La sorpresa viene con una carcajada cuando se miran los retratos de los virreyes, los monseñores en su ajuar y pompa, luego las representaciones pictóricas sagradas y las eminencias de la vida republicana. Buena parte de los pintores que hacían obras de “arte” lisonjeaban la religión, o bien, eran serviles para matizar los hombres de estado, como si estuviesen fuera de espacio y de tiempo, pues “no eran ni vivos ni muertos”. Más el encuentro con la literatura lleva a percibir la realidad como algo grotesco. Basta con una mirada a Cien años de soledad. El yo se encuentra ante la religión caricaturesca empeñada en la construcción de un templo más grande que el de Roma y, los milagros que prueban la verdad del dogma mediante la taza de chocolate que permite levitar cinco centímetros sobre el suelo… A su vez, la política: “Los liberales eran masones, gente de mala índole, partidarios de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio, reconocer iguales derechos a los hijos naturales que a los legítimos y despedazar el país en un sistema federal que despojara del poder a la autoridad suprema.” Y de otra parte. “Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar: eran los defensores de la fe en Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas.” Pero lo más grotesco es cuando los trabajadores de la compañía bananera llegan a la huelga y, el gobierno interviene para solucionar el conflicto. El arbitraje del estado, para dar solución al conflicto… el envío del ejército para masacrar a los trabajadores.
El yo se encuentra con que los valores se desmoronan ante la comedia, pues la risa quiebra el continuum entre la Religión y el Estado. La formación que se ha tramado como sólida se desdibuja. De la certidumbre brota la duda. Parece que se rasgara el velo de la mansedumbre y el conformismo, pues la parodia hace que la historia adquiera otro cariz. El cómico disuelve las creencias y las certidumbres forjadas por el orden sagrado de lo establecido, al mismo tiempo que lo ridículo deforma la percepción de los media. El yo pierde el respeto al mirar más allá de la apariencia pues, se da cuenta de que se encuentra en el laberinto del engaño. Aunque hay también, dentro de los alcances y límites de lo permitido, los programas, bien de radio o televisión que tienen chistes simplistas, sátiras a determinados comportamientos humanos, tramas endebles, temas triviales, ricos y pobres. Mas, “Bienvenidos a la desinformación...” Tras el paisaje de la corrupción, politiquería, guerrilla, narcotráfico se sospecha la farsa de la vida nacional. La risa libera, diluye el manto de lo sagrado, borra el miedo ante el Estado. Pone entre paréntesis las relaciones de dominación. Si bien es cierto que, la tolerancia se suele esgrimir como garantía del juego democrático, la imaginación lleva a un mundo distinto. La censura no interviene sólo con la tijera. Hay otros métodos: “Jaime Garzón ha dicho la verdad, debe ser ejecutado.”