Colombia acaba de decirles a los homosexuales que no, que no pueden adoptar niños salvo que sea el biológico de uno de ellos (?), que se queden contentos en casita ya que un día de estos el Gran Centro de la Democracia llamado Congreso les dará la razón.
Y a esperar en la larga fila para ver si algún día entramos al grupo de países civilizados.
Y ahí viene la gran pregunta ¿Qué es ser civilizado?
La RAE virtual soo contiene el verbo civilizar, entendido como elevar el nivel cultural de sociedades poco adelantadas, y de ahí viene la necesidad de compararse para saber qué tan civilizados somos.
En materia vial y de circulación creería que no hay discusión alguna cuando decimos que Inglaterra o España son mil veces más civilizadas que nosotros. Allá no hay Toyotas guiadas por motos policiales haciendo lo que a bien les plazca y violando cuanta norma exista. Y si allá el peatón se atreve a poner un pie en la cebra, todos los vehículos se detienen. El peatón manda. Acá no hay cebras y en caso de que alguien se detenga, el de atrás comenzará a pitar como energúmeno para que uno se avispe y no permita que las cosas cambien.
Vemos por Internet videos de cruce de vehículos en ciudades asiáticas en donde el tema es simplemente caótico y todos los vehículos parecen Toyotas. Comparando, nos va mejor.
En materia de justicia y derechos humanos le damos cinco vueltas a Venezuela que tiene tras las rejas de forma inhumana y triste por más de un año a un líder llamado Leopoldo López solo por voluntad y deseo del presidente Maduro, pero en la misma materia nos rajamos con mil países si nos atrevemos a ver qué tan justa en nuestra justicia, a la par que España se raja con nosotros en desempleo juvenil y así en un eterno círculo vicioso de comparaciones.
Como en asuntos como la diversidad sexual y la aceptación de otras formas de amar o de conformar una familia, donde estamos mil veces más adelantados que Siria o Irak o Cuba o el Chile de Pinochet, aunque nos quedamos en pañales frente a la misma España.
En la península ibérica, cuando se establece la aprobación del matrimonio homosexual o la adopción por parte de parejas del mismo sexo, ocurrió exactamente lo mismo que acá. Salieron de las cavernas todo tipo de opiniones, como aquella bíblica que habla del hombre y la mujer, miembro viril y vagina, embarazo y procreación.
Y el presidente de entonces, Rodriguez Zapatero, no sometió el tema a referendo o consulta, o a que un juez decida o veinte personas lo hagan. Sin preguntar y a las bravas, sacó su boli y firmó el decreto. Ya han transcurrido varios años y es un tema superado, como el de la prohibición de fumar en las iglesias. Se prohíbe y punto.
Acá no. Acá se le dejó a un grupito de jueces muy doctos a que decidan en un país en donde el 80 % coadyuva la posición de aquella universidad sabanera: que los homosexuales son enfermos y que a quién se le ocurre darle a un discapacitado de esos un niño para que lo malcríe y le aprenda sus mañas.
Más o menos como que si hubieran sometido en Medellín a consideración de sabios jueces o el público en general si querían que en una plaza de su ciudad se plantaran estatuas negras y oscuras de gordas tetonas y gente obesa. Imagino la respuesta; No por mayoría aplastante, ¿quién va a querer ese tipo de esperpentos en su ciudad? Pues un alcalde, sin preguntar ni hacer peticiones, contrató con el artista la donación de un buen número de gordos y hoy los paisas tal vez gozan con su plaza Botero.
Así es la cosa, ¿queremos civilizarnos en el tema? Parece que no, que de momento no. Le vamos ganando a Siria y con eso basta.
Aunque uno nunca sabe con nuestro presidente. Como buen ajedrecista, en cualquier momento se levanta con su dedo inquisidor y le da por redactar un decreto contundente. ¿Y si lo demandan por inconstitucional el santo procurador y los estudiosos de La Sabana y en trece años tenemos fallo adverso? Pues nada, que esa es Locombia.
… y hablando de…
Y hablando otra vez de literatura, este columnista reitera que le place mucho recordar que ha llegado a las librerías mi quinta novela: La casa por la ventana, con Planeta, donde se narra la inquieta y desbarajustada vida de una joven y bella mujer llamada Francisca, pasiva y quieta y quien ante las adversidades simplemente dejaba pasar.
Como casi todos nosotros, que dejamos pasar…
