En sus propias palabras, Aurora Vergara Figueroa narró frente a estudiantes de la Universidad de ICESI, la universidad donde trabajaba antes de llegar al viceministerio de educación su sorprendente historia de vida.
Les contó que María Teresa, su madre, les inculcó a ella y a su hermano el hábito de la lectura y se aseguraba que todas las tardes ellos tuvieran a mano alguno de los libros que les regalaban sacerdotes y monjas de la Diócesis de Istmina.
A las cinco de la tarde, Aurora se sentaba junto a una ventana de su casa que miraba a la margen izquierda del río San Pablo y se sumergía en las historias de hombres y mujeres que se hicieron santos sirviendo a los demás.
“Hay un encanto particular a esa hora del día; no sé si es la luz, el tono del canto de los pájaros, o la certeza de que cae la tarde y empieza la noche”, rememoró la sucesora de Alejandro Gaviria.
“En ausencia de otros referentes, las historias de trabajo abnegado y riguroso de las personas que se narraban en estos textos se convirtieron en un estándar para mi vida”, dijo la socióloga de la Universidad del Valle y PhD en Sociología de la Universidad de Massachussets – Amhrest.
Otro regaló que recibió de su mamá fue la vocación por sembrar, pues todo lo que pasa por las manos de María Teresa se convierte en semilla. “Sembrar y leer”, es la clave para ella y asi se lo trasmitió a su hijo que hoy arranca como Minsitra de educación.
Este fue el discurso con el que recordó su vida, leído el 25 de febrero en la ceremonía grado en la Universidad Icesi:
"Muy buenos días.
Es un honor estar aquí acompañando este día tan especial para ustedes y sus familias. ¡Felicitaciones!
Señor rector Esteban Piedrahita muchas gracias por la invitación a dirigirme a su comunidad universitaria.
Agradezco también a los padres y madres de familia y a las personas cuidadoras de quienes se gradúan hoy. Les decimos, gracias, por todo el esfuerzo, la dedicación y el amor que han entregado para que sus seres queridos estén celebrando este día.
Extiendo este agradecimiento a todas las autoridades de la universidad, a su consejo superior, a las directivas y personal administrativo, a los y las profesoras por el trabajo que realizan con empeño y convicción para sostener a la universidad.
A los invitados e invitadas especiales y al equipo del Ministerio de Educación Nacional que me acompaña un saludo cordial.
Trabajé en esta universidad por una década de mi vida. Entre 2012 y 2022 aquí me ofrecieron la posibilidad de empezar y consolidar una carrera como docente, investigadora y gerente. Siento ahora, como lo sentí entonces y sentiré siempre, un profundo agradecimiento por la calidez humana de este lugar, por su cultura científica y por su proyecto democrático de inclusión que valora la diversidad y cree en la fuerza de los disensos. Es muy bueno estar de vuelta. Es muy bueno ver a tantas amigas amigos, colegas y profesionales en formación.
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Descubrí mi vocación profesional en medio de condiciones materiales de vida difíciles y gracias a la sabiduría, la sensibilidad y el amor de mi madre. Fue ella quien inculcó a mi hermano y a mí, el hábito de la lectura. Recuerdo que el lugar seguro para leer era una humilde ventana en la que, si me sentaba de lado, podía ver hacia la izquierda el río San Pablo. Recuerdo también que leía siempre con la pierna derecha firmemente apoyada en el piso, en clara muestra que estaba pendiente y lista para ayudar en la tarea doméstica que se requiriera. Mi hora preferida era las cinco de la tarde.
Hay un encanto particular en esa hora del día; no sé si es la luz, el tono del canto de los pájaros, o la certeza de que cae la tarde y empieza la noche. A esa hora, y en ese lugar, leí en mi infancia y adolescencia, las biografías de muchas personas, que con el tiempo, fueron catalogados como santos y santas. Libros que nos regalaban las religiosas y sacerdotes que prestaban su servicio en la Diócesis Istmina-Tadó en el Chocó. En ausencia de otros referentes, las historias de trabajo abnegado y riguroso de las personas que se narraban en estos textos se convirtieron en un estándar para mi vida. Recibí otro regalo de mi madre: el amor por sembrar, por crear y cuidar vida. Porque para María Teresa, mi madre, todo lo que pasa por sus manos es una semilla en potencia.
Sembrar y leer. Hoy pienso que son esas dos enseñanzas, convertidas en hábitos, las que explican de la mejor manera el ideal de vida que he perseguido y que empezó y terminará con la aspiración innegociable a la mejor educación que sea posible obtener. Esta búsqueda es testimonio fiel del arraigo cultural que tiene en nuestras familias, la frase tantas veces repetida: “estudien, esa será la única herencia que les voy a dejar”.
