Dos características tienen los grandes cambios políticos. La primera, que no son nunca procesos de corto plazo, como un período presidencial de cuatro años, por ejemplo. La segunda, que si no se tiene el poder parlamentario para hacerlos en solitario se requiere del concurso de mucha más gente que aquella que propuso el cambio original, gente con quien hay que negociar. Una consecuencia de esa situación es que los amigos originales, más radicales, del gobierno son cada día menos indispensables y tienden a convertirse en una carga para el gobernante. La historia está llena de ejemplos de cómo los abanderados de los comienzos son avasallados por la dinámica de los cambios y a veces terminan por ser sus víctimas. Algo así como que fue necesario guillotinar a Danton y a Robespierre, para que Napoleón fuera Emperador. O eliminar a Trotsky para que Stalin tuviera el poder absoluto.
Y es que a quienes menos necesita un gobernante que tenga una visión reformadora del Estado es a sus amigos, porque ya cuenta con ellos y estos no se pueden dar el lujo de cortar esas amarras. Si por su radicalismo se convierten en una piedra en el zapato para ambientar el cambio, dejan de ser útiles políticamente, aunque la amistad se conserve. El gobierno de Gustavo Petro está al borde de que le pase eso a medida que va siendo evidente que el poder para sacar adelante sus reformas, ajustadas a las realidades políticas de la coalición de gobierno y a la opinión pública, está por fuera del Pacto Histórico. Esa negociación, si se quiere de verdad mejorar los sistemas de salud, laboral y de pensiones, y avanzar en la conversión energética y en la Paz Total, todas urgentes necesidades sentidas de la Nación, implica que los miembros más radicales del Pacto Histórico se vayan dejando atrás.
Lo que está sobre la mesa de las reformas es que todas requieren prolongados períodos de transición, que superan con creces el actual período presidencial. Se habla de 15 años para la conversión energética, pues se necesita del petróleo y del carbón para financiarla; de un indeterminado y prolongado período para el establecimiento de cerca de tres mil Centros de Atención Primaria en Salud y para la habilitación de la Adres en el manejo de los recursos del sistema de salud; de dilatados regímenes de transición para el establecimiento de los cuatro pilares pensionales, respetando derechos adquiridos y ahorros privados. Para no hablar de la Paz Total que es un complejo e incipiente proceso de negociación política de un lado y de sometimiento a la justicia del otro, en una frontera nebulosa entre las dos, marcada por las economías ilegales que alimentan a todos sus protagonistas, lo cual va a requerir un gran acuerdo político, para que no le suceda lo acontecido con los acuerdos de La Habana.
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No es clara hoy en día la presencia por mucho tiempo en el gabinete de las figuras más caracterizadas del petrismo, tan activistas, tan entusiastas y tan perturbadoras
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Y nada de eso podría realizarse si los abanderados del gobierno se empeñan en soluciones radicales que solo entraban un proceso de negociación, que si es exitoso le daría al gobierno una garantía de continuidad de esas políticas más allá de su período presidencial. Para decirlo de otra manera, si el gobierno de Gustavo Petro negocia las bases de unos cambios políticos viables que fortalezcan el Estado Social y hagan más equitativa y pacífica la vida de los ciudadanos, la reducida oposición política no tendrá en mucho tiempo la oportunidad de llegar al poder. Así que no es clara hoy en día la presencia por mucho tiempo en el gabinete de las figuras más caracterizadas del petrismo, tan activistas, tan entusiastas y tan perturbadoras, que pueden ser arrasadas por la dinámica de las reformas las cuales tienden a reflejar un criterio político más de centro, con la aquiescencia presidencial.
Hay actualmente circunstancias llenas de accidentes y malentendidos, que es siempre el ejercicio cotidiano de la política. Pero, no es que el Pacto Histórico se esté desintegrando, sino más bien que ya ha cumplido su propósito, que fue llevar a Gustavo Petro a la Presidencia. Ni es que el presidente esté perdiendo gobernabilidad, sino más bien que la está ampliando con realismo. Y con la habilidad de un violinista en el tejado para mantener contentos a los amigos que ya no necesita y conquistar a quienes lo miran con desconfianza.