(...) Como una sombra caminas por La Hortua, vas por la Primera, llegas a Santa Isabel, es de noche, lo único que te acompaña es una botella de Moscatel, te sientas en las bancas de un parque putrefacto donde solo abunda la inmundicia. Los olores parecen no afectarte, te llevan a la época de la banda de rock de Ciudad Bolívar, en las veces que vendiste incienso y poesía en los centros comerciales de Bogotá, cuando cantabas en los buses y en uno que otro chucito de comidas rápidas (...)
Es abril de 2023, y esta mañana de lunes en el centro de Bogotá, tiene el brillo metálico y la llovizna fiel de la ciudad, su estado natural, como un eterno negativo del viejo fotógrafo Manuel H. Son las 8:40 de la mañana y tengo cita para tomas de fotos con el escritor Stiv Vélez Rodríguez en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, que anuncia para el 3 de junio el concierto de Adriana Varela, la intérprete argentina de tango.
La tarde anterior habíamos hablado por teléfono de su novela 'Sanadius', que le publicó la editorial Skepsi-Ibáñez, y que él presentará el lunes 1° de mayo, a las 10 AM, en la 35 Feria Internacional del Libro de Bogotá. Una de las cinco novelas que ha escrito con lapiceros en cuadernos de colegial, y que por falta de un computador ha transcrito en los teclados de las bibliotecas Tunal y El Tintal.
Stiv, nacido hace cuarenta y un años en el Hospital de la Misericordia , y criado en el barrio fundacional de Las Cruces, y en Patio Bonito, es un literato que lleva la casa a cuestas: un morral donde guarda algunas ropas, un atado de libros y sus cuadernos, en un tránsito laberíntico de caminante a la deriva. Sólo ha tenido un trabajo fijo de dos años en Fundalectura. De resto, a fuerza de los reclamos del tripaje, y del afán por un cuarto donde reposar en la noche, se le ha medido a trabajos de mesero, ayudante de acarreos, vendedor de incienso, poesía y bolsas de basura, artesano, bajista de la banda punkera 'Sin Piedad Express'. Pero siempre la literatura, la lectura inagotable, y su obsesión por el ajedrez.
En la conversación telefónica, Stiv adelantó un buen relato de su vida trashumante, bohemia y novelesca, que inspiró 'Sanadius', su estreno como narrador, que él define como una fusión de novela urbana, realismo sucio, cyberpunk, gótico de asfalto, bizarra y futurista.
«En una Bogotá apocalíptica, dos vendedores de libros en la calle son secuestrados por una sociedad secreta que busca la inmortalidad, el elixir que los mantendrá jóvenes, bellos y perpetuos» «La logia cree que las llaves que conducen a la perpetuidad de la materia se encuentran en ciertos movimientos de ajedrez». «Para lograr su objetivo, chantajean a unos de los capturados para que los conduzca hacia ese gran ajedrecista empírico criado entre los barrios Las Cruces y Patio Bonito, mientras la víctima, como caminando a ciegas, los conduce a un túnel que parece no tener salida». «Así descubren que existe una sustancia que ciertas corporaciones ocultas conocen como Sanadius, donde solo los elegidos podrán obtenerla y alcanzar así una nueva realidad», reseña el autor de la novela
De Bukowski a Mendoza
Son las 8:50 de la mañana, y aprovecho para alcanzar el Club Lasker de ajedrez, en la 7ª con 21, con el fin de solicitar de una vez el permiso para las fotografías con el escritor, pero me desinflo porque está cerrado. Un vigilante vecino asegura que lo abren después de mediodía. Stiv me había advertido que estaría dispuesto para las fotografías hasta las 10:45 AM, porque a las 11 debe estar en un restaurante cercano del Museo Nacional, donde oficia como domiciliario de a pie hasta las tres de la tarde. Vuelvo al Jorge Eliécer Gaitán y ya son las nueve pasadas, pero Stiv no llega. Escribe al WhatsApp que va de chaqueta azul celeste y jean negro. Leo apartes de la novela que Stiv me ha enviado en PDF
El bullicio de los bares de la Octava te vomita al presente, gotas se estrellan sobre el pavimento. Buscas dónde escampar, estás cansado de caminar, buscas una construcción en obra negra, buscas al fondo, está oscuro. Mejor, nadie te verá, pero la somnolencia te hace devolver por unos cartones, acostado ríes de tu locura, como una lechuza viajas con la música de la lluvia a los castillos vampíricos de la calle once sur. Te reprendes por pensar estupideces, aun así, debes continuar con el pensamiento ulcerante, debes oxigenar el pasado y de paso la consciencia.
