¡Qué animosidad! Las noticias, nuevamente, no dan pausa; unas tras otras, en cascada: un tsunami. Miren ustedes: los ofrecimientos de la Fiscalía con respecto al hacker; los ofrecimientos o la expectativa producida por la Fiscalía, por cuenta de las denominadas chuzadas; los escondites internacionales de dineros para evadir o eludir al fisco; los posibles sobornos petroleros; y, más… ¡aún hay más! Sí, sí, un torrente sinfín. Y, por supuesto, las sacudidas, los pruritos, la comezón que deja, desde lo que tiene relación directa o indirecta con las conversaciones de paz, hasta los señalamientos o desconceptualizaciones de la jornada de caminata por la vida. Un cataclismo, un paisaje a lo Pompeya o mejor, Sodoma y Gomorra; el pánico cunde, los ánimos se exaltan, los protagonistas se victimizan; todos a una se pronuncian perseguidos y, perseguidos políticos. ¡Alto ahí!
En teoría política se ha dicho desde siempre que el poder es fuerza reglada; reglada por los marcos que constituyen la civilidad toda, vertida en valores compartidos, básicos, que conforman la Constitución; de esa manera se supera el ancestral sinónimo de poder: la fuerza, la imposición de la misma, la irracionalidad.
El ejercicio del poder se ha considerado como un arte, el ‘arte del poder’ que, en postura de la modernidad, se impone con la legitimidad —diversa a la legalidad—; la legalidad es lo que está o se encuentra en forma normativa; la legitimidad, lo que permite los consensos, aún en el disenso; la legitimidad, en suma, se siente y se percibe como la autoridad del poder; desde los antiguos romanos se definía o se ponía alcance al poder por medio de tres elementos constitutivos de su ejercicio:, como la autoritas‘(…) el saber socialmente reconocido (…)’,la potestas ‘(…) El poder socialmente reconocido’ y, en su marco la majestas, como la constituida por el pueblo, los integrantes humanos. Poder, en dinámica, tres elementos en relación.
En lo operativo y, en época de la democracia que hoy conocemos, la intrincada relación se mueve por el ejercicio del gobierno y la oposición. Relación que fue desconocida, expulsada, mandada a extramuros, al ostracismo por lo que se denominó el Frente Nacional , creado para superar lo que se dio por llamar la violencia partidista de la primera mitad del siglo pasado y, si bien amainó la destrucción, posiblemente lo que produjo fue un aplazamiento y recrudecimiento de lo que hemos padecido, por más de cincuenta años, a cuenta de la subversión, el narcotráfico y la corrupción. Y, ahí vamos. Pero cuando surge nuevamente la relación gobierno - oposición, lo que ahora se presenta en la platea es, primero, la fragilidad de los partidos tradicionales, luego su atomización y, ahora, los partidos políticos como mercado de autoservicios en glotonería burocrática o sencillamente, medios para la imposición violenta de ideologías que se creían, qué pesar, superadas en el mundo. Como que toda la penúltima moda, es la moda entre nosotros: la feudalización del poder, del Estado y, entonces, de los fines de la Nación.
Los agentes del gobierno, ocupados en los anuncios de gestión y, defendiéndose de la oposición; y, la oposición sin oponer ideas para que sirvan de vehículo hacia el poder, atacando al establecimiento, como si no hicieran parte del él. Sea dicha esta precisión, el hecho de ser oposición, no quiere decir que no se haga parte de la institucionalidad; que más institucionalidad que la oposición que así, legitima al gobierno y se puede convertir en tal, pues sus ideas son también de gobierno, pero no en ejercicio sino en tránsito hacia él.
Cobra mayor dimensión de dislate, cuando al estilo Sansón, no se pone en tránsito un edificar, hacia la realización de los fines del Estado, como es la paz, sino se agobian los caminos, a los protagonistas, con tal de acabar con la posibilidad de convivencia.
La saga en violencia, está tornando la gestión política y de poder en un escenario de ruptura social, sin potestas, sin autoritas y, lo peor, sin maiestas, pues las víctimas, así, aumentarán. Se ha cambiado la idea de oposición por gritos de suposición. Obvio, no estamos haciendo referencia a la izquierda, sino a los que ejercen la suposición en clave de guerra.