Se puede presentar en cualquier lugar, sea que esté vigilado por un ejército armado hasta los dientes o abandonado a la buena de Dios. Uno está de lo más feliz, tranquilo y desprevenido, cuando de pronto… ¡zambomba!, aparece como fantasma de la nada.
Hablo de la inseguridad.
Nadie puede afirmar que está a salvo, blindado y súper seguro en una vía pública, almacén, parque, fábrica, playa, muelle, carretera, vereda o cualquier rincón de la viña del señor.
Ataca sin distingos. De Colombia a la antípoda Indonesia, de Madagascar a Kiribati, de la Cochinchina a la Patagonia, de Guatemaya a Guatepeor. Un paréntesis. Digo «Guatemaya» porque este nuevo topónimo lo promueven amigos maya-guatemaltecos. Sintonizo con estas autónomas propuestas de renovación cultural. Recién, también sintonicé la ciclística II Vuelta Bantrab, que se acaba de rodar por allá, en Guatemaya. El Team Medellín-EPM fue primero por equipos, con el 1-2 de campeón y subcampeón, que fueron el oseño Óscar Sevilla y el pescano Miguel Ángel López. Culturizo lo de los gentilicios: uno de Ossa de Montiel, España; y el otro de Pesca, Boyacá.
Te reitero, eso de Guate…“mala” suena a mala pata. ¡Brrrr!
Continuemos. Tú estás de orgulloso y desprevenido turista en la Unái, mirando plácido la mañana, al pie de dos rascacielos gemelos ubicados en una de las metrópolis más archiprotegidas del mundo, la Gran Manzana. De súbito, un avión se estrella contra una de las moles de hierro y concreto. Corres como alma que lleva el diablo. Al rato, otro jet en la otra. Luego ves cómo los dos colosos se derrumban como castillos de naipes.
U ─otra vez turisteando año y medio más tarde─ te estás tomando una foto en un verdoso, fértil y cultivado campo mesopotámico, disfrutando aromas a flores silvestres y armoniosos trinos de pájaros cantores. En un abrir y cerrar de ojos, escuchas atronadores ruidos por el bombardeo desatado desde aviones de guerra. Resulta que el país de las dos torres derribadas acusa al país árabe ─en el que te encuentras gozando de merecidas vacaciones─ de tener armas de “destrucción masiva”. Años más tarde, lo del tal armamento resultaría ser un bulo más falso que billete de mil dólares.
O supón que eres profesor de un colegio americano, y ves que en el patio juega una multitud de niños, riendo alegres. En eso aparece un loco con un fusil de asalto que acaba de comprar en una armería situada a tres cuadras, tirando balas a diestra y siniestra. Un vigilante saca un revólver con ágil ademán de pistolero del Far West, le da al orate y lo deja turulato. Qué macabra experiencia, en especial para los infantes.
O habitas una casa amplia, abres la puerta del patio a primera hora de la mañana ─para que entre aire fresco─ y he ahí que dos frescos asaltantes con sendos “fierros” te encañonan y empujan al interior. Amenazan a todos los que encuentran en la vivienda, los meten a un baño y proceden a robar lo que consideran de valor, no sin antes llenar sus buches con el delicioso desayuno acabado de preparar. Pobrecitos, muertos de hambre, toda la noche esperando que abrieran la puerta del patio.
O estás arrellanado en la abullonada silla preferida de tu sala, en una ciudad, suburbio-dormidero o casa rural, y atiendes una llamada telefónica con toda amabilidad. Es un desconocido con voz gutural que te amenaza con que tienes que darle tantos millones o, si no, atenta contra tu familia. De una le cuelgas y llamas a policía. Como a las tres horas, dos agentes motorizados llegan y te aseguran que se adelantará una investigación exhaustiva.
O vives en un barrio popular en Mocanápolis, la capital caribe colombiana que algunos quieren apodar dizque “Vacasquilla”. ¡Qué horror! Bueno, sigo. Hay un fiestón casi al frente, amenizado por un potente picó. La bulla estridente no te ha dejado dormir en toda la noche, a pesar de tener tapones en las orejas y de irte con el colchón al último cuarto. Oyes disparos. Al rato te enteras que aparecieron sicarios en motos disparando hacia la fiesta. La policía informa que fueron cinco muertos y 14 heridos.
Hay múltiples casos de inseguridad conexos a violencia cinética o potencial, física o psicológica. Se pueden presentar en barriadas y condominios. Aquí y allá. En el campo o la ciudad. Intrafamiliar o vecinal. Importa un comino tu estrato social, estatura, color de piel, edad, peso, sexo, ocupación o grado educativo. Podría incidir la pertenencia a un grupo delincuencial, por aquello que “los criminales se matan entre sí”, como dice Kalimán.
¿Qué se puede hacer contra el ancestral problema de la inseguridad?
Puestas sobre el tapete hay sopotocientas iniciativas. Te sugiero apoyar una: organizar los vecindarios de forma inclusiva y oficial. Que es difícil.
Después de dos siglos de vida republicana considerando los vecindarios como tierra de nadie, es algo complicado tratar de hacerle ver a tu chip cerebélico-cortéxico que tienes la obligación y el deber de participar en la vida comunitaria con mentalidad asertiva, consciente y democrática.
Mientras intentamos solucionar esto, cantemos un trozo de la letra de la canción Violencia, compuesta por el maestro banqueño y universal José Barros, interpretada por Gabriel Rumba Romero y su orquesta:
“Violencia, por qué no permites que reine la paz,
que reine el amor,
que puedan los niños dormir en sus cunas
sonriendo de amor”