En la espera, y en la soledad del ancho hall del Jorge Eliécer Gaitán, imagino al escritor emergente, de apariencia sombría, vestimenta descuidada, rostro cetrino, ojeras, una mirada lúgubre, opaca. Sigo leyendo:
Ramiro se incorpora y abraza a Sofi, se imagina que si fuera más delgada se parecería a Pat Benatar, ella toma la iniciativa, lo besa en la boca, este la imagina cantando Love Is the Battlefield, el tiempo es otro, se debe vivir el momento, carpe diem, ambos como escena facilita de porno, le dan cabida a la lujuria, besa sus senos, pero esta quiere algo más intenso, en tanto el literato lame con ímpetu y amor los divinos pelos de su....
-Cuca, la cuca, chúpame la cuca.
La vulgaridad, en vez del placer lo amplifica. Así duraron toda la noche, entre marihuana y canciones románticas de los años 80.
Confirmo los fogonazos literarios, en los que según Stiv, se ha calentado las manos: Charles Bukowski, Antonio Caballero en 'Sin remedio', Santiago Gamboa, Fernando Vallejo, Héctor Abad, José María Vargas Vila, José Asunción Silva en sus lóbregos y desoladores Nocturnos, Mario Mendoza, su alter ego, y agregaría al mexicano Elmer Mendoza en 'Nombre de perro', y al habanero Pedro Juan Gutiérrez en su 'Trilogía sucia de la Habana'.
De esas cavilaciones me saca un anciano menesteroso con un par de bultos a las costillas, quien me aborda por unas monedas para un tinto. Descargo todas las rupias del monedero en su mano ajada y temblorosa.
Lasker y burdeles
No cesa de lloviznar. Son las 9 y 25 de la mañana, y a punto de marcarle, llega Stiv Vélez Rodríguez fresco, con las manos enfundadas en los bolsillos de su chaqueta azul celeste y la melena perlada por la lluvia.
Le digo que lo imaginaba con el aspecto fantasmal y ruinoso de los personajes de su novela, y sonríe. Por el contrario, el hombre de melena, delgado, de mediana estatura, no revela los cuarenta y un años que dice tener, se ve mucho más joven, el rostro lozano, desprovisto de las máculas de la pesarosa vida.
En este espacioso hall del Jorge Eliécer Gaitán, cuenta Stiv que se reunía con amigos y compañeros de los talleres de literatura de Tunjuelito, donde vendían libros piratas y viejos, y prolongaban tertulias acompañadas de botellas de licor barato y riesgoso: Eduardo III, Rey de Reyes, a veces Chamberlain. El episodio se vislumbra en su novela.
Sady y Ramiro venden libros en la Séptima, empieza a llover, las ventas son malas, apenas consiguen para beber una que otra cerveza, tener para comer, hoy no tomarán cerveza, tienen un poco de niquelado, Ramiro saca el chorro, bebe unos sorbos y le ofrece a su parcero, como sus libros no se venden, cuando deberían venderse más, acaban el chorro, guardan los libros en los morrales y se van al club de ajedrez Lasker a ver qué compinche encuentran.
