En el día 38 de búsqueda el coronel de la operación Esperanza, Pedro Arnulfo Sánchez, había cambiado en el dispositivo de su dispositivo electrónico las expectativas de encontrar a los cuatro hermanitos Mucutuy de medianamente probables a poco probables. Él sabía que habían estado muy cerca de ellos, las huellas lo constataban, pero los sensores de calor no eran lo suficientemente contundentes para afirmar que los niños estaban cerca y con vida. Sólo la fe inquebrantable del guerrero lo hizo descender de las alturas donde monitoreaba todo desde un helicóptero para fundirse con los cerca de 200 hombres que comandaba en la humedad vasta de la selva de Guaviare, acechada, como bien cuenta José Alejandro Castaño en la mejor crónica que se ha escrito sobre el rescate, La selva madre, cuatro niños y cuarenta días después, publicada por Casa Macondo, por animales salvajes, bichos que dejan ronchas devastadoras y los reductos de las disidencias de Iván Mordisco que, para colmo de males, rompieron su endeble cese al fuego con el gobierno justo en los días en la que la avioneta que llevaba a los hermanitos se estrelló contra un cedro amargo matando al piloto y decapitando a su acompañante y salvando a los cuatro niños que alcanzaron a escuchar durante unos días las instrucciones de su madre mientras agonizaba por las heridas causadas por el accidente.
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Castaño afirma en su crónica que las golpizas que les daba su padrastro hicieron que Lesly, la niña mayor, decidiera esconderse de los hombres que la buscaban. Los traumas se reflejaban en la vida infame que les daba su padrastro, pegándoles planazos con su machete cada vez que se le daba la gana. A las dificultades que tenían por la selva estaba el hecho de que Lesly no quisiera que los volvieran a encontrar por temor a una nueva muenda. El padrastro es Manuel Miller Ranoque y ha sido el que ha salido a reclamar por la privacidad de los niños.
Cuando las fuerzas y la esperanza terminaban la Guardia Indígena tuvo una idea, pedirle al yagé que le abriera las puertas de la sabiduría y descubrir dónde estaban los niños. La idea fue del Mayor Rubio de La Guardia Indígena. La primera vez no funcionó, la segunda sí y por eso, cuando todos empezaban a perder la fe, lo lograron. Así lo cuenta en esta entrevista para RTVC.