Desde que obtuvo por allá en el año 1998 el premio Juan Rulfo en París, con su cuento “Pesadilla en el Hipotálamo”, nos mantiene con la boca abierta cada que sale una nueva de sus publicaciones. Cada vez más inteligente, amena, acertada.
Con Julio hemos compartido gratos momentos y siempre su conversación es cargada de luz, y de ese algo que vamos perdiendo por la rudeza de los días: la finura del humor. Deja esa sensación de querer continuar escuchándole y compartiendo sobre los temas que se aborden. En todos es erudito.
En ocasiones se le va la mano, y suelta la lengua para clavar alguna punzada en el cuello de quien no está muy en su corazón, pero eso es otra forma de admiración, digo yo. Y lo trato de frenar, a él, que es incorregible…
Su reciente publicación titulada “La letra, el número y la cosa” (Ensayos al filo de la navaja) -editorial Ariel-, no son más que una secuencia de bien tratados análisis de crítica literaria (muy poco valorada en estos tiempos, pero necesaria), de ciencia, de moda, de ese inagotable que es el amor.
Nos deja perplejos por el preciso y entendible lenguaje con que va ilustrando asuntos que, para el resto de los mortales, están cargados de aridez. Londoño los comenta como cuando se habla de una noticia en el desayuno. Y su lenguaje atrapador va cautivando página a página, de un total de trescientos once folios que tiene la edición.
Nos habla Londoño muy bien de Borges, sin caer en lugares comunes. Ahonda en su obra, en su manera de narrar. Igual, dedica algunas páginas a Mutis (que este año se cumple el centenario de su natalicio) y aunque demuestra, con vehemencia, su desinterés por la obra de este sibarita, también nos narra ese affaire con la Poniatowska; y allí Julio pierde su debate y cae, redondo, admitiendo que hay una obra de Mutis que sí le cautiva: “La última escala del Tramp Steamer”, que para mí, todo lo contrario, es su obra más débil.
Como ya dije, Londoño nos habla de la ciencia, de la evolución, de la forma como el ser humano ha ido avanzando con el paso de los años, de los siglos. Nos enseña sobre la importancia del huevo en la evolución humana. Pero lo hace de esa manera tan sencilla, que quien lo lea, cree ya ser todo un biólogo. Y no se queda allí, para rematar el palmirano nos habla de un asunto que a diario vivimos, pero no contemplamos con la poesía con la que él nos examina. Nos habla en un ensayo de “Los Sentidos” y aunque es un tema que se cree solo para especialistas de muy alto nivel, solo para un Phd, en esta publicación nos muestra todo lo contrario, de manera sencilla, con ese lenguaje tan ilustre pero inteligible, de que la ciencia es para todos.
Veamos una pequeña muestra de ese confite. Cómo traduce la anatomía humana, que tal vez el Bruselino Vesalio envidiaría:
“Siempre nos han dicho que tenemos cinco órganos sensoriales, uno para cada sentido. En realidad, es un solo órgano que tiene dos metros cuadrados de área, siete kilos de peso y un bello nombre: piel.”
Y así nos va ilustrando de otros temas que en ocasiones no tenemos la posibilidad de poder ahondar, pero gracias a su reciente libro tendremos ese espacio que se abre al conocimiento para el bien de todos.
Londoño estará en la feria internacional del libro de Bogotá, presentado su libro. Seguro tendrá debate, hablará del amor como esa forma que le ha marcado el corazón de su existencia. De los amigos con quienes departe ahora en Palmira, esa tierra donde huele a pandebono a las cuatro de la tarde, según tantas veces le he escuchado decir. Claro, también saca su afilada lengua para darle garrote a quienes no son parte de sus afectos, pero eso lo hace más humano.
Me dice que está yendo al bar “El balcón del ratón” a escuchar tangos y milongas. A tertuliar… que hay que iniciar una cruzada para rescatar esos lugares donde la bohemia es el eje del quehacer cultural. Ya William Ospina había pedido que no dejásemos caer “Evocación” pero la pandemia nos pudo más, le dije.
Es una pluma que hay que leer, tanto en su rigor literario como en sus columnas de opinión que sábado a sábado se publican en El Espectador. Aunque en ocasiones se le va la mano ideológica, que es propio del opinador (que me ahuyentan de terminarlas), sigue teniendo altura en el debate. Incluso, una de sus columnas le ha permitido obtener premio de periodismo Simón Bolívar.