El Lasker, 'psiquiátrico' cuarentón de los furibundos por las fichas; Casashow, antro vecino de la Plazoleta de Las Nieves; los barrios Las Cruces, Restrepo y Olaya; el burdel Vereda tropical, de Fontibón, y su similar el Arabesqui, en Venecia; la Circunvalar, Monserrate, La Macarena, las tenebrosas ollas del San Bernardo ("Sanberna"), son algunas de las locaciones por donde transita 'Sanadius', «viaje alucinante por una Bogotá sinestésica, surrealista, simbiótica, barroca y apocalíptica», como la define el escritor.
La última curda
Avanzamos por la Séptima en busca de un sitio dónde compartir un café. Doblamos por la 22 y le apostamos a la septuagenaria panadería El Cometa: capuchino con pan francés y mogolla negra.
Le propongo unas fotos en el viejo cafetín Mercantil, y en el camino le voy disparando con la cámara por el camellón de las pescaderías, en sus paredes tachonadas de grafitis. Unas tomas en un viejo almacén de relojes antiguos de pared, con las horas dispersas, congeladas en tiempos remotos.
En El Mercantil, un vejete de aquellos que por costumbre madrugan a tomar tinto en el último café de los jubilados, se concentra en la lectura de una achacosa edición de la revista Selecciones.
Sandro, dependiente mañanero del café, nos deleita con par infusiones humeantes a hierbabuena. Gardel, con su eterna sonrisa de comercial de dentrífico, sigue esperando que suene el timbre de uno de los primeros 'cuernófonos' negros de pared, con los que la Empresa de Teléfonos de Bogotá inauguró el servicio a principios del siglo pasado.
Suena el tango 'La última curda', con la orquesta de Aníbal 'Pichuco' Troilo, en la portentosa voz de Edmundo Rivero:
Lastima, bandoneón / mi corazón, tu ronca maldición maleva, / tu lágrima de ron me lleva / hasta el hondo bajo fondo / donde el barro se subleva. ¡Ya sé, no me digás, / tenés razón, / la vida es una herida absurda, / y todo es tan fugaz / que es una curda nada más / mi confesión.
Todo está perfectamente confabulado: es lunes, es abril, y en el cafetín Mercantil hay un prosista que lleva su casa a cuestas, y que exorciza sus demonios escribiendo novelas underground en cuadernos de colegial, donde le coja la noche, hasta agotar lapiceros y madrugadas, a veces en viviendas de amigos de verdad; otras, en cuartuchos de inquilinato, como los que Mario Rivero, acróbata de circo y poeta de la urbe marginal, dejó pintados de añil, labial y sangre.
Suspendo los disparos de la cámara para disparar las preguntas de colofón, porque el tiempo de Stiv apremia.
-Vaya, Stiv, curioso nombre...
«Me lo puso mi padre por Steven Austin, el famoso actor y campeón de lucha. Solo que Stiv le pareció más cómodo de escribir.
-¿Tenía clara la presencia del bicho narrativo de cuando estaba pelado?
«Sí. Todo lo que tenía hojas lo leía. Estudié un semestre de Literatura en la Universidad Nacional, pero cancelé por dedicarme a leer, escribir y rebuscarme en lo que fuera para sobrevivir. Luego fueron las bibliotecas: lectura y escritura en ellas».
«En la biblioteca El Tintal conocí a un personaje del barrio Las Cruces, que me marcó: Luis Augusto Sánchez, voceador de periódicos, lustrabotas, el primer colombiano en recibir el título de Maestro Internacional de Ajedrez por la FIDE, conocido y admirado en Rusia. Hizo historia en el mundo cuando se fue a tablas con Bobby Fisher, en 1959, en Santiago de Chile».
«A Sánchez le rindo tributo en la novela. Él es Víctor, genio de los tableros, en la mira de los miembros de un grupo de limpieza alternativa conocido como Sanasi (título de la novela), manipulados por entidades extraterrestres, al acecho del cifrado de una jugada perfecta de ajedrez, que a través de la sinestesia (fusiones sensitivas), logran la fórmula de la inmortalidad de la materia».
