Hace tres años, en esos primeros meses de confinamiento radical, se sufría para entrar a una reunión de trabajo por zoom, teams o google meet, plataformas desconocidas para la mayoría. Finalmente, quienes tuvieron la oportunidad de trabajar virtualmente, aprendieron a programar reuniones, a hacer presentaciones, a dar la palabra a quienes levantaban el ícono respectivo. En una palabra, a trabajar virtualmente en grupo.
Muchos no tuvieron la oportunidad, sencillamente porque los negocios se cerraron o porque, por su naturaleza, era imposible prestar los respectivos servicios en cuarentena.
Los estudiantes de hogares con nula o deficiente conectividad, millones, perdieron terreno frente a los que contaban con buena dosis de megas y dispositivos. Una brecha, la educativa, que se amplió en desfavor de los desconectados.
No obstante, fueron muchas las empresas y organizaciones, públicas y privadas que, por fuerza mayor, entraron en el mundo de la virtualidad. La propuesta del teletrabajo que, de forma tímida, venía siendo promovida por el gobierno nacional desde hace algo más de una década, que chocaba con amplia resistencia (la idea de ver al empleado físicamente presente era, se creía, garantía de productividad), se aplicó a granel.
Nuevas formas de relacionarnos unos con otros surgieron de la virtualidad. Por no requerirse de transporte físico, las reuniones se multiplicaron. La disculpa del trancón era imposible.
La pandemia y sus letales efectos duraron, en realidad, algo más de año y medio. Tiempo más que suficiente para que los escenarios de encuentros virtuales se aclimataran y llegaran para quedarse. Pasados los peligros del covid, forma ya parte de la norma cultural laboral la pregunta de si la reunión equis será presencial o virtual.
¿Presencialidad o virtualidad? La respuesta que se suele dar es la de los modelos híbridos: algo de la uno, una dosis de la otra. Conocidos son los argumentos de las bondades de la presencialidad, aunque también los relacionados con los ahorros por no tener que desplazar empleados a otras ciudades a distintos tipos de eventos, pagar menos servicios públicos, menos espacio físico.
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El metaverso combina elementos de realidad aumentada y realidad virtual
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Sin embago, el dilema será desplazado, en pocos años, por una nueva realidad que la tecnología ya exhibe: la del metaverso.
En términos simples, el metaverso se refiere a un espacio virtual compartido en el que las personas pueden interactuar entre sí y con objetos digitales de manera similar a lo que ocurriría en la realidad física. Se trata de espacios en los que los usuarios pueden crear, explorar, socializar y participar en un sinúmero de actividades.
El metaverso combina elementos de realidad aumentada y realidad virtual. La primera conjuga elementos del mundo real con elementos virtuales al superponer infomación digital (imágenes, videos, gráficos) con el entorno físico. En cuanto a la virtual, se trata de entornos inmersivos simulados por computadores.
Según McKinsey, en 2030, los negocios del metaverso llegarán a US $ 5 trillones (en métrica gringa), equivalente a unas 15 veces el PIB actual de Colombia.
Pues bien, así como la Inteligencia Artificial generativa (algoritmos como el Chat GPT, Bard y otros) es una muestra de una profunda revolución tecnológica (la de crear autónomamente contenidos en forma de textos, imágenes, composiciones musicales, videos, código) que cambiará la forma en que vivimos, trabajamos y aprendemos, así el metaverso, en pocos años, transformará los escenarios en los que trabajamos.
Y ni se diga de la mezcla entre IA y metaverso: agentes virtuales inteligentes, moderación de los contenidos, avatares autónomos inteligentes. La tecnología ya existe; falta que se convierta en una realidad comercial.