Lo divino no soportó a lo pesado; lo pequeño es incapaz de aliviar a lo más
(Wamg Pi)
Muchos se preguntan si la pandemia o desde antes de ella, veníamos padeciendo el síndrome de la confusión, conocido este como ese desorden cognitivo que se caracteriza por la alteración del estado mental, distinto a la demencia más frecuente en personas mayores; sin embargo, podría decirse que este se ha extendido rápidamente hasta alcanzar proporciones de epidemia mundial, en muy breve intervalo histórico como consecuencia precisamente de ese desorden mundial, en donde ya no se reconoce al ser humano y mucho menos las políticas gubernamentales se han concretizado.
Según informes entre el 10 y el 60% de las personas se hospitalizan por sufrir de dicho síndrome, muchas veces posterior a sufrir un infarto, pero ello no es óbice para que este padecimiento en vez de ser físico sea mental, y ahí es donde el ser humano empieza a averiguar cuál es el origen de este sufrimiento y necesariamente concluye que se origina en lo que se ha conocido como la filosofía antropológica, esto es, preguntándose por su origen o naturaleza con el fin de determinar cuál es la finalidad de su existencia, además establecer cuál es su relación con los demás humanos y en especial establecer los motivos de esa crisis existencial.
De la barbarie a la decadencia sin el país de por medio, es una buena frase para interrogarnos si en efecto es la sociedad, es el país o es la cultura el que nos lleva a padecer el síndrome en referencia, o si por el contrario, estamos marcadamente alertas para responder a los estímulos del entorno; o si observamos alteraciones generalizadas de las capacidades cognitivas; o si experimentaciones fluctuaciones en los estados de ánimo o cambios conductuales; o si el sueño se convirtió en un insomnio más que permanente.
De otro lado, a pesar de esos efectos físicos y mentales, también encontramos que para algunos tratadistas en especial médicos y psicólogos, este padecimiento no está lejano de comprometerse dentro de las líneas de la filosofía, pues la angustia existencial o crisis existencial son esos conflictos internos propios del ser humano, que se caracterizan por ese sin sentido, por esa falta de identidad generalizada, por ese vacío existencial, además acompañamiento de ansiedad, estrés y depresión, todo esto encuadra dentro de lo que se ha llamado el movimiento filosófico del existencialismo, explicado por donde Jean Paul Sartre fue uno de sus expositores.
Es un hecho cierto, el enfrentar ese síndrome de la confusión o sensación de vacío tiene sus consecuencias como: formación de malas relaciones sociales, disminución de la productividad y hasta divorcios en muchos casos, pero también agudiza la manera de cómo se ve y pasa la vida, a enfrentar ese problema y por ello desarrollar su personalidad, desde lo cognitivo e introspectivo.
Desde el hombre sin sentido al que se refirió Viktor Frankl, observamos que el hombre tiene tres dimensiones: la somática o física, la mental y la espiritual y como consecuencia de esa confusión existencial como la falta de esta última y ese sentido que tiene la vida, es que se presenta dicho síndrome. Además, que para solucionar el mismo, es el ser humano el que debe encontrar esa individualidad irrepetible, igualmente conocer ese principio de libertad y de responsabilidad en su realización, esto es, soportar lo peor y hacer eso imposible, que evite eso profundo que nos hizo olvidar eso que motiva, que nada nos llena ni importa, que no se disfruta y desmotiva.
El sentido de la vida se puede encontrar a través de la contemplación. Se trata de disfrutar las pequeñas cosas, los detalles, los pequeños placeres del día a día, aquello que nos da propósito, pero a la vez entender que el ser humano, es un individuo de lucha interna frente a los despropósitos que se generan como consecuencia de esos fenómenos externos que vemos, pero dejamos pasar.