Al lado del malecón del Rio está la aleta de Tiburón. Un hincha enfebrecido, que tiene una de las empresas más prósperas del país, decidió recuperar un espacio que estaba perdido, lleno de maleza, para transformarlo en una estructura de vidrio de 26 metros de altura que está rodeado, además, por las huellas de los hombres que hicieron grande al equipo más despreciado del país. La aleta de tiburón se enciende de colores en la noche. Si te paras debajo de ella y hablas podrás descubrir todos los secretos del vidrio en el que está hecho. El sonido se expande. Se hace eco. Acá un grito de gol se escucha hasta Bogotá, la ciudad que se ha especializado en odiar al Junior.
Ayer Curramba volvía a recuperar su fe. Anoche el Junior de Bolillo, después de concentrar a sus jugadores durante dos semanas, de ponerlos a tono físicamente, derrotaron a Nacional en Medellín. Si, en el Atanasio Girardot. Las mesas de análisis de los periodistas cachacos se rasgaron las vestiduras y se preguntaban algo una y otra vez ¿Cómo el equipo de Autori había perdido con tan pobre equipo? Incluso el jefe de la mesa, Pacho Vélez, afirmó hace unas semanas que el Junior era un equipo de provincia. Estar en Barranquilla en día de partido es recuperar por unas horas la memoria de que esta es una ciudad carnaval. Todos se quitan su ropa habitual para estar con el atuendo que adoran, que los identifica. Son legión. No es ningún equipo chico y no sólo porque esta camiseta la hayan vestido Victor Ephanor, Valenciano, Pibe Valderrama, Garrincha o Delménico, sino porque es un sentimiento que aglutina a millones de costeños. El Junior, como es el Nápoles en el sur de Italia, reivindica una región del racismo del centro, de cachacolandia. Por eso es que en Barranquilla disfrutan tanto la cachetada que le acaban de pegar a los arrogantes paisas. El metropolitano no es un estadio, es una iglesia.
El regalo que le hizo un hincha enfebrecido a su equipo, a su ciudad, llamada La aleta del tiburón, es apenas una muestra de lo que puede hacer alguien que adore a su equipo. ¿Qué otro hincha en el interior del país puede darle este regalo a su equipo? Ninguno, acá todo es desmesurado, grandioso, hermoso. Ésta ciudad, Barranquilla, y no Aracataca, es de donde sacó García Márquez el universo de Macondo. La aleta del tiburón y su creador, son una prueba fehaciente de esto.