Colombia sufre valerosamente los dolores del parto
Opinión

Colombia sufre valerosamente los dolores del parto

Ni el ELN ni las disidencias asimilan la excepcional situación, producto de las luchas y conquistas populares por las que atraviesa nuestra nación

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abril 21, 2023
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No son fáciles estos días para el país. Las reformas enfrentan serias dificultades por cuenta de una cerrada oposición parlamentaria, claramente originada en los intereses económicos de personas y asociaciones, acomodados a la idea de que el aparato institucional del Estado está hecho para favorecer sus negocios privados y ganancias. Si bien el ejecutivo busca oxígeno en la movilización callejera, esta no parece arrancar como se espera.

Se pudo ganar la presidencia, y con ella la vicepresidencia, lo que en un régimen presidencialista tan agudo como el colombiano tiene enorme importancia. En el pasado, por esa identidad oculta que guardan las fuerzas políticas tradicionales, el presidente podía, con coaliciones multipartidistas, asegurar su gobernabilidad, cosa que no ocurre hoy, cuando las coaliciones, más que un apoyo garantizado, se asemejan a mecanismos de presión extorsiva poco dados a ceder.

Las reformas a la salud, pensional y laboral implican relaciones muy distintas entre los grandes capitales y el conjunto de la población. Desde los años 90, por encima de la Constitución avanzada y elogiada, fueron los intereses de los primeros los que se impusieron, acompañados además por una retórica sin sentido real. La generación de empleo, la cobertura, la estabilidad de las finanzas públicas sirvieron de constantes excusas para el saqueo abierto.

La expectativa nacional con la política de paz total en marcha hace más complejo el panorama político actual. El objetivo de conseguir el fin de la violencia política y criminal, para que, sin ese lastre de conflicto permanente e intranquilidad, podamos los colombianos y colombianas enrumbarnos hacia mejores destinos, merece pleno e incondicional apoyo. Casi un acuerdo general apunta a superar para siempre los fantasmas del odio y la muerte.

Pero las complicaciones son numerosas. Y no me referiré al sector que se opone por tradición a cualquier diálogo y solución política, viendo como única alternativa la represión y la guerra. Ese puede jugar, pero en el contexto presente, pese a sus campañas por ensalzar a Bukele y presentarlo como la mejor opción para nuestro país, no cuenta con mayores respaldos. La inmensa mayoría quiere la paz, está harta de ese desangre inútil.

Preocupan con mayor intensidad las posiciones asumidas por los destinatarios de esa política, el ELN, las disidencias y la delincuencia organizada. A su manera, cada uno de ellos se muestra ensimismado con su propio discurso, creyendo ilusamente que el pueblo, la gente, los admira y aplaude. Ninguno asimila la excepcional situación, producto de las luchas populares, por las que atraviesa nuestra nación. Colombia ya no es escenario para luchas armadas.

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La comandancia del ELN insiste por fuera de la mesa en posiciones nítidamente desfasadas

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La comandancia del ELN insiste por fuera de la mesa en posiciones nítidamente desfasadas. Su férrea ortodoxia le impide admitir que el pueblo colombiano, mayoritariamente, en una difícil batalla que tuvo como primer escenario el estallido social y luego las justas electorales, consiguió elegir por primera vez en su historia llena de represiones y miedos, a un gobierno democrático y de avanzada que busca reformar el país basado en el apoyo de ese pueblo.

Permanecer alzado en armas constituye un garrafal error ideológico y político. Lo que exige el momento es sumarse al proceso ascendente de lucha popular y cambios democráticos por vías civilizadas. Igual vale para cualquiera de esas disidencias. Particularmente para las que ya abrieron conversaciones. La pose y el andar de Iván Mordisco retratan únicamente su fatuidad y arrogancia. Por más que se lo crea, él no es Manuel Marulanda, ni mucho menos el Mono Jojoy.

Ni su grupo son las FARC-EP, que democráticamente, en su décima conferencia nacional, en forma unánime, refrendaron los Acuerdos de Paz de La Habana, que aparte de las reformas pactadas, incluyeron la dejación de armas y la reincorporación. El desprecio a este hecho mundialmente reconocido, y al Acuerdo de La Habana, es espejo de su ceguera política. Cualquier negociación viable tiene que partir de ese Acuerdo, respetarlo y quizás mejorarlo.

Lo que el país espera es el fin definitivo de esas organizaciones, pese a que ellas crean lo contrario. Los hombres uniformados, sentados en caseríos tomando cerveza, con el fusil recostado a un lado, tras andar de finca en finca exigiendo sumas de dinero bajo amenaza de muerte o destierro, retozando jocosamente de sus desvaríos en la economía ilícita de los territorios, jamás harán una revolución en ninguna parte. Por más que juren vencer o morir.

Antonio García o Iván Mordisco no tienen idea de cómo actúan realmente sus tropas en los territorios. O peor, lo saben y lo disimulan. Ojalá entiendan que no pueden tirarse más el país y el futuro. El Petro en la ONU, en Venezuela o Washington, preocupado por la región y el mundo entero, es reflejo de la nueva Colombia que nace, un país que lucha contra su pasado de horror, sus desigualdades e injusticias, un país que está sufriendo los dolores del parto.

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