Hombres que surgen de otros hombres, hombres que nacen en medio del dolor, de la pena y que son capaces de saltar de la soledad a la fábula. Se sienten parte del todo. Esta es la sustancia de la que está hecho Miguel Hernández, nacido el 30 de octubre de 1910, en Orihuela, en tierras levantiscas, en aquella España de principios de siglo, de “Frascuelo y de María”, detenida en el anacronismo y con el sueño de un mañana distinto. El arco comprendido entre 1910 y 1942 da cuenta de la existencia que se engarza con la historia de la monarquía, la república, la guerra civil española, la derrota y el franquismo. No conoció el exilio Miguel Hernández porque la muerte lo atrapó enseguida.
Yo no quiero agregar pechuga al polvo:
Me niego a su destino: ser echado a un rincón
prefiero que me coman los lobos y los perros
que mis huesos actúen como estacas
para atacar cerdos o picar espartos.
He aquí la rebeldía ante un destino que se impone, ante la fatalidad en el cual se está inmerso, en un río que lleva su corriente de odio, miseria y rencor:
Guárdate de que el polvo coloque dulcemente
su secular paloma en tu cabeza,
de que incube sus huevos en tus labios,
de que habite tranquilo en su vestido
de aceptar su herencia de notarios y de templos.
Y ante la vida en miseria, ante un horizonte sin caminos, sin metas, sin luceros ni mañanas: sueña. En una atmósfera de silencio y muerte, en un mundo de toros y cuervos. En un horizonte desierto surge el amor, aquella fuerza que le da nacimiento a la razón y a la fábula:
Bocas de ira
Ojos de acecho
Perros aullando
Perros y perros
Todo baldío
Todo reseco.
Cuerpos y campos,
Cuerpos y cuerpos
¡Qué mal camino
qué ceniciento!
¡Corazón tuyo
fértil y tierno!
Así, atravesando la muerte, en medio de un cielo de dolor, en la agonía donde los hombres aman, se odian y se matan, la muerte se erige como único valor y entraña el ser español, por aquellas tierras donde anduvo Nuestro Señor el Quijote. Y esa conciencia de la existencia hace exclamar a Miguel Hernández:
Tú sabes Federico García Lorca
Que soy de los que gozan una muerte diaria.
Pablo Neruda conoce a Miguel Hernández en tiempos de cónsul chileno en Madrid “cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras”. El poeta chileno publica en la revista Caballo verde poesías de Hernández. Cuando llega la República, Miguel es un hombre de veinte años, en medio de las ráfagas de entusiasmos que recorren a España. Miguel va a Madrid, seguro de que podía abrirse campo con su poesía. Pero vuelve a Orihuela. 1932. Más retorna a Madrid, se instala en una pensión y consigue un trabajo que lo obliga a investigar sobre toros. Escribe carne para el cuello y el cuello para el yugo. Hombres, millones de hombres marcados desde su engendramiento a ser herramienta, a ser instrumento, a ser estiércol puro y vivo. Hombres que desde niños no tienen ni ojos ni lágrimas. Y, a fuerza de golpes crecen marcados en la frente en el sometimiento, en la muerte. Pero de esa miseria surge aquel espíritu de un mañana distinto, que saben que su destino no es la sepultura y así:
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de arena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
que salga del corazón
de los hombres jornaleros
que antes de nacer son
y han sido niños yunteros.
En enero de 1934 es detenido por la Guardia civil, y golpeado con las culatas de los fusiles, conducido a la cárcel de San Fernando. Detención que desata la protesta de Pablo Neruda, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda... La declaración de protesta de los intelectuales denuncia el abuso de poder y el maltrato de los guardias con los ciudadanos pobres. Al inicio de la guerra civil española (1936) como voluntario se incorpora a las milicias comunistas, al célebre: Quinto Regimiento, en la defensa de Madrid, los primeros meses de la guerra. Miguel está en Andalucía, Extremadura, Teruel, como soldado, como poeta, recitando sus versos en el frente. Los hombres no tienen salvador. Solo la fuerza del brazo de quien vive en medio de las burbujas del dolor, la miseria, la soledad, la pena. Sólo que la negación puede encarnar el viento de la fábula. Y, es ahí donde está la raigambre de Miguel Hernández, su motivo para vivir es ser parte de la hojarasca desprendida del reino de la vida:
Para la libertad sangro, lucho, pervivo
Para la libertad mis ojos y mis manos,
Como un árbol carnal, generoso y cautivo
Doy a los cirujanos
Para la libertad me desprendo a balazos
De los que han revolcado su estatua por el lodo
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos
De mi casa, de todo
La libertad no es la madriguera interior, la libertad no es el cielito para esconderse “en sí sólito”, no es la torre de marfil, la libertad no es el reino de la interioridad, rodeado y atado por cadenas. La libertad es la totalidad. La libertad no desprecia la carne talada, la libertad no puede ver el reino de huesos y de sangre en podredumbre. Por eso viene la lucha no de un hombre sino de un pueblo:
Ayer amaneció el pueblo
Desnudo y sin que ponerse,
Hambrientos y sin que comer,
Y el día de hoy amanece
Justamente aborrascado
Y sangriento justamente.
