¿Ya pasó la hoja de vida en la Mina?

¿Ya pasó la hoja de vida en la Mina?

"Me tocará venderle el alma al diablo"

Por: Andres Eduardo Montealegre Moreno
febrero 19, 2015
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¿Ya pasó la hoja de vida en la Mina?

Descubrí que mi moralidad llegó hasta el punto donde la dejó avanzar mi orgullo y mi amor propio. La delgada línea que dividía lo correcto e incorrecto se volvió difusa ante una situación que no parecía ser tan adversa: estar desempleado.

Para empezar tengo que decir que soy un orgulloso biólogo de la Universidad del Tolima, egresado hace 3 meses del Alma mater.

Después de casi un año de haber terminado materias, mi vida ha transcurrido en oficios tan afines a mi carrera como levantar cajas y vender ropa en Root+Co, cocinar y vender burritos, hacer traducciones de libros enteros al español, y realizar cuanto curso aparece en el SENA. Y de este modo estructurar una hoja de vida tan pulcra, que me permita conseguir un empleo en el que tenga 5 cargos por la paga de un salario mínimo legal mensual vigente.

Mi vida se convirtió en un proceso mecánicamente desmoralizador que consiste en imprimir hojas de vida y comprar carpeticas blancas que alisto con todo el amor del mundo para llevarlas a cualquier parte donde exista una mínima o efímera posibilidad de empleo para esperar la eterna mentira después de cada entrevista “estaremos en contacto cuando sepamos algo" o "nosotros lo llamamos”.

Además como recién graduado me enfrento en una disputa por una vacante al profesional promedio con experiencia de 5 años, 2 especializaciones, estudios en el exterior y que además habla perfectamente 3 idiomas. Todo esto sin mencionar, que no le importa trabajar por el mismo y miserable salario mínimo legal mensual vigente o en casos aterradoramente normales por menos; todo por una sencilla razón, que se puede resumir en una sola frase: “Antes hay que agradecer que hay trabajo”. Sin embargo este no es el único obstáculo, falta el “Hit Parade” de la competencia: los tecnólogos.

Estudiar 2 o 3 años y aprender a realizar una técnica es el boom del momento, de hecho un tecnólogo pueden realizar casi el mismo trabajo de un profesional por menos paga y menos inversión. Por su parte un tecnólogo se dedica solamente a eso, a realizar su técnica una y otra vez ofreciendo resultados visibles, ademas no se queja ni chista por nada: es el empleado modelo.

Como ultima opción, el rebusque se reduce a buscar palancas con gente que no conozco y sentarme a hacer lobby, en una salita de espera buscando que el contacto que me consiguió el amigo del amigo, me diga después de esperar una eternidad “no le aseguro nada”. Este modus operandi hoy en día es una tradición ancestral tan colombiana como prender velitas el 7 de diciembre, pero tan cruel como ir a ver torturar toros en las corralejas.

Mi triste y patética historia no se diferencia de la de muchos de mis compañeros que cansados de esperar un mejor futuro optaron por salidas tan diversas como trabajar en el negocio de los papas o estudiar otras carreras tan afines a la Biología como Derecho, o Agronomía. De esta manera muchos encuentran la estabilidad que yo no he encontrado, paradójicamente al alcanzar la meta que se propone el 90% de los colombianos: ser profesional.

Fruto de todo lo anterior, decidí despojarme de lo que quedaba de mi conciencia social universitaria y mi sentido de lo que es políticamente correcto; apoyado en el todo se vale, tan de moda por estos días, hoy decidí con gran descaro seguir los consejos de mis allegados y envié mi hoja de vida a Anglo Gold Ashanti en Cajamarca empresa encargada de explorar la Mina La Colosa. Para el que no sepa o no me conozca, esto puede ser algo trivial o normal; pero para mí, que toda mi vida he odiado profundamente los métodos que utilizan esta clase de empresas, y conociendo el impacto que va tener sobre mi propia comunidad y mi pueblo de nacimiento, el solo hecho de solicitar una vacante fue como vender el alma al diablo.

En este momento no sé con certeza si tenga una remota posibilidad de empleo, y aunque siento un profundo cinismo de mi parte, la vergüenza no me pesa tanto como para no desear una oportunidad. Aun así, la mitad buena de mi ruega que ni me tengan en cuenta como comúnmente pasa con mis otras postulaciones, mientras mi otra mitad realista sueña con un salario astronómicamente ridículo que paga la mina por destruir el pedazo de tierra que me vio nacer y terminar diciendo como el Cuarteto de Nos: “Ya lancé piedras y escupitajos al lugar donde ahora trabajo”.

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