El 26 de mayo de 2023, después de cumplir con mi jornada laboral, me pasó algo en la estación del MIO de Villa Colombia: un consumidor de sacol intentó agredirme en medio de su viaje toxicológico. Esta situación me colocó a reflexionar, a pensar mucho sobre lo que le sucede a la urbe que me vio nacer, llegando a la conclusión que la gente de a pie está a merced de la delincuencia que rampantemente reina por toda la ciudad. Es muy triste decirlo, pero lo que fue, según mi criterio, el mejor vividero de Colombia, hoy por hoy, sin exagerar, es una tierra de nadie.
Es que la delincuencia se siente a sus anchas, ya que nadie la reprime. Por eso es normal que se robe descaradamente dentro y fuera de las estaciones del MIO —que, dicho sea de paso, no cuentan con ningún tipo de seguridad—, y que se intimiden en los buses a ciudadanos que como yo solamente queremos llegar a casa sanos y salvos. El tema de la seguridad, desde este punto de vista, se le ha salido de las manos al burgomaestre local.
Qué decir del consumo deliberado y permisivo de drogas, o del peligro que le genera a la ciudadanía un consumidor que viva libremente del delito. Este, totalmente drogado, puede matar sin saber por qué. ¿Quién responde? Nadie, porque el muchacho no sabía lo que hacía. ¿No es esto una irresponsabilidad gubernamental? ¿Acaso no les corresponde a nuestros burócratas tener en cuenta la seguridad de la gente? Allí les dejo estas inquietudes, puesto que los caleños corremos serios riesgos con tanto desadaptado en las calles.
Mientras tanto el alcalde sube videos bailando a las redes sociales —cualquiera diría para sus adentros: eso es cosa de él—, como riéndose por toda la plata que se ha encaletado a costa de un pueblo incauto. No se da por enterado de lo qué son las calles de la ciudad, llenas de buitres al asecho; pasa por alto un sistema de transporte lumpenizado, o por qué no, una trampa mortal para el pobre viajero; en fin, se hace el que todo anda bien, cuando la realidad es otra: tocamos fondo, y desde hace rato.
Es posible que sociológicamente alguien me diga, esgrimiendo argumentos progresistas, que lo que se vive aquí es el resultado de la marginación de una parte de la población. Y yo le contestaría: ¿entonces tenemos que conformarnos con el caos? No puede ser que como caleños tengamos que aceptar sin remedio alguno nuestra desgracia, esa que sufrimos desde que dejamos que el populismo nos gobierne.
Publio Siro, el escritor latino, dijo que “mandando mal se pierde la autoridad del mando.” Tiene mucha razón, porque si no se sabe cómo gobernar, mucho menos se puede tener la templanza para gobernar. Miren, por favor, cómo la ciudadanía acude a la paloterapia, la estrategia que se ha desarrollado en muchas comunas para defenderse de la delincuencia. Si la gente arriesga su propia vida enfrentando a los bandidos, eso explica la falta de confianza que se tiene en las personas que nos dirigen.
Confío en que esta pesadilla termine pronto, porque no nos merecemos como ciudad tanto desorden. Considero que el próximo alcalde debe tener muy en cuenta el tema del orden público y, por supuesto, la rehabilitación de una ciudad que es una cloaca en donde cada día reina el fango y la miseria espiritual. Que Dios lo acompañe en esa gran tarea, porque terralmente la batalla la estamos perdiendo por la burocracia y el populismo.