En sus manos los fusiles
Leones quieren volverse:
Para acabar con las fieras
Que lo han sido tantas veces.
Por la libertad se lucha y se desangra. Campos de lucha donde se extienden los heridos, de los cuerpos luchadores, la sangre llueve. El brazo, con su fuerza, toda fantasía y todo corazón lucha se desangra, en perfiles de agonía, en la fatiga. El tiempo de la vida negada, vejada y estéril se detiene. Y en medio de esta lucha la voz de Miguel Hernández:
Vientos de pueblo me llevan,
Vientos de pueblo me arrastran
Me esparcen el corazón
Y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente
Impotentemente mansa
Delante de los castigos.
Los leones la levantan
Y al mismo tiempo castigan
Con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes...
Y en medio de la guerra civil española; el 9 de marzo de 1937 sobre la roja España, en plena lucha, sangre y granizo, enrojecidos los mares, inundaciones de sangre preciosa de España, ante las montañas de sangre, ante los caballeros de la muerte con la Legión Cóndor incluida y con regimientos italianos, tiene el mundo para Miguel Hernández otro color y otra esperanza:
He poblado tu vientre de amor y sementera
He prolongado el eco a la sangre que respondo
Y espero sobre el surco como el arado espera:
He llegado hasta el fondo
Nacerá nuestro hijo con el paño cerrado,
Envuelto en tu clamor de victoria y guitarras
Y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
Sin colmillos ni garras.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
En 1938 el primer hijo muere. Y el primero de abril de 1939 es una fecha de dramática lucha: la España de la República ha sido derrotada por el falangismo.
Todo lo que significa
Golondrinas, ascensión,
Claridad, anchura, aire,
Decidido espacio, sol,
Horizonte aleteante
Sepultado en un rincón.
Cuando termina la guerra intenta pasar a Portugal. 1939. Hernández consigue llegar en un camión hasta Aroche, en Huelva, y después camina para atravesar la frontera. Al verse necesitado de dinero vende el traje y el reloj de oro, regalo de Vicente Alexandre. Pero despertó sospechas al comprador, quien lo denunció a la policía salazarista que lo entrega a las autoridades españolas. Detenido va a la cárcel de Sevilla. Soledad, desamparo, hambre, necesidad. Más tarde a Madrid, a la cárcel de Torrijos, en el barrio de Salamanca, “entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti Josefina, sin Manolito.” El hambre, el odio, el rencor que aísla a los comunistas y los encierra negándolos:
¿Qué hice para que me pusieran
a mi vida tanta cárcel.
Tu pelo desde lo negro
Ha sufrido las edades
De la negrura más firme
Y en lo más emocionante:
Tu secular pelo negro
Recorro hasta remontarme
A la negrura primera
De tus ojos y tus padres
Al rincón de pelo denso donde relampagueaste.
Consigue salir en libertad gracias al tesón de su mujer. Pero vuelve en Orihuela a ser detenido. Lo encierran en un seminario y más tarde es enviado a Madrid. Lo condenan a pena de muerte por el “delito adhesión a la rebelión”, y luego la pena capital la conmutan por treinta años de cárcel. El cielo opaco ofrece dolor y hambre. Creía que su liberación se había producido por los amigos. Pero la fábula, el mundo del hoy y del mañana destruido, y la enfermedad acecha. La esposa visitándolo en la cárcel:
En la cuna de hambre
Mi niño estaba
Con sangre de cebolla
Se amamantaba.
Pero tu sangre
Escarchaba de azúcar
Cebolla y hambre.
En la cárcel del Toreno, donde se encuentra Buero Vallejo, también del Partido Comunista, el teatrero lo plasmará en un retrato de 1940. La tragedia de un hombre que no es un hombre, que es un pueblo. Fiebre. Soledad. Visitas. Hemorragia. Encierro. Paredes grises. Un hombre que vive años como si fueran siglos. El espíritu de millones hombres y de siglos en uno. Tuberculosis, soledad, frío, fiebre y hemorragia y la vida que se seca, que llega al final sin dejar de soñar, sin dejar de esperar:
Yo que creí que la luz era mía
Precipitado en la sombra me veo
Ascua solar, sideral alegría
Ignea de espuma, de luz, de deseo.
En 1940 es destinado a la cárcel de Palencia, después a las paredes grises de Ocaña. Enfermo en 1941 al Reformatorio de Adultos de Alicante. Delirio de fábula y utopía. Miguel Hernández, muere el 28 de marzo de 1942.
Soy una abierta ventana que escucha
Por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
Que siempre deja la sombra vencida