El más reconocido fue Pinochet, él fue la representación de una época: las dictaduras militares, proyectos totalitarios que sirvieron para cerrar el cerco del socialismo avanzando en América Latina y permitieron experimentar con la apertura de mercados, libertad de empresa y estrechamiento democrático parecía la consigna; luego de hacer uno es fácil hacer dos o tres, Videla en Argentina, Somoza en Nicaragua, Castelo en Brasil... misma fórmula para mismos problemas.
Pero el Pinochetismo se agotó, América no es África o medio oriente, la occidentalización aquí impone la necesidad de una figura democrática, al menos de papel, así que las dictaduras cayeron y en la apertura democrática devino de nuevo en el peligro del ascenso de la izquierda, allí apareció un hombre diminuto, de voz suave, traje limpio y lentes gruesos, Fujimori encarnó una nueva forma de la ultraderecha, conocedor del estado y con el discurso de la seguridad: mano dura y libre empresa "limpió" al Perú de Sendero Luminoso, el último resquicio de las guerrillas Maoístas, qué importa violar un poco los derechos humanos, hacer acuerdos con grupos ilegales, negociar con el narcotráfico, para eso existe un hombre que podría bien ser un cargo: Montesinos, en la televisión de los noventa los demás países pedían un Fujimorazo y así fue, otro hombre diminuto, voz delgada con un acento de provincia llegó a Colombia, mano firme y corazón grande, abrir las carreteras, vive Colombia viaja por ella, Tratado de Libre Comercio y cercos militares en las zonas clave de extracción de recursos y por supuesto: reingeniería militar para acabar las guerrillas, entre ellas, unos incentivos, "unas bobaditas para los soldados de la patria" que tienen a la cuenta de hoy 6402 asesinatos extrajudiciales, millares de desterrados y desaparecidos. Pero esa idea del hombre pequeño, bien vestido, creyente de Dios y conservador de las formas y la tradición también perdió vigencia, Fujimori pasa sus últimos días entre la enfermedad y la cárcel y Uribe envejece intentando mantener un proyecto del que ya sus seguidores han renegado varias veces.
Y allí, entre la noche y el amanecer surge Bukele, joven, cabello largo, barba arreglada, dientes blancos, jean claro, influencer, outsider, twittero, con un discurso de cambiemos lo viejo por lo nuevo, no hay izquierda ni derecha, solo ideas viejas que las portan unos relicarios de la política del pasado contra las ideas nuevas y es él quien las porta -así de hecho se llama su partido-, y entonces vienen las ideas nuevas: cárcel para el hampa, el hampa ahora parece todo aquel que no sigue su gobierno, más inversión en pie de fuerza para cuidar a los ciudadanos de bien, ideas que no parecen tan nuevas cuando se dicen, la misma fórmula con la que las sociedades Europeas inventaron la cárcel: un lugar para encerrar a los pobres desalojados del capitalismo naciente, que en un descuido rapaban las monedas conseguidas por la gente de bien del s. XVlI.
No hay nada nuevo en Bukele, el Bit Coin no es otra cosa que la última forma de la especulación financiera, no tardarán en salir otros Bukeles, habrá uno para cada país de Latinoamérica hasta que esté ya no sirva, solo tal vez algo cambie:
En la blanca tela de su camisa manga larga arremangada es más evidente el rojo de la sangre, que en los viejos trajes color verde olivo cargados de insignias militares.