El 2 de mayo de 2022, los hermanos Pérez Hoyos contactaron a un mercenario, un exmilitar colombiano llamado Francisco Ruiz Correa. A él fue quien le giraron la plata y fue él quien reclutó al equipo que terminaría matando al fiscal Marcelo Pecci.
Se reunieron el 4 de mayo de 2022 en un local cerca a la Plaza la Minorista de Medellín. La logística se daría de la siguiente manera: Eiberson Zabaleta se ocuparía del transporte que llevaría al grupo criminal a Cartagena, Cristian Monsalve y su madre, Marisol Londoño, serían los campaneros, y dos venezolanos, Gabriel Salinas y Wendell Scott se encargarían de los sicarios.
Los paisas, reconocidos ‘lavaperros’ de grupos delincuenciales, querían quedar bien con la mafia internacional, pero acaban de ser condenados a 25 años de cárcel por ser los cerebros de la operación que terminaría con el asesinato del Fiscal paraguayo.
Sin temor alguno, creían que el sol que caía sobre ellos en Barú los acompañaría durante mucho tiempo. Claudia Aguilera y Marcelo Pecci se habían casado el 30 de abril del 2022, en la parroquia San José de Asunción. Se conocieron por el trabajo. Él era uno de los fiscales con mayor proyección en Paraguay. Tenía 46 años y acababa de ser designado, en febrero de 2022, como el director de la operación bautizada como A ultranza, que tenía el objetivo de desentrañar la mayor red de lavado de activos conocida en el Cono Sur. Ella era una de las periodistas más destacadas del noticiero central de Unicanal. En diversas entrevistas a Pecci, se fue acercando a él. Primero para afianzarlo como fuente, luego terminarían enamorados. En la fiesta que se realizó en un club paraguayo, Aguilera les contó a sus compañeros a dónde viajarían de luna de miel: el clímax de la historia de amor sería la romántica Cartagena. Ese mismo día, los enemigos del Fiscal empezaron a preparar el plan.
Es que, en apenas 60 días, Pecci había mandado a la cárcel a Sebastián Marcel Cabrera, reconocido exfutbolista y empresario de artistas que usaba el negocio del entretenimiento como fachada para hacer envíos de cocaína. Había desenmascarado a José Insfran, uno de los más respetables pastores de ese país, creador de la Iglesia Avivamiento, lleno de contactos con mafiosos colombianos y quien en ese momento se encontraba prófugo.
A ultranza se había llevado por delante incluso a ministros como Joaquín Roa Bustos y a un diputado, Juan Carlos Osorio, además de a otras treinta personas. La investigación de Pecci consiguió la incautación de nueve aviones, dos yates, trece tractores y 250 millones de dólares. Sus enemigos lo tenían en la mira. En la misma noche del 30 de abril, los narcos Pérez Hoyos que se sentían perseguidos, convencieron a otros de los que estaban en la mira de Pecci para hacer una vaca de 2.000 millones de pesos.
El 4 de mayo, a las 11 de la mañana, Pecci y su esposa aterrizaron en Cartagena. Desde Medellín, Francisco Ruiz Correa y sus hombres iban rastreando el recorrido de la pareja que, sin saber que la guadaña de la muerte se cernía sobre ellos, publicaban incautos en Instagram cada paso que daban en la Heroica: la visita al Castillo de San Felipe, a los balcones de la ciudad amurallada, unas cervezas en el barrio Getsemaní. El mercenario se frotaba las manos.
El 5 de mayo, el combo de asesinos llegó a Cartagena. Un día después, llegaron al Decameron de Barú, donde se hospedaron acogiéndose a un plan todo incluido de dos noches y tres días. Pronto, una noticia se haría pública para sus seguidores en redes sociales, la felicidad que los hinchaba: serían padres. Tres días después, Cristian Monsalve y su mamá, Marisol Londoño, se hospedarían también en el Decameron.
Mientras tanto, Eiberson Zabaleta, y los dos venezolanos, contrataron un auto con el que iban reconociendo la zona, las vías de escape y conocer hasta el más mínimo detalle de la zona donde actuarían. El cerebro de la operación, Ruiz Correa, alquiló un apartamento en Boca Grande que terminó siendo su centro de operaciones. Allí le entregó celulares, una pistola nueve milímetros y dinero al comando que ejecutaría al Fiscal paraguayo.
A las 9 de la mañana del 10 de mayo de 2022, Zabaleta llevó a los dos venezolanos a Playa Blanca, donde alquilaron una moto acuática, un jet sky de color rojo y marca Yamaha y pagaron 200 mil pesos por media hora.
Mientras tanto, madre e hijo, los campaneros, no le perdían pisada a la feliz pareja de turistas. A las 9:29 de la mañana, Pecci y su esposa ya estaban tomando sol en el mar después de comer un copioso desayuno. Era una playa privada en donde no sólo se creían inmunes de cualquier tipo de estrés sino de las amenazas que se cernían sobre su investigación. A esa hora, Cristian Monsalve llamó a Gabriel Salinas para decirle que el hombre ya estaba en la playa.
-Ya la moto está saliendo para allá.
Gabriel Salinas conducía la moto y Wendell Scott estaba de parrillero. Él era quien portaba la pistola nueve milímetros. A las 9:40, ya estaban en la playa privada del hotel. Marisol Londoño estaba en el mar, aparentemente disfrutando de un baño. Pero no, ella estaba ahí para alertar a los sicarios. Levantó sus manos indicándoles a los de la moto que ese era el lugar para desembarcar.
En ese momento, según se puede ver en los videos que reveló la revista Semana, Pecci, sin camisa, se había separado de donde estaba su esposa y la miraba con un amor profundo. Como si toda la felicidad del mundo hubiera caído sobre él. Wendel Scott ya había desembarcado y Pecci no pudo ver nada, ni siquiera cuando los dos disparos que el venezolano le pegó por la espalda, destruyeron su existencia. El venezolano se volvió a internar en el mar, arrojó la pistola al océano y, luego, fueron en la moto hasta una orilla cercana donde Zabaleta los esperaba con el auto encendido, dispuesto a sacarlos de la escena del crimen.
-Ya hicimos la vuelta- fue lo único que le dijo Gabriel Salinas a Francisco Ruiz Correa para indicarle al hombre que los había contratado que todo estaba consumado.
Mientras tanto, en la playa, Aguilera estaba en shock, intentaba hablarle al oído a su esposo, como si con sus palabras pudiera conseguir el milagro de devolverle la vida que ya se había extinguido.
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