Elecciones y totalitarismos
Opinión

Elecciones y totalitarismos

Las elecciones de octubre están despegando con mucho de clientelismo tradicional vestido de alternativismo político, instalado en forma de autoritarismo mediático

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marzo 17, 2023
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Se vienen las elecciones locales y departamentales en octubre de este año y ya se ve cómo van despegando las agendas electorales para generar el cambio de gobernabilidad. Lastimosamente el inicio tiene mucho de clientelismo tradicional vestido de alternativismo político, que en el fondo se instala en una forma de autoritarismo mediático. Fenómeno que, si nos descuidamos, puede seguir anclándonos en pobrezas, exclusiones, violencias y en una creciente degradación de la vida colectiva.

En Colombia lo que se conoce como castas políticas es uno de los principales factores de infelicidad colectiva que animan la perseverancia de totalitarismos cotidianos. Ese rasgo de nuestra maltrecha democracia se observa en estos días cuando surgen portentosas y derrochadoras candidaturas a las elecciones locales y departamentales, basadas en prácticas habituales como la manipulación de contratistas del Estado, el uso de recursos no declarados y seguramente no legales, la promoción mediática de personalidades inventadas, el abrogo de honores injustificados por haber estado en cargos públicos, incluso sin mucho éxito, los diagnósticos que radicalizan problemas para presentar propuestas sin mucho fundamento, la agencia de los más extraños acuerdos para quedarse con el botín de alcaldías y gobernaciones, con programas llenos de lugares comunes y manipulación de percepciones ciudadanas.

Interroguémonos entonces, ¿Qué ha quedado de lo que conocemos como el tejido de alianzas clientelares en la gobernabilidad colombiana? (1) grandes contratos y rentas capturadas por élites mafiosas, (2) consultorías y ejecución de proyectos de mediano alcance para profesionales de los sectores medios que escasamente subsisten, (3) Contratos de prestación de servicios con baja remuneración para miles de “liderazgos” que agrupan las “bases políticas” clientelares. Por esa razón estamos llenos de elefantes blancos y pobreza para las mayorías, de violencias rutinarias ligadas a la exclusión en campos y ciudades, de desorden en la organización social de barrios, comunas, veredas y corregimientos del país. Con esas prácticas, el diagnóstico en la mayoría de los municipios de Colombia y de las grandes ciudades, es de caos e inseguridad, crisis institucional, fragilidad productiva, endeudamiento público exagerado, obras inconclusas, ineficiencia en la prestación de los servicios y en la generación de oportunidades; vale aquí la pregunta: ¿con las mismas lógicas políticas vamos a cambiar esas desesperantes realidades sociales?

En estas circunstancias es recomendable repensar los totalitarismos estudiados en el siglo XX por la filósofa Hannah Arendt, asumidos en un sentido amplio como formas de dominación que son producto de la instrumentalización de la condición humana, del bloqueo de la capacidad reflexiva, de la negación de la acción política; asuntos que tienen como eje una moral vertical tradicional que no admite formas de pensamiento-acción distintas y que buscan concretarse en instituciones personalistas, articuladas sin mayor fricción en una forma de ciudadanía vasalla que destruye la diversidad y la democracia, restringiendo las personas a la labor de estar vivos y a la rutina del trabajo, ligado al régimen productivista de posesiones y consumos.

Los totalitarismos en el siglo XXI, más centrados en las lógicas mediáticas, parten de la dinámica cortesana del “estado de opinión”, centrada en sostener a la sociedad en alteración, depresión y ansiedad, recurriendo permanentemente al miedo y a las imágenes del terror para gobernar. La agresividad simbólica, el espectro de las violencias sucedidas en el pasado, las presentes en el aquí y el ahora y las del futuro posible, constituyen el núcleo sobre el cual se ejerce el control de las emociones, la manipulación de los modos de vida, la trastienda de las ejecutorias de la máquina política que moviliza las condiciones de existencia colectivas. De esta forma la sociedad contemporánea termina organizada y movilizada a partir de los miedos de una humanidad estresada y consumida en pesadillas manipuladas mediáticamente.

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Estamos en tiempo de digitopolítica; las redes sociales son el escenario donde las formas tradicionales de construir opinión pública se debaten para acomodarse a un nuevo campo de lucha por la hegemonía

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Estamos en tiempo de digitopolítica; las redes sociales se constituyen en el escenario principal en el cual, las formas tradicionales de construir opinión pública se debaten para acomodarse a un nuevo campo de lucha por la hegemonía, donde poderes vetustos buscan imponer una dirección única de la sociedad; el Estado se constituye así en un espacio subsidiario e instrumental de la acción política, en un tablero en el cual se mueven fichas que tienen palancas en el campo externo a la vida pública; son las corporaciones, los carteles mafiosos, las redes que promocionan los consumos masivos y los intereses geoestratégicos de agentes obsesionados con la acumulación de cosas, los que apuestan a dirigir la vida colectiva. Se reduce así la política a las transacciones entre poderes y a los espectáculos de una pseudodemocracia para multitudes que lleva tras de sí la producción de relatos convencionales y acríticos.

Hoy sabemos que en el plano de la acción pública se juega un asunto mucho más amplio que el necesario funcionamiento de las instituciones, que está en disputa el mundo cotidiano y las vidas personales, familiares, vecinales, locales; estructuras estas muy afectadas por la influencia de los medios digitales masivos, por el telemercadeo global, por la industria cultural y del entretenimiento, pero también por muy finos dispositivos de conspiración económica y política, que tal como lo advirtió Hannah Arendt en el caso de Eichmann en Jerusalén, se adelantan con la eficaz colaboración de personas “normales” que ejecutan mecánicamente pequeñas y dispersas acciones para grandes empresas de corrupción y violencia, sin que siquiera se les ocurra preguntarse y hacer juicios sobre su actuar o pensar la consecuencia de sus actos, su responsabilidad respecto a los otros, al bien común, al destino colectivo.

Toca tener esperanza al borde de la desesperación que visita estas elecciones locales. Corresponde hacer la reflexión necesaria para saber qué está en juego y no repetir los mismos errores de siempre, recuperar el sentido común que ha sido atrofiado por el totalitarismo clientelar, resembrar el juicio ético-político que emerge de la vida en común, para ir hacia una política de reciprocidad y relacionamientos respetuosos. Ojalá seamos capaces de renovarnos como ciudadanías activas, de promover y elegir nuevos gobiernos que sean guiados por la sed de saber y justicia social, por el desapego a los honores mundanos, por la responsabilidad ciudadana, por el compromiso con el cuidado de la vida toda, por el aprecio por las comunidades y los territorios que quieren gobernar.

Notas: Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo (1951), Eichmann en Jerusalén o la banalidad del mal (1963).

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