-¿Qué pasa con Víctor?
«Esa pregunta es una invitación a comprar la novela».
-¿Cómo observa el mundo del ajedrez, usted que lleva tanto tiempo involucrado con el juego?
«El ajedrez es como el reflejo de la vida que uno ha llevado. Es lo más próximo al autismo. Tiene su lado trágico, siniestro, como sucedió con Bobby Fischer. En el Lasker y en las mesitas que alquilan por la Séptima, se ven unos perfiles novelescos, de un nivel de juego brutal».
-¿En quién está inspirado Sady, otro de los protagonistas de la novela?
«Sady tiene mucho de mí, y es un homenaje que le hago a uno de los grandes maestros de la fotografía, don Sady González, del mismo grupo de Manuel H, Daniel Rodríguez y de Luis Gaitán».
«De hecho, Sady, en la trama, predice el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán. La novela transcurre entre los años 1948 y 2040. Me interesa la fotografía en negativo, que es el inconsciente, y que solo se eclipsa cuando despertamos. Eso tiene que ver con la sinestesia y los alquimistas, como el conde de Saint Germain y Paracelso, a quienes he estudiado».
-¿Por sumergirse a fondo en esas averiguaciones metafísicas es que no ha conseguido un trabajo fijo?
«Me he pasado la vida estudiando por mi cuenta, leyendo y escribiendo en bibliotecas, quizás, sí, desprendido de lo material, de las maratones económicas y el consumismo. Me interesa el conocimiento, nutrir ese potencial, que es otra forma de riqueza. Soy solitario por naturaleza, y eso me ha servido para comprender y adaptarme a la vida y el mundo».
¿Es usted un vagabundo ilustrado?
«Sí lo soy».
¿Quién le apadrinó ‘Sanadius’, su novela? ¿Cómo hizo para publicarla?
“No hubo padrino. Yo mismo fui a la imprenta, al barrio Carvajal, en Kennedy. Hice la gestión, la presenté, y al cabo de un tiempo me llamaron y me dijeron que la iban a publicar”.
¿En qué librerías se puede adquirir?
“Por ahora en Lerner, y en Ibáñez, que quedan en el centro”
-En este momento, ¿qué es lo que más le pide a la vida?
«Que se me dé la oportunidad de trabajar en una librería».
Son las diez y treinta y cinco de la mañana. Le propongo a Stiv un recorrido de infantería acelerada para lograr los dos objetivos fotográficos que faltan: la Librería Merlín y el Club de Ajedrez Los Reyes, en vista de que el Lasker, por tiempo, ya no alcanzamos.
La mirada de fascinación que Stiv pone en Merlín, sustenta su anhelo de trabajar con libros: palparlos, olerlos, leerlos, vivirlos, recomendarlos. Una vieja casa de tres pisos como esa, repleta hasta las vigas de enciclopedias y mamotretos de anticuario, está hecha a la medida de su burbuja. Seguramente arreglaría con Célico, su dueño, para que le deje un cuarto donde dormir, y quedarse allí para siempre.
Coronamos las fotos con tableros y fichas del club Los Reyes, a las 10:50 AM. Diez minutos para que Stiv alcance a zancadas el restaurante donde comienza su jornada de domiciliario. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos.
-Por favor, le encargo las fotos, envíemelas al WhatsApp-, reclama.
-Claro que sí, cuente con eso.
Me quedo pensando en los brutales contrastes que se cuecen en este mundo de los libros y sus autores. Mientras que, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, las grandes marcas promocionan con toda la pompa a rutilantes firmas, acompañados de sofisticados agentes literarios y jefes de prensa, en medio de un tumulto de cámaras, micrófonos y reflectores, el vagabundo ilustrado que acabo de entrevistar, se dispone a repartir almuerzos en tarros y bandejas de icopor.
Stiv está todavía joven y tiene mucho por contar. Ojalá, por lo pronto, logre su anhelo de trabajar en una librería.