En el informe pericial de necropsia se anotó como causa directa de su muerte, la de shock hipovolémico por la pérdida grave de sangre, secundaria a las heridas ocasionadas con proyectil de arma de fuego.
Tenía catorce años y por estar estudiando en un colegio de la municipalidad vivía con sus hermanas en la casa de paredes de tablas y techo de zinc que su padre tomó en arriendo frente a la residencia de don Casiano Cárcamo en el sector la medialuna del barrio Pueblo Nuevo.
Su sangre albergaba el gen, heredado de sus ancestros, de la pasión por las peleas de gallos finos. Como su parentela era dueña de una reconocida ‘cuerda gallística’, desde muy pequeño aprendió todo lo relacionado con su crianza bajo normas de vacunación, alimentación y cuidados especiales para lograr un desarrollo físico ideal, y del entrenamiento para llevarlos ‘en buena forma’ a la riña.
Los orígenes de las peleas de gallos finos se remontan a 2.500 años atrás en China, y es posible que mil años antes en la India. En las Filipinas precolonial, esa práctica fue presenciada por primera vez en 1521, según lo registrado por Antonio Pigafetta, cronista italiano a bordo de la expedición de Fernando Magallanes. A tierras americanas la trajeron los invasores españoles.
Por su gran afición a ese ‘deporte tradicional’, como algunos suelen llamarlo, don Rafael Cárcamo, agricultor y ganadero, convenció a Abel, su hermano médico, de comprar en compañía un lote de terreno ubicado enfrente de la Avenida Colombia en el barrio San José, donde a mediados de la década de los 60 construyeron el “Club Gallístico La Candelaria”, denominado así en honor de la Virgen Morena, la Patrona del Puerto, de la cual era ferviente devoto el primero.
Como en algunos sectores interiores de las paredes de cerramiento del predio pusieron alares para cubrir zonas donde instalaron mesas de comidas y otras para el juego de ‘ruleta’, desde su inauguración se convirtió en lugar de obligada concurrencia sabatina y dominguera tanto para los aficionados a las peleas de gallos como para los apostadores en la rueda de la fortuna.
Allí confluían galleros de la localidad y de sus alrededores, tanto a las concentraciones habituales como a las internacionales que con frecuencia se realizaban con la participación de ‘cuerdas gallísticas’ del Caribe, procedentes de Panamá, Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico, Honduras y Cuba.
La propaganda para esas riñas de gallos la hacían por la emisora Ondas del Río y su difusión era animada con la composición musical vallenata “Palomita Volantona”, por algunos conocida como “Si te vas solita”, de Luis Enrique Martínez.
Y para amenizarlas llevaban a grupos musicales de la región, como La Casino Monterrey y la Banda de Piñalito, entre otros.
A esas concentraciones gallísticas Ramiro siempre acompañaba a su papá cuando éste venía de Perendengue, corregimiento de San Pedro y Sincé, a pelear sus mejores gallos, y por su corta edad debía sentarse en las gradas para ver el espectáculo. No se le permitía hacerlo en los puestos situados en torno al redondel de la riña, donde siempre quiso estar.
Eran aproximadamente las 8:30 de la noche de un domingo de principio de los años 70, cuando por una irresponsable manipulación de un revólver la alegría que tenía José Vicente Ramírez porque uno de sus gallos había ganado, mutó a tragedia cuando vio a su hijo desgonzado y con la camisa ensangrentada sobre el tubo de hierro que hacía de baranda en la última hilera de la gradería.
Subió a toda prisa los escalones que los separaban, lo cargó y de vuelta en el primer piso con ayuda de amigos lo llevó y subió en el vehículo que lo trasladó hasta el servicio de urgencias del hospital San Juan de Dios, donde el galeno que lo atendió certificó que había llegado sin signos vitales.
No fue una muerte anunciada como la de Santiago Nasar, pero si una en la que los familiares presienten la proximidad de su ocurrencia.
El designio divino comenzó a cumplirse con la desobediencia del muchacho a la recomendación que le mandó su madre con su progenitor, de no ir ese domingo a la gallera, por cuanto desde la madrugada ella se despertó intranquila con el pálpito de que una sombra lo envolvía, sin que pudiera descifrarlo.
Continuó su recorrido al quedarse a esa hora de la noche en un puesto de la grada situado detrás del autor del disparo, cuando ya todas las demás personas que inicialmente estuvieron en esa fila se habían pasado a los sitios dispersos de las hileras de más abajo, dejados libres por quienes abandonaron tempranamente el lugar.
Y culminó cuando Carlos Torres al realizar el imprudente disparo al aire para celebrar su buena suerte al ganar la apuesta que hizo al gallo de José Vicente -en cuyos cuidados y entrenamiento participó el chaval-, por su alto grado de alicoramiento apretó el gatillo del revólver cuando su brazo estaba ligeramente inclinado hacia atrás, impactándolo con la bala disparada en órganos vitales.
Al ser declarado penalmente responsable por el delito de homicidio culposo agravado, al causante del infortunado suceso le impusieron una condena de prisión blanda por la reparación económica que hizo a los familiares del occiso.
Por la decadencia de la afición a esa práctica, ‘La Gallera’, como popularmente era conocida, se fue menoscabando hasta quedar convertida en un ‘Estadero’ para consumo de bebidas alcohólicas, acondicionado con mesas de billar en las modalidades libre y pool, hasta su cierre y abandono a principios del siglo XXI, cuando fue demolida para dar paso a la construcción de una edificación destinada al funcionamiento de una tienda de cadena de amplio reconocimiento nacional.