Sin cultura no hay paz

Sin cultura no hay paz

El Cambio Social es un Cambio Cultural. Una paz que no se cante, que no se cuente, que no se pinte y se represente, se retrasa

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abril 10, 2023
Sin cultura no hay paz

En este momento de cambio social necesitamos construir una cultura de paz como asunto fundamental del Relato de Nación. La paz no son solo los acuerdos entre el gobierno, la insurgencia y los armados, -que, por supuesto, son determinantes-. La paz es también, una cultura transformadora que nos ayude a dirimir los conflictos y los desacuerdos desde un lugar que no sea la aniquilación del otro o de la otra.

Sin embargo, pareciera que esto no es importante. Se cree que la cultura se refiere exclusivamente a las artes y las letras o a las expresiones de los pueblos indígenas y afrodescendientes.  Y la cultura va mucho más allá, tiene que ver, -como decía el poeta africano Amilkar Cabral- con la construcción de las respuestas que los pueblos y las personas dan a las crisis. También con los imaginarios sociales, los territorios y la época.

Por otro lado, se cree que la paz es un asunto exclusivo de la política, como si la cultura no fuera el asunto político por excelencia. Lo es porque de la cultura de una sociedad y de una época depende la voluntad social y personal para asumir los cambios. Y estamos en una época de cambio donde lo que está cambiando es la época misma.

Estamos en medio de una crisis medioambiental planetaria que ha puesto en riesgo la preservación de la humanidad. Miles de especies desaparecen cada segundo. Y la tierra está siendo horadada de tal manera, que los científicos anuncian la posibilidad de un no retorno. Además, todavía, desde el gran capital, se fomenta la dominación y el despojo con el fin de garantizar el dominio de los imperios. Se trata, como dicen algunos, del preludio de una crisis civilizatoria.

Al mismo tiempo, los avances científicos, técnicos y humanistas son verdaderamente asombrosos. Hoy sería posible, como nunca antes, revertir esta crisis si se volviera a colocar la vida en el centro. Sería posible, si se cambiara la cultura compulsiva y patriarcal de la dominación, de la acumulación y del adueñamiento de territorios, de capitales y de los cuerpos por una cultura de Paz.

Nunca antes como ahora, existieron culturas ambientalistas que promueven el cambio de actitud y de costumbres para cuidar la vida y preservar la tierra. Nunca antes hubo culturas animalistas que defendieran las especies. Y nunca antes hubo culturas que asociaran como ahora, el cuidado de la vida con la preservación de la naturaleza. Las perspectivas de género y diferenciales, gracias a la lucha de las mujeres, hoy forman parte de los planes de vida y de nuevas nociones de libertad. Estamos no solo en una época de cambio, sino en un cambio de época.

La cultura, por lo tanto, no sólo se está transformando a sí misma, sino que puede contribuir a transformar los imaginarios de la época. Por esa razón, desde el lugar de los depredadores y de los patriarcas, emergen con gran eficacia las nuevas guerras culturales, que no son otra cosa que el uso de los avances tecnológicos para conducir los imaginarios sociales en favor de una ideología que garantice la permanencia hegemónica de las ideas retrógradas que todavía perviven en la sociedad.

En Colombia tenemos la experiencia reciente de una guerra cultural que se libró en el Plebiscito por la Paz en el cual triunfó la campaña del NO. En esta ofensiva se utilizaron falsas narrativas que generaron pánico a los acuerdos de Paz. Esta guerra utilizó el miedo al aborto y la estigmatización contra la población LGTBQ+ para oponerse a los acuerdos. Las consecuencias las estamos padeciendo todavía. La Paz se salió del corazón de la gente y se le abrieron las puertas a la estigmatización y a los entrampamientos. Y a que una parte de la insurgencia se devolviera a la guerra.

Hoy, ante la posibilidad cierta de una Paz Total, es un imperativo ético movilizar, desde la cultura, la voluntad de Paz de la sociedad en la defensa de la vida. Colocar la vida en el centro de todo tiene que ir más allá del discurso. Debe ser una construcción cultural desde el afecto, hasta que amemos la vida, como dice el cantautor Cesar López.

La crisis mundial nos está haciendo vivir en medio de un estado permanente de alarma que se expresa en un profundo malestar en la cultura.  La humanidad se debate entre la crisis climática, la guerra de Rusia -Ucrania y el derrumbe del modelo neoliberal que defiende el mercado por encima de la vida.

