El 24 de enero del 2021 en la madrugada Egan Bernal se levantó consciente de que era el único hombre en la tierra en quitarle el Tour de Francia al extraterrestre Tadej Pogacar. El Ineos le había dado libertad para llevar su entrenamiento en su tierra, Zipaquirá. La altura era un doping natural, el aumento de glóbulos rojos que permitían una mejor respiración, la condición que habían hecho de nuestros escarabajos los mejores escaladores del mundo. Según su equipo, el INEOS, uno de los más poderosos del mundo, los registros de Egan eran los mejores de su carrera. Todo apuntaba a que repetiría la gesta del 2019 cuando a los 22 años se convirtió en el ganador del Tour más joven en un siglo. Pero, en pleno descenso, enfocado en su potenciómetro, no vio un bus estacionado imprudentemente y se estrelló.
El parte no podía ser más desgarrador. A medida que el país se iba enterando de la gravedad del choque se hacía más improbable que Egan volviera a competir. Incluso se temió por su vida o que alguna vez recuperara su capacidad para moverse por sí mismo. Lo remitieron a la Clínica Universidad de La Sabana y allí lo sometieron a cinco cirugías de alto riesgo. El parte médico señaló que Egan sufrió un trauma de cráneo leve, una fractura de columna cervical no desplazada, perforación del pulmón con presencia de aire y sangrado en la cavidad torácica, fractura de la vértebra torácica t5 y t6, y fractura tanto del fémur como de la rótula derecha.
Una persona normal estuviera convaleciente, quejándose de heridas tan devastadoras. Sin embargo, a la semana, el propio Egan decidió montar en Instagram esta imagen con su cuerpo destruido:
Egan se levantó y seis meses después ya hacía trabajos de fisioterapia. Preguntó por la mejor de todas las fisioterapias y lo encontró. Era un muchacho de Nemocón de 29 años cuyo nombre era desconocido en el universo del ciclismo pero que, en Zipaquirá, la tierra del campeón, era súper conocido. Se llamaba Andrés Hernández. Tenía un negocio que se llama Fisioterapia Festival. A Egan se lo recomendó un amigo de toda la vida, un pelado que conoció desde que era un niño en su barrio Simón Bolívar. Egan, sin pensarlo, se puso en las manos de Hernández.
Lo primero que hizo el cundinamarqués fue hacerle una valoración, de acuerdo con el parte médico inicial, y empezar un tratamiento para atenuarle el dolor. El método funcionó. Un día de tratamiento con Hernández y ya el campeón podía hacer 30 minutos de bicicleta estática. Egan está tan convencido en ese momento del trabajo de su paisano que lo recomendó a los súper médicos europeos del equipo INEOS.
Trabajó siete meses hasta que Egan, contradiciendo la lógica médica, regresó a la competición ocho meses después del accidente. Fue en la vuelta a Dinamarca. Esto lo hizo un trabajo intenso de recuperación de 15 días. Egan se va a Europa sin dolor, pero en competencia regresa otra vez los corrientazos internos que le recorren la columna. Egan habla con el INEOS y pide que Hernández viaje con él hasta Europa, que lo acompañe en el camión de última tecnología del equipo inglés.
Y Hernández ha estado ahí incluso en un momento crítico como su caída en la Vuelta a San Luis de Argentina donde al parecer volvían sus más terribles sensaciones.
Dentro del INEOS tuvieron miedo de que todo lo que se hubiera hecho en un año se deshiciera en este nuevo accidente. Es como si una nube negra persiguiera al de Zipaquirá. Otra vez se devolvió a su tierra, demoró el viaje dos meses a Europa. Y ahí con Hernández se preparó de nuevo. Su reaparición no ha podido ser más estelar, dos top 10 en dos carreras tan importantes como el Tour de Romandía y el de Hungría. Pero su mejor versión se ha visto en el Criterium Dauphiné, la carrera que supo ganar Lucho Herrera, Martín Ramírez y el propio Egan. En la etapa del jueves se animó a tanto que incluso atacó y llegó con el grupo del líder. Para recuperarse a consciencia, en su tráiler, está Andrés Hernández y sus manos milagrosas. La confianza ha vuelto. El Tour está a la vuelta de la esquina y él se frota las manos.
También le puede interesar: El complot europeo que le acabó la carrera a Nairo Quintana