Subiendo escaleras
Opinión

Subiendo escaleras

Por:
febrero 09, 2015
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Casi les garantizo que si miran el siguiente video completo (sin otra música, y verlo-verlo, no play y abrir otra ventana) tendrán tres minutos de felicidad

https://www.youtube.com/watch?v=AjCFYpWDmfM

El video tiene un par de detalles (marginales, para mí) no demasiado agradables, de pronto. Podría alguien decir que refleja una estructura social lejos de ideal, que se ha luchado mucho por superar en Estados Unidos (donde ocurre la escena) y en el mundo durante muchos años, sin lograrlo del todo. Diría que también tiene un montón de estereotipos, cómo debe ser una niña de 6 años, mona con rulo y el vestidito que, es fácil presumir, debe ser rosado.

Pero dejemos eso al margen por un segundo y fíjese en la espectacular manera como ese señor sube esas escaleras. La manera como el baile y la música salen de su cuerpo, la forma como su cabeza no se sacude ante los saltos, la gracia con que lo hace. Cuando la chiquita dice que también lo quiere hacer (y bien que lo hace) yo también quiero hacerlo.

No me he visto la película, no sé de qué se trata, pero creo que esa escena retrata algo que quise decir en mi columna pasada. No creo que sea mucha la gente, si la hay, que sube así escaleras. Ni muchos los niños que convencieron de subir a acostarse con tanta gracia. Pero creo que es muy bonito que el cine (el cine para niños, pero esa escena es divina también para adultos) llene con esa fantasía acciones tan cotidianas como esa. Lo creo, porque creo que así los niños (y los grandes. O el supuesto niño que todos los grandes llevan dentro, que yo creo que no es más que su voz más esencial) se sueñan que subir escaleras puede ser algo espectacular. O viajar, o enamorarse, o ir a un parque de diversiones o lo que sea. Creo que, por el contrario a como sucede en esa escena, subir escaleras es un acto muy cotidiano e ir a un parque de diversiones puede ser un poco más traumático de lo que uno ve en las películas, pero una pequeña predisposición a la fantasía hace que, quizá, podamos volverlos especiales. Ir a bailar o a pasear al parque o de pronto divertirse en un buen día en unas escaleras.

No sé, lo que quiero decir es que no sé si sin ver Mary Poppins me hubieran maravillado las chimeneas de Londres, o se me hubiera ocurrido en mi vida que uno solo necesita una cucharada de azúcar para alegrar tragos amargos (o tareas aburridas) o que los pájaros cantan o que los pingüinos bailan. No creo, tampoco, que el mundo requiera de las películas de fantasía (o mejor aún los libros, o la música) para ser maravilloso (también es la embarrada muchas veces), pero la fantasía se entrena, como todo, y para eso si ayudan.

Claro, creo que ver películas de Disney (que las amo todavía y sé me todas las canciones) pudo distorsionar significativamente mi visión de “el hombre perfecto”. Y entonces tampoco se trata de exagerar y creer que a punta de ficción se arreglará nuestro mundo. Pero creo que la fantasía enseña a soñar y soñar es el paso anterior a planear y a tomar riendas en el asunto y trabajar porque esas metas se cumplan.

Y entonces a lo que voy es que creo que no deberíamos perder eso. Ni en las películas, ni en el arte. Yo se que las noches no son como la pintó Van Gogh. Pero también, si uno mira con atención, puede que lo sea.

Y así, como la vida a lo mejor es subir y bajar escaleras, de maneras graciosas y maneras muy poco graciosas, de pronto es bueno haber visto formas increíbles de subirlas. Quizá poco probables, pero inspiradoras. Y, creo yo, eso vale oro.

 

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