Dicen que lo que terminó matando de un ataque al corazón al próspero caballista Don Fabio Ochoa Restrepo en el 2002, a sus 78 años, no fueron sus problemas en los riñones producto del sobrepeso, sino la extradición de su hijo a los Estados Unidos. Como pocos mafiosos a finales de los setenta, Juan David, Jorge Luis y Fabio tenían eso que en Antioquia se conoce como apellido.
Su bisabuelo, Abelardo Ochoa González, recibió la Cruz de Boyacá de manos de Darío Echandía por haber organizado la primera feria ganadera en 1932. Uno de sus tíos abuelos, Fidel Ochoa Velez, fundó la Escuela de Medicina Veterinaria de Bogotá y de Medellín. Don Fabio tenía esperanza en sus hijos, pero los palos salieron torcidos. Sin embargo, cuando la tormenta de coca cesó, los dos hijos mayores, Juan David y Jorge Luis, pudieron lavar sus nombres. Incluso Jorge Luis, el mayor, se casó con María Lía Posada, perteneciente a una reconocida familia paisa y administra sus valiosas fincas ganaderas.
Pero el que nunca se enderezó fue Fabio. Después de salir de la cárcel de Itagui en 1997, Fabito siguió teniendo ganas de ser narco. Se unió a los crecientes carteles mexicanos. Sinaloa y el Cartel de Milenio aprendieron de su experiencia. Ofreció rutas, dio consejos y en el 2001 fue extraditado a los Estados Unidos. Le dieron 30 años de cárcel. Su papá no aguantó la nueva afrenta y murió.
En la cárcel era una leyenda. Es que formó parte de los más duros del Cartel de Medellín. A diferencia de Gonzalo Rodríguez Gacha y de Carlos Lehder, los Ochoa no eran sanguinarios. Les interesaban los negocios, no la muerte. Y sin embargo el secuestro de Nieves, su única hermana, les hizo desatar una venganza furibunda contra el M-19 que terminaría en la creación del grupo MAS, Muerte a Secuestradores, con los que fundaron el paramilitarismo en Colombia. Jorge Luis fue el primero en dejar sus estudios para dedicarse al narco. Era 1978 y gracia al ingenio de los Ochoa y a los perros furiosos de guerra que manejó Escobar el Cartel de Medellín manejaba el 80% del mercado de la cocaína en el mundo.
A pesar de saberse mover en el mundo legal, los Ochoa terminaron acorralados por el ejército y decidieron entregarse aprovechando beneficios judiciales planteados por el gobierno de Cesar Gaviria.
El primero que lo hizo fue Jorge Luis, el 15 de enero de 1991. Fue condenado a ocho años de cárcel. Pagó condena con rebajas y rearmó la vida como ganadero exitoso aceptado en la sociedad antioqueña. Tiene 74 años. Su hermano, Juan David, se entregó un mes después y recibió cinco años de condena. Murió de un infarto en el 2013. Fabio, el menor, siguió con los negocios de coca y terminó detenido en 1999, junto a 32 narcontraficantes en la Operación Milenio, realizada en tres ciudades colombianas y simultáneamente en Ecuador y México. Fue extraditato dos años después y desde hace más de veinte años paga condena en una cárcel de máxima seguridad.
En la cárcel puso todo su ingenio probado en el tráfico de coca en función de desarrollo de inventos, que, a través de su abogado Julian Meza, está patentando. El primero es una vejiga que sirve para almacenar energía y sacarla del fondo del mar. El segundo está hecho para sacar energías limpias de la atmósfera. Lo que ha sorprendido es que Fabio Ochoa, quien apenas tiene acceso a internet en la cárcel de máxima seguridad en la que vive desde hace veintidós años en la Florida, no tiene acceso a internet y si acaso puede acceder a libros científicos. Pero todo lo ha sacado de su cabeza. Estos son los planos que ha hecho desde la cárcel:
Fabio Ochoa, gracias a su buena conducta, podría salir libre el próximo año, en el 2024. A sus 66 años podría incluso rearmar su vida así como lo hicieron sus dos hermanos a quienes el fantasma de Pablo Escobar jamás llegó a aplastarlos.
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