Gloria Castañeda, quien apoyó el inicio de la carrera de Yeison Jiménez, llegó a trabajar como aseadora en La Casona, un prostíbulo del barrio Santa Fe, la zona de tolerancia de Bogotá, cuando tenía 26 años. Faltaban tres para la llegada del nuevo milenio. Seis meses después, sin nada de experiencia y por carambola de la vida, porque la administradora del prostíbulo de aquel entonces renunció luego de que el dueño del lugar cayera preso en España, Gloria ocupó su puesto en La Casona.
No pasaron más de cinco años para que la humilde Gloria Castañeda se convirtiera en una mandamás del peligroso barrio Santa Fe. Fue dueña de varios burdeles y de otras discotecas puestas en diferentes zonas de Bogotá. Se convirtió en Doña Gloria, una mujer cuidada por guardaespaldas que andaba en la Toyota del año y a quien le hacían reverencia y miraban con sumo respeto antes de saludarla.
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Por el año 2008, siendo matrona y una madame del Santa Fe, cargada de dinero, el cual malgastaba en cualquier pendejada, conoció en Manzanares, en Caldas, a Yeison Jiménez, un adolescente humilde con buena voz que cantaba por monedas en fondas de borrachos. Doña Gloria fue la primera persona que creyó en el talento del hoy multimillonario cantante de música popular. También fue la primera que le dio unos buenos pesos por sus canciones para borrachos. Meses después se convirtió en su protectora, al punto de haber sido el camino para que en uno de sus bares en Santa Isabel conociera a Rafael Muñoz, quien luego se convertiría en su manager y con quien se haría el actual rey de la música popular, quien al estar en la cima siente pena de la mujer que le tendió la mano y le dio de comer cuando el pobre era él.
La Gloria Castañeda de hoy ya no es millonaria. Ya ni siquiera tiene carro. Aunque le siguen diciendo Doña Gloria, ya no tiene el poder que ostentaba 20 años atrás. Un mal divorcio la dejó casi en la ruina. Su exmarido le robó todo. En 2019 terminó de perder y de vender lo poco que le quedaba. Desde hace un año volvió a ser empleada. Es la administradora de Paisas club, el prostíbulo que tras la caída de El Castillo y La Piscina, que eran los más famosos del sector, se quedó como el mejor de la zona.
La historia de Gloria Castañeda parece haber sido sacada de un novelón mexicano. Pasó de pobre a rica en un par de años y luego sin darse cuenta volvió a la pobreza. Su fama de mujer ruda se la ganó desde muy niña. Le tocó aprender a defenderse de los hombres luego de haber sido violada a los 11 años en Frontino, el pueