Hoy día se expone el Petro verdadero, el mismo de la Alcaldía de Bogotá, el ególatra que gobierna solo, incapaz de llegar a consensos.
Se cayó el gabinete de coalición… Se cayó porque estaba condenado a caerse, porque así lo profetizaban las sagradas declaraciones de Alejandro Gaviria. Duró muy poco (o demasiado, quizás) la imagen de un Petro estadista, capaz de articular voces disonantes. Lo que en principio se creyó un gran acuerdo nacional, una temida aplanadora legislativa, dejó traslucir lo que siempre fue: un acuerdo clientelista sin ninguna base ideológica o proyecto de país.
No es nuevo o sorpresivo el actuar de Petro. Hace algunos meses despidió de la manera más indecorosa a los Ministros de Deporte, Cultura y Educación. Cuando las minorías afro, las élites artísticas o la izquierda moderada no le sirvieron más, golpeó la mesa y se proclamó el único portador de la verdad. Y sí, fue electo para tomar decisiones, se encuentra en la facultad de remover a quien le plazca, pero también tiene un compromiso con quienes aglutinó en campaña bajo la promesa de un “pacto”. Hoy se expone el Petro verdadero, el mismo de la Alcaldía de Bogotá, el ególatra que gobierna solo, incapaz de llegar a consensos.
Pero no sólo de traidor se puede acusar a este gobierno, sino de incompetente. De la cartera de Hacienda se despide Ocampo, una de las pocas voces sensatas y garantía para inversionistas, mercado y opositores. El canje por Ricardo Bonilla, más amigo que funcionario, baraja de nuevo las cartas y retorna al país a la incertidumbre de hace ocho meses. Como una muestra más de terquedad, Petro ratificó en el cargo a la ministra de Minas, destacada exponente del decrecimiento, y al canciller Leyva, adalid del impoluto Santrich y el demócrata Maduro. ¡Corcho! ¡El florero de Llorente! Nadie llorará su partida. No hay mucho que decir.
En la misma semana, nefasta para Petro y el país, se pronunció el discurso tantas veces temido. Como diría el difunto Chávez, para cumplir el Acuerdo Paz… exprópiese, exprópiese, exprópiese. Se habló entonces de paz para justificar la apropiación de tierras, de democracia para desconocer al Congreso, de la sociedad civil para atentar contra las instituciones. El Petro acorralado, el Petro temeroso, respondió impulsivo e incendiario. Ahora resulta mucho más peligroso.
¡Un llamado a la cordura! No es momento de empacar las maletas, de hipotecar la casa y cambiar en dólares. La revelación del Petro prometido también constata su falta de tacto político. Luchará contra la corriente, contra bancadas parlamentarias, contra un Estado defectuoso pero funcional. Tal vez, en una nueva arremetida, se vaya lanza en ristre contra el Congreso como lo hizo Castillo en Perú… y al igual que su colega, termine en una celda. O quizás, simplemente, se convierta en el loquito del balcón, en un populista que promete y amenaza desde la Casa de Nariño, sin ninguna gobernabilidad, impotente ante el leviatán de la democracia colombiana.