Gramsci plantea la tensión entre política y cultura con gran claridad cuando habla de que la hegemonía cultural antecede a la hegemonía política. Quienes hemos sobrevivido a la guerra y a la violencia, sabemos que primero, mediante campanas sistemáticas de desprestigio, se estigmatiza a quien se quiere excluir o desaparecer, una persona, un grupo o un movimiento, léase Unión Patriótica, y, luego, es relativamente aceptable, su aniquilamiento. También hemos visto cómo, mediante la manipulación cultural de las emociones, emergen de la nada, candidatos y personajes.

A la llamada limpieza social, que cobró centenares de muertos entre los habitantes de calle, le antecedió el término de “desechable”. Se trató de una verdadera condena a muerte en el lenguaje, es decir, en la cultura. A los miembros y simpatizantes de la U.P les antecedió la falsa razón de la combinación de todas las formas de lucha, lo que, hasta cierto punto, le sirvió a la política contrainsurgente de pretexto para el exterminio. Hoy, por fortuna y gracias a la tenacidad y persistencia de las víctimas y de la Corporación Reiniciar, la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó, finalmente, la sentencia implacable en la cual se responsabiliza al estado colombiano por el exterminio.

Las guerras culturales son difíciles de entender y de enfrentar porque, casi siempre, son invisibles. Se basan en narrativas repetidas muchas veces, en las cuales los autores del conflicto, se aprovechan de las crisis para construir una amenaza desde la  política y nombrar  un enemigo. Estas guerras se hacen por medio del rumor con el apoyo de  medios de comunicación y de redes sociales hasta que se instala el mensaje en el imaginario colectivo. Influyen en el universo jurídico y pueden llegar a condenar a una persona, incluso a presentarla como delincuente: léase Lula da Silva, presidente del Brasil, hoy liberado de toda culpa después de que permaneció dos años prisionero por una guerra cultural -disfrazada de jurídica- en su contra.

Por estas razones, hemos estado desde siempre clamando por enfrentar las narrativas perversas en contra de la Paz, proponiendo la necesidad impostergable de construir una Cultura de Paz. No es posible que continúen los oídos sordos ante este reclamo.

Hemos estado en todos los procesos de Paz pintando palomas, trabajando con las víctimas desde el arte y el teatro, hemos salido a las calles a hacer performances, hemos cantado, contado y gritado.

Estamos hablando de la necesidad impostergable de convertir la paz misma en cultura, es decir, en manera de ser, de pensar y de reaccionar frente a los conflictos. De que la paz sea el lugar de la enunciación de todo lo demás. Y, para eso, se requieren políticas culturales que establezcan una relación compleja y orgánica entre cultura y paz. Y que en esas políticas se incluyan las artes, las  letras y los saberes.  Se trata de que la paz llegue al alma de la nación y al corazón de la gente. Y de que la construcción de la paz, sea, por fin, el gran Relato de Nación que Colombia necesita.

El profesor Jesús Martín Barbero, decía, con mucha vehemencia, que Colombia no tiene un Relato de Nación. Yo no soy tan radical, creo firmemente que sí tenemos un Relato de Nación, pero fracturado y, las más de las veces, refundido en el olvido de la desmemoria histórica.

El Relato de Nación es la capacidad de los pueblos, de construir historias comunes y relatos compartidos. Y el gran Relato de Nación de Colombia, en esta época de cambio y en este cambio de época es, sin lugar a dudas, la construcción de la paz. Tenemos que recuperar la historia de todo lo que nos ha pasado para que podamos comprenderlo y  superarlo. Despertar y poetizar la memoria ocultada y expresarla en todos los lenguajes hasta que sea una leyenda  compartida.

Llamamos al gobierno del presidente Petro, en quien tenemos puestas tantas esperanzas, a las instituciones, en particular a las culturales, educativas y ambientales, a pensar, de una vez por todas, en la implementación cultural de la Paz. No basta con ponerle la palabra Paz a unos programas. Se trata de construir una cultura verdaderamente transformadora que corresponda al cambio prometido y que forme parte de la construcción de la Paz.

Estamos seguros y seguras de que, para que se llegue a la Paz total, tenemos que acudir a otros territorios distintos a la racionalidad política y mediática. Apelar a los afectos y a los sentimientos para que la  Paz se coloque de una vez por todas,  en el alma de la nación y en el corazón de la gente. Y, existen decenas de ejemplos en el arte y en los saberes, centenares de obras de las víctimas  y de las y los artistas, películas,  poemas y obras de teatro que merecen ser tenidos en cuenta porque forman parte del relato.

Hemos dicho y lo repetimos aquí, que el Cambio Social es un Cambio Cultural. Y que una paz que no se cante, que no se cuente, que no se pinte y se represente, se retrasa.

VENIMOS A OFRECER EL CORAZÓN.

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