Las imponentes sabanas del Yarí volvieron a ser protagonistas de excepción de otro proceso histórico. Tras concluir una mediática cumbre de mandos y luego de presionar a múltiples organizaciones campesinas para que asistieran a su presentación en sociedad, el autodenominado Estado Mayor Central de las Farc, la mayor disidencia de las antiguas Farc-Ep, esbozó los puntos que orientarán sus posiciones en el segundo proceso de paz del gobierno Petro; tal vez, la pieza más incierta, compleja y retadora en el rompecabezas de la paz total.
La salida al ruedo de Iván Mordisco, el máximo comandante del autodenominado Estado Mayor Central (EMC), en algo recordó los años del Caguán, cuando los principales comandantes de las Farc-Ep, en el punto más alto de su poderío militar, se paseaban por la zona de distención, armados hasta los dientes y socializando el Movimiento Bolivariano ante cientos de civiles. Así fue como Mordisco presentó una disidencia que no ha parado de crecer en los últimos años -a base de nuevos reclutamientos- y con la cual el gobierno se fijó la incierta tarea de avanzar en un nuevo acuerdo de paz.
Para Mordisco, el EMC no es una disidencia, sino una auténtica continuación de las Farc-Ep. Su narrativa asume que sus hombres defienden los ideales del Programa Agrario de los Guerrilleros y desconocen la reforma rural integral del Acuerdo de Paz. Y por supuesto que los símbolos refuerzan esa narrativa: en su “caguanesca” puesta en escena se resaltaron los rostros de históricos comandantes del Bloque Oriental, el logo del Partido Comunista Clandestino de Colombia; además, se escucharon las clásicas consignas guerrilleras y algo que bajo ninguna circunstancia podía faltar: el himno de las Farc-Ep.
La intención resulta evidente y desde lo simbólico no puede dar lugar a equivocaciones: el EMC busca posicionarse ante la opinión pública como las Farc-Ep y así disipar esa calificación que los reduce a un mero espectro de disidentes enceguecidos por el “negocio” o como una bandola de reincidentes entrampados por el Estado.
De ahí que en su caguanesca puesta en escena no pudiera faltar un “baño de masas” con miles de campesinos e indígenas (algunos de los cuales denunciaron que fueron presionados para asistir), ya que así, sin dejar el más mínimo resquicio a la duda, le demostraba al Gobierno Nacional y a los más escépticos que tienen la capacidad de movilizar las reivindicaciones políticas de una sólida base social, o tal vez -volviendo a la perspectiva de los escépticos- de presionar las comunidades donde disponen de todo el control.
Ahora bien, saldado el tema de su reconocimiento político y su presentación en sociedad, lo que sigue es definir una agenda, las delegaciones negociadoras y la metodología. Y parece que el EMC cogió la sartén por el mango, pues ya le propuso al gobierno iniciar con una instalación en Noruega y concertar una mesa itinerante, pero no itinerante a nivel internacional como la que se lleva con el ELN, sino enfocada en los territorios donde ejercen control.
Dado que los eventuales negociadores del EMC desconocen radicalmente el Acuerdo de Paz, lo más probable es que esa negociación no será un proceso para “ajustar las tuercas” o acelerar la implementación (lo que sí podría pasar con la reincidencia de la Segunda Marquetalia). Todo parece indicar que se empezará desde cero con una agenda de corte rural y maximalista en relación a cambios estructurales, sin las famosas “líneas rojas” que Santos le impuso a las Farc-Ep en La Habana (recientemente cuestionadas por Petro).
Para bien o para mal, el Acuerdo de Paz no será objeto de renegociación, discusión o ajuste en el proceso con el EMC.
Seguramente, si la negociación llega a buen puerto se vendrá un nuevo acuerdo de paz con disposiciones específicas en relación a la cuestión rural, la participación en política (con la creación de un nuevo partido político) y la justicia transicional (con la creación de una nueva jurisdicción especial). ¿Podrá ir más allá de lo acordado con las antiguas Farc-Ep en La Habana?
Por el momento solo hay incertidumbre, lo único cierto es que el principal factor en contra de este nuevo proceso de negociación es el tiempo, pues el gobierno se va quedando sin aplanadora en el Congreso y sí o sí, cualquier acuerdo implicará un paquete normativo que garantice su estabilidad. Si las negociaciones se dilatan y no se aterrizan en aspectos concretos, solo quedarán como el preludio de una puesta en escena tan lamentable como la que se vivió en los años del Caguán.