Colombia Amarga de Germán Castro Caicedo, y ahora por supuesto, en Lesly Mucutuy, un nombre que estoy seguro, los colombianos no vamos a olvidar nunca, por mucho que la tecnología nos esté anestesiando la memoria.
Lesly Mucutuy, a sus escasos 13 años, es la cara de la mujer colombiana, nacida por designio divino en un país agreste, tosco. Un país que se hizo a punta de caucheras, bananeras, yagé, café, marihuana y coca.
Un país que odia a los esclavistas de hace 500 años, pero que parece amar a los colonos miserables que hace décadas, armados hasta los dientes, se tomaron a sangre y fuego la selva colombiana para implantar el miedo, y desde allí desestabilizar la institucionalidad, y mediante la retórica del odio reinventarse un país que sea solo para ellos.
Al abordar la fatídica avioneta, Lesly estaba huyendo de los colonos que se tomaron su hogar, la selva. Junto a su madre y sus hermanos, y quizá con el miedo natural de quien no ha vivido la gran ciudad, abordó con su madre y sus hermanitos un viaje que, se suponía, los llevaría por fin a una vida en paz.
Atrás quedaría el Amazonas con sus ríos mágicos, su fariña, sus dantas en fin... Aquí lo importante era ponerse a salvo de la violencia de la guerrilla, del maltrato intrafamiliar del que era víctima Magdalena su mamá, y quién sabe qué otras infamias, porque a medida que se conoce más el caso, se va relevando el doloroso ambiente que la rodeaba en su mundo de infancia; la Colombia profunda.
No puedo si quiera imaginar cómo vivió Lesly el accidente, o cómo fueron los primeros cuatro días viendo cómo a su mamá se le escapaba de a poco la vida en dolorosa agonía. Nadie está preparado a los 13 años para afrontar tantas tragedias, y aún así tener que seguir adelante porque en sus manos está su vida y la de sus tres hermanos, aún vivos por algún designio de Dios, ha de ser que la Colombia profunda nos está diciendo algo que no hemos entendido.
Es impensable lo que es para una niña despedirse del cuerpo inerte de su mamá, y comenzar un camino incierto en mitad de la selva, asumiendo el papel de madre, luchando contra el frío, la humedad y todos los peligros de la selva, quizá con sus piececitos cortados o chuzados, con hambre, con sed, comiendo cualquier pepa, y todo para resguardar su vida y la de sus hermanitos Soleiny, de 9 años; Tien Noriel, de 4 años, y Cristin, la bebé de tan solo un año de edad.
¿Cómo lo logró durante más de un mes? Eso solo lo saben Dios, y la propia Lesly; ella que lo afrontó con heroísmo, con esa grandeza que solo se encuentra en las mujeres condenadas a nacer y hacerse así mismas en la Colombia Profunda.
Esa misma Colombia que nos regaló a Lesly Mucutuy, cuya historia nos habla de un realismo mágico que, ni en la mejor serie de Netflix se podrá retratar, al menos no con exactitud, con veracidad, y sobre todo con respeto por esos cuatro niños que significan el dolor, la tragedia, la lucha y la esperanza de un país donde todo es posible, incluso que algún día nos reconciliemos
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