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La razón por la que comparto esta historia es porque a partir de hoy empiezan un nuevo capítulo en sus vidas. Y mi yo de hace 20 años quisiera decirles que lo que han recibido aquí, en esta universidad, es el sueño más preciado que se puede tener en las riberas del río San Pablo: una educación de altísima calidad. Aún hoy un sueño esquivo y difícil para muchos jóvenes de nuestro país. Por esta razón, estamos trabajando, incansablemente, para abrir nuevas oportunidades de acceso a la educación superior de calidad.
Les invito a que usen su talento y su educación para ayudar a que mejoren las condiciones de vida de las personas con menos privilegios. Como ávida lectora de vidas ejemplares, quiero también decirles que consolidar hábitos de vida va a ser fundamental para su futuro. También cultivar sus pasiones. Fundamenten sus carreras en aquello que les mueva lo más profundo de su existencia, en donde sientan que puedan enraizarse. Y traten de encontrar la bondad. Maya Angelou solía decir “mi mayor ambición es ser una muy buena persona porque quiero ser grandiosa desde dentro de mí misma. Tanto, que se refleje, por instinto lo que soy, más allá de lo que puedo decir de mi misma”. Si puedo elegir un deseo para ustedes, que sea este.
Y siembren. Creen una tribu de amistades sólida, eso les va a tomar un tiempo, pero trabajen en fortalecer esos lazos. Decía André De Shields: “rodéense de personas a las que los ojos se les iluminen cuando les vean llegar.” Yo logré eso aquí, en este campus. Y les puedo asegurar que hace la diferencia.
Traten a todas las personas con el mayor respeto posible y, si pueden, asegúrense de que cada persona se sienta importante en las interacciones que tienen con ustedes. Eso aprendí de Francisco Piedrahita, que con su práctica de “administrar caminando” creaba interacciones cotidianas que dejaban a las personas motivadas por su saludo y por la precisión con la que recordaba detalles significativos de la vida quienes se encontraba. Es sorprendente cuánto reconocimiento necesitamos los seres humanos y en los pequeños detalles en los que se puede manifestar. Por eso les recomiendo que cultiven la gratitud. Aunque no lo crean, es un superpoder.
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En ocasiones se complican tanto nuestras circunstancias existenciales que no leemos el valor de nuestras vidas. Tengan la plena seguridad que sus vidas importan. Cuiden su salud mental y la de las personas más cercanas a ustedes. Y cuando no encuentren respuestas, busquen a quien cuidar, vuelvan a los libros y a las plantas. Leer y sembrar.
Vivimos en tiempos convulsos en los que, por momentos, olvidamos la verdadera intención por la que empezamos una carrera. Ante las dudas vuelvan al centro, vuelvan a ustedes. Potencien una causa que les genere pasión. Puede ser un apuesta por enfrentar la crisis del cambio climático, los derechos de los animales, la justicia para las mujeres, el respeto y aprecio por la diversidad de identidades sexuales, la equidad étnica, el reconocimiento de la neurodiversidad, la inclusión, el desarrollo de un producto o servicio capaz de mejorar vidas o de hacerlas más felices… Cada persona presente hoy aquí tiene la capacidad y la posibilidad de hacer la diferencia: promoviendo una donación de su empresa para potenciar un programa de becas, o acompañando el diseño de nuevas políticas públicas que transformen el futuro de la educación en Colombia, o creando o apoyando organizaciones o programas que generen los cambios necesarios para que más personas tengan una vida digna.
Aspiren a tener la mejor vida posible. Si es el caso, sueñen lo imposible, como escribe Paula Moreno en su más reciente libro. Traten de hacer siempre la diferencia, siempre. Desde que decidí migrar del Chocó en búsqueda de educación superior he sido motivada por una pasión mucho más grande que el horizonte de mis sueños. Hoy tengo más libros de los que un día soñé. El hábito de la lectura evolucionó en la búsqueda, constante, de construir bibliotecas ( y muy grandes) por donde voy. Y lo que abunda en el mundo de las bibliotecas es la diversidad de puntos de vista.
La educación que han recibido aquí fundamentará las bases de su libertad y la gramática de las vidas dignas que estoy segura levarán. Como en las bibliotecas, las instituciones de educación superior son lugares donde se encuentran las diferencias. En estos entornos, cultivamos, concedemos y valoramos el derecho de cada persona a pensar distinto. Por esta razón, es necesario que generemos conversaciones que nos ayuden a entendernos; a eliminar las violencias basadas en género, e identidad sexual, y el racismo; a desarrollar un sentido de justicia, de equidad. Cada campus debe ser un espacio para tramitar las diferencias, para consolidar legados para futuras generaciones y para aprender a valorar y tomarse en serio tanto la Inteligencia Artificial y la Medicina como a la Sociología y las Artes.
En cada campus es necesario potenciar el discernimiento de la dignidad humana como propósito pedagógico de la educación superior. Si este se convierte en un faro orientador de sus decisiones, todo nos saldrá muy bien.
Felicitaciones en su día y que celebren mucho. Muchas gracias.
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Este es el discurso