Divino Antanas
Opinión

Divino Antanas

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febrero 11, 2015
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Seamos claros: la discusión por la supuesta financiación del Gobierno Nacional a la “Marcha por la Vida” a través de la Corporación Visionarios de Antanas Mockus, no resiste ningún cuestionamiento de carácter legal. La Corporación no solo es plenamente idónea para realizar el objeto por el cual fue contratada, sino que cumplió a satisfacción con el contrato. Visionarios sabe de paz y cumplió con la tarea delegada. Punto.

Otra cosa es preguntarse para quién es útil un trabajo realizado con recursos públicos —en el entendido de que realizaban una investigación de interés general— pero cuyas conclusiones son confidenciales y qué tan eficaces resultaron sus recomendaciones en comunicación. Pero incluso a este nivel, no hay nada que nos permita sospechar de falta de criterio por parte del Gobierno al recurrir a una organización de sobradas credenciales en el campo de la cultura ciudadana para solicitarle el servicio de “diseñar e implementar en escenarios y con actores específicos herramientas/acciones innovadoras que contengan mensajes e ideas estratégicas para invitar a una movilización ciudadana que promueva el respaldo social ante las conversaciones que adelanta el gobierno nacional y las Farc-EP en La Habana”.

Seamos también taxativos: haber sido contratista del Estado no convierte a nadie en hampón. A menos que el contratista haya realizado una tarea ilegal en contubernio con funcionarios del Estado, tal y como ocurría en el DAS durante el gobierno de Álvaro Uribe. Pero este no es el caso…

Dicho todo lo anterior, creo que no basta con que la actuación de Visionarios y el Gobierno se ajuste a la ley para que cerremos la puerta al legítimo debate ético y político al que da lugar la “infeliz coincidencia”—como de manera ambigua la catalogó el superministro Martínez— entre el objeto del contrato realizado por Corpovisionarios y la convocatoria a una marcha de apoyo al proceso de paz por parte de Mockus.

Es cierto que las labores de “movilización ciudadana” son bastante más amplias que las que implica una marcha, pero también es un hecho incontrovertible que una marcha es un caso muy común de lo que en la jerga de la comunicación se denomina ‘movilización’, así que no hay que ser ningún ‘malpensado’ para suponer un vínculo entre los dos hechos.

Y tampoco hay que ser un hipócrita y perverso miembro del Centro Democrático para que sea legítimo preguntarse si el criterio ético de Mockus no entra en conflicto en este caso en particular. No se trata aquí de que Mockus haya ofrecido un servicio de empanadas y luego haya convocado espontáneamente a una movilización contra los toros, sino que justamente convocó a un evento que tiene la misma naturaleza del objeto del contrato que apenas había cerrado unos días atrás. Si no hay dolo, al menos hay torpeza. Y Mockus ha hecho de la torpeza todo un modo de ser, un destino trágico propio.

La “infeliz coincidencia” mockusiana es, aceptémoslo, demasiado infeliz. Casi desgraciada. Así que no hay razón para tratar a todos aquellos que tenemos dudas legítimas sobre esta concurrencia de hechos como sucias coimas del uribismo.

Más allá de las personas involucradas en este impasse, no se puede cerrar de un portazo la discusión sobre el papel de los contratistas del Estado en la formación de opinión pública y movilización ciudadana. Y no se puede cerrar el debate solo por el hecho de que Mockus sea considerado por la élite mediática como una divinidad intachable, ni porque la denuncia provenga de un partidoconfundido con la delincuencia.

Entiendo que los grandes medios no deseen dar una discusión en la que su propia financiación y viabilidad está en riesgo, pero sí creo importante mostrar que el debate de fondo no puede diluirse entre las engañifas del uribismo y la puerilidad de un mockusianismo que, ante la menor crítica a su ídolo, se desata en todo tipo de sobreactuaciones ‘simbólicas’.

Ya mucho se ha escrito sobre la propensión del uribismo al mal, pero creo que poco se ha dicho de la infantilidolatría que genera Antanas Mockus, el único ‘antipolítico’ con una obsesión malsana con la política, como bien lo advirtió alguna vez el profesor Manuel Carreño.

Mockus se ha erigido en el faro ético de gran parte del confundido pueblo colombiano. Todo ello a partir de un discurso de transparencia y perfección moral que le ha permitido convertirse en solitario símbolo de la decencia política. Tal mensaje le ha traído buenos réditos sociales, políticos y económicos. Y eso no está mal. El problema es que cuando uno se convierte en el ícono de la superioridad moral de un pueblo, está obligado a demostrarse impoluto en todas sus actuaciones y el pueblo, insaciable, comienza a exigirle un rasero ético mucho más alto que a cualquiera de su miembros.

Y a Mockus la divinización ha empezado a hacerle más mal que bien. Él es el único colombiano que es “inocente a priori” de cualquier tipo de debilidad, un intachable, un incuestionable, un incorruptible. Y no dudo que sea un ángel virtuoso pero, políticamente, tal glorificación lo vuelve vulnerable y, por eso mismo,al uribismo le resultó tan sencillo golpearlo: porque en la ropa blanca toda mancha es escándalo.

El Divino Antanas fue mancillado por el Ubérrimo Demonio. Su tierno mensaje de paz, fue enlodado en las marismas del oportunismo. Y, para mayor desgracia, sus adoradores terminaron por dar la estocada final a la Marcha al convertirla ahora en un referendo por la reivindicación de su líder.

Pero el daño ya está hecho. No hay posibilidad de ‘retornar’ al significado original después del trauma. Y para ser justos, hay que señalar que la Marcha estaba herida desde el principio, no solo por la maledicencia uribista y la torpeza mockusiana, sino por la morronguería del Gobierno.Si algo tan lógico y natural como ayudarse de especialistas para comunicar mejor el Proceso de Paz genera tantas suspicacias, es por cuenta del modo tan vergonzante con que el Gobierno ha llevado a cabo los diálogos en La Habana. Y no hay que ser psicoanalista para saber que detrás de todo sentimiento de vergüenza siempre hay una culpa sentida o deseada.

¿Por qué al Gobierno le avergüenza la propia paz que está buscando? Espero que el Santísimo —¿quizá ahora Santista?— Antanas le haya dado alguna pista al Gobierno para responderse a esta pregunta. Es lo mínimo que podemos esperar de su divinidad.

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