Lucho es un amigo que trabaja como ayudante de construcción en donde se le requiera. Vive en uno de esos barrios de Sincelejo que muchos de nosotros “mal llamamos” marginal. Sale de su rancho (como él mismo lo llama) todos los días a las siete de la mañana y regresa a eso de las 5:30 pm. Su mujer le organiza un porta comida , y en un tarro de cola granulada le empaca algo de guarapo.
Hace unas semanas Lucho no pudo llegar puntual a su trabajo porque el servicio de transporte público fue suspendido en la ciudad. Según él mismo escuchó, al parecer las busetas viejas, sucias y destartaladas salían de circulación, pues el Alcalde por fin traería el nuevo parte automotor que transportaría a cientos de ciudadanos por las calles sincelejanas. Mi amigo y otros más se alegraron con la noticia y aunque durante aquellos días tuvieron que pagar un poco más para movilizarse, sabían que pronto estrenarían las nuevas busetas que, además de transportarlos cómodamente, embellecerían el pueblo.
Pasaron un poco más de 15 días cuando Lucho volvió a ver un bus recorriendo las calles de su barrio; se trataba de un “camastrote” enorme de colores vivos y cuyo sonido no pasaba desapercibido. En la parte superior del frente un letrero se podía leer: “Manrique”, y la placa decía claramente Medellín, indicando el lugar de procedencia de ese vehículo que visitaba por vez primera aquella vecindad.
Ese mismo día Lucho, de regreso a su “jaus” en moto taxi, vio varias busetas que nunca había observado en su recorrido habitual; “ya tenemos transporte” le dijo al mototaxista que lo llevaba. Por fin mi amigo dejaría de pagar todos los días más de la cuenta y regresaría a su cotidiana rutina de viajar como pasajero de transporte público. Pero algo le llamó la atención a Lucho, se dio cuenta que todas aquellas busetas parecían venir del mismo lugar. Lucho tenía claro que “las nuevas” busetas venían de Medellín.
Al día siguiente Luchín (como le dicen sus parceros) tomó la ruta que siempre acostumbraba, se subió en una de aquellas busetas; grande, verde, con algunas partes oxidadas, los cojines un poco viejos, y con un letrero que decía: “transporte moderno”. Lucho al mirar aquellas dos palabras y al comparar el estado de aquel vehículo soltó una pequeña sonrisa acompañada de un silencio que interrumpió cuando se encontró con su compañero de obra a quién le expresó: “definitivamente a uno si lo creen pendejo”.
Lucho hizo hasta 2° elemental, y aunque ignora muchas cosas relacionadas con el mundo de la academia y el conocimiento, sabe de sobra que las busetas que llegaron a la ciudad son viejas y no dejara de pensar que al venir varias de Medellín, seguro fueron reemplazadas allá por unas verdaderamente nuevas. Tal vez Lucho tenga razón. Nada extraño que nuestras “nuevas – viejas” busetas y buses hagan parte del grupo de vehículos que el Sistema Integral de Transporte del Valle de Aburrá (SITVA) reemplazó por un parte automotor totalmente novedoso y confortable digno de una sociedad que tiene claro que los derechos son para reclamarlos cuando son vulnerados.
Mi amigo sabe que “el nuevo” transporte, de nuevo no tiene nada, sin embargo, debe seguir cumpliendo con su horario de trabajo, para lo cual no dejará de subirse en su bus; bus que de moderno solo tiene el nombre que le pusieron para hacerle creer a Lucho y a los demás que Sincelejo estaba estrenando.
