Kepa Amuchástegui tenía 25 cuando creyó coger el mundo a dos manos. Era líder y director del grupo de teatro de la Universidad de los Andes, donde estudió Arquitectura más por iniciativa de sus papás que interés propio. Como mejor actor de un festival universitario, se ganó una beca para estudiar teatro en París. Creyó que haberse ganado aquella beca y haber recibido buenas críticas por su actuación experimental universitaria lo habían hecho un dios actoral. Aterrizó en la capital francesa engreído y petulante. El ego, que era más grande que él, solo le duró unas horas.
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Pasada la medianoche de ese 16 de octubre de 1966, cuando estaba de fiesta con algunos conocidos en un apartamento de la capital francesa, un terrible accidente le bajó los sumos a nivel del suelo y lo hizo ser el hombre sin pretensiones y humilde que ha sido y es desde aquel día. Tres jóvenes y una chica, todos de la misma edad, estaban bebiendo al lado de una chimenea que no tenía la intención de prender. Uno de aquellos muchachos trajo un líquido inflamable en una sartén para encender a las malas la madera mojada. Un estallido se produjo al contacto de la chispa con el combustible y el contenido de la olla le cayó encima a Kepa y se prendió.
Ninguno de los tres jóvenes con quienes compartía esa noche, lo ayudó. Después de apagarse, bajó al garaje, cogió uno de los carros que estaba estacionado allí y buscó un hospital. Kepa Amuchástegui permaneció dos meses metido en la unidad de quemados de aquel lugar. Vio morir del dolor a más de uno, durmió y despertó con los gritos de pánico que generan las llagas en la piel.
Hoy, a los 81 años, después de haber participado en más de 70 producciones de teatro y televisión como actor, director y guionista, considerado uno de los grandes de la época dorada de la televisión, sigue siendo el hombre sencillo que regresó de París a finales de los 60. Su humildad le da para bajar la cabeza con orgullo y levantar la mano para pedir trabajo a falta de dinero en su billetera para mercar con tranquilidad como lo hizo la semana pasada a través de un mensaje en sus redes sociales.
No es la primera vez que Kepa Amuchástegui pide trabajo. Ya lo había hecho hace un par de años, en plena pandemia. Aunque levantó ampolla en directivos de los canales privados RCN y Caracol, a quienes no les gustó el mensaje, al parecer sirvió porque en 2020 grabó con Caracol La reina de Indias y El Conquistador. Un año después, grabó con RCN La nieta elegida al lado de la también actriz de gran experiencia, Consuelo Luzardo.
El reciente mensaje de Kepa, que lleva activo como actor más de 60 años, dice: “Estoy necesitando trabajo. Por si nada de lo que he venido haciendo durante los últimos 50 años funciona (escribir, dirigir, actuar para teatro, cine y televisión) también soy buen traductor al español tanto del francés como del inglés. Si alguien sabe de algo, por favor”.
Kepa reconoce que no ha sabido ahorrar durante su larga carrera de actor y director. Todo lo que ha ganado se lo ha gastado bien. Tiene una buena casa, un buen carro parqueado en el garaje, pero con el paso de los meses, ha visto cómo la alacena y la nevera se han ido desocupando sin poder llenarlas con facilidad. Ese es el actual problema.
Kepa Amuchástegui, hijo de inmigrantes vascos que llegaron a Colombia en 1938, empezó muy joven en el mundo de la actuación. Apenas entró a la Universidad de los Andes, donde le tocó matricularse en Arquitectura –que no terminó– se metió en el grupo de teatro. Por buen actor, se volvió famoso en el círculo de teatreros universitarios y la fama lo llevó a Francia de donde volvió con los pies bien puestos en la tierra. A finales de los años sesenta, a su regreso a Colombia, junto con Consuelo Luzardo, Germán Moure, Gustavo García y Paco Barrero fundó el teatro La Mama, espacio que le dio gran reconocimiento a su nombre dentro del teatro nacional, al punto que los directores querían tenerlo como estrella entre sus producciones, pero no quiso dejarse tentar porque se consideraba un actor de tablas y pensaba que la televisión prostituía a los verdaderos actores.
Cayó en la televisión a los 42 años, una noche que recibió al director David Stivel y al guionista Julio Jiménez en una de las oficinas del teatro de la calle 72, luego de una exitosa obra que estaba haciendo al lado de Luis Eduardo Arango y Fanny Mickey. Después de que le mencionaron cuánto le iban a pagar por capítulo, se convirtió en el Inquisidor Juan Mayorga, personaje que lo catapultó de fama, le dio reconocimiento nacional y dinero. Después, no pudo despegarse de la televisión y vinieron otras producciones que lo hicieron aún más reconocido como la interpretación de Pedro Bravo de Rivera en Los pecados de Inés de Hinojosa junto a Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco.
Desde entonces, Kepa empezó un largo recorrido como actor, director y libretista, que hasta el año anterior estuvo más o menos vigente. Ha estado en 10 películas de cine y en no menos de 40 series y novelas en televisión compartiendo set y dirigiendo a los más grandes actores del país, por no decir, a todos.
El actor bogotano considera que las actuales producciones no hacen papeles para ancianos. A los viejos, dice Kepa, los van dejando en la retaguardia. En el olvido. Algún dinero les llega por regalías, gracias al lobby que han hecho los sindicatos de actores, dice el hombre que también se hizo famoso con el papel de Roberto Mendoza en Yo soy Betty la fea, pero que los ingresos solo le alcanzan para los cigarrillos que compra al día y que lo único que pide hoy es que lo tengan en cuenta para poder llenar la alacena con la tranquilidad de no estar poniendo la mano.