En medio de entornos de hostilidad social y política de país que profundizan situaciones de desigualdad y negación de la diferencia vale la pena preguntarnos: ¿Qué es lo mínimo necesario para afrontar este tiempo?, me refiero a los mínimos de salud mental y de convivencia que permitan abordar los procesos y momentos que vivimos con suficiente inteligencia colectiva.
Las violencias endémicas que nos han maltratado generación tras generación tienen muy diversas razones de orden social, económico y político, pero especialmente han sido alimentadas por una matriz cultural de intolerancias que se ha sostenido y cíclicamente opera en los imaginarios colectivos, encendiendo más y más la conflagración violenta que deja a su paso, episódicamente, nuevas circunstancias de crisis humanitaria y mal vivir en campos y ciudades. Superar esa historia de prácticas que niegan la diferencia y tratan los conflictos de manera agresiva es lo mínimo necesario para producir los cambios plausibles que son clamor de amplios sectores ligados al anhelo de una vida digna, generando a su vez, siempre, garantías para quienes disienten y pugnan en oposición a esas transformaciones. Lo mismo les cabe a los sectores que van en contravía, ejercer sus derechos y su capacidad de expresión y replica sin afectar la dignidad humana y el funcionamiento democrático de las instituciones.
Pero ¿qué es lo común de estos días? Enfrentamientos en las calles al pasar la acera, al cruzar el semáforo o al acercarse al transporte público; constreñimientos en campos y pequeños poblados donde actores armados imponen un régimen de terror para seguir apropiándose de los territorios y para extraer riquezas manchadas de sangre y lágrimas de poblaciones victimizadas; atropellos a los entornos naturales en campos y ciudades bajo la misma lógica de extractivismo económicos; desequilibrios en las formas de ejercer justicia que la hacen, no solo prácticamente inoperante, sino que al parcializarla, la constituyen en una sombra de inseguridad y desinstitucionalización; confrontaciones y argucias subidas de tono en escenarios de la política, en el comportamiento desde el Congreso y los partidos políticos hasta los órganos de control y judiciales; desborde de medios, prácticas y escenarios de comunicación dedicados a la desinformación y a la generación de estigmas y estereotipos, desde y hacia todas las orillas ideológicas.
Estamos en medio de una disputa política por la imagen deseable y por las rutas de nación que se requieren para que la sociedad supere esos ciclos de violencia y exclusión
Es claro que estamos en medio de una disputa política por la imagen deseable y por las rutas de nación que se requieren para que la sociedad supere esos ciclos de violencia y exclusión. En ese sentido, superar la fragmentación y la satanización del otro, superar la falta de respeto en el trato a las contradicciones y especialmente a los contradictores, es clave para tener alguna eficacia en la transformación social, pues no tendremos resultados diferentes con los mismos métodos de siempre. Para que mínimamente sostengamos el diálogo básico, para mantener la coexistencia y la convivencia pacífica, se necesita que cada persona, desde el ciudadano presidente hasta el recién llegado a la vida pública, asuma que las contradicciones no se tratan demonizando sus contradictores; ese aspecto es quizás lo que primero deberíamos anotar con prudencia en el barrio y en la vereda, en el Congreso como en cada partido o movimiento político, en la organización social como en las entidades públicas y privada. En fin, lo primero es sostener democráticamente las diferencias habituales, asumiendo las extraordinarias disputas en torno a la dirección de las reformas y políticas públicas en curso, con menos animosidad y prevención.
Lo mínimo es que superemos la mala leche con la cual tendemos a vernos unos y otros, lo razonable es que valoremos hasta donde jalar la cuerda en los enfrentamientos de este tiempo, para que no resultemos reeditando el camino de desencuentros que nos han traído hasta el punto de evidentes desarraigos de país, mediados por vacíos de sentido colectivo y un gran malestar con las instituciones que duele. Lo mínimo necesario, es que encontremos caminos de tolerancia en lo social y político, que dignifiquemos el habitar cotidiano en medio de las diferencias y contradicciones profundas que nos envuelven. Es saludable en estos tiempos tan convulsionados que antes de decir y actuar, nos informemos y meditemos bien la justeza y el rigor de respeto en nuestros actos.