Los 30.730 niños quindianos no tienen derecho a acceder a las frutas y alimentos más frescos y económicos, producidos en el Quindío. Todo es traído de otros departamentos. Es normal que un niño en Armenia desayune con pan de Santander, huevos de Risaralda o coma bananos y naranjas caucanas.
Mientras tanto, la industria alimenticia del Quindío sobrevive de milagro, sin vías, sin gas, sin mercados y sin ser escuchados por la Gobernación.
El Quindío posee una muy bien cimentada agroindustria productora de frutas y jugos, que por ser productos perecederos, muchas veces se pierden en las bodegas esperando a ser despachadas, pero no se comercializan ya sea porque cayó un derrumbe, la “primera línea” montó un retén en una curva del camino, o porque los indígenas del Cauca amanecieron de mal genio y bloquearon el tráfico.
Tenemos poderosas panificadoras y reposterías atiborradas de mercancía en sus bodegas por falta de compradores. Decenas de empresas productoras de lácteos ofrecen leches líquidas, (descremadas, deslactosadas, saborizadas) en polvo, yogures, mantequillas o un buen surtido de quesos. Estamos seguros que los niños del Quindío jamás tendrán chance de almorzar con carne, pollo o chorizos de su tierra.
Entonces debemos llamar la atención a la inalcanzable burocracia bogotana y a la gobernación local, con el fin de estimular las compras en la misma zona donde se consume la comida; para racionalizar los costos de transporte, mantener su frescura, disminuir los tiempos de entrega de los alimentos y en especial para minimizar las perdidas de los perecederos como frutas y legumbre.
Así todos ganamos, los niños, el PAE y el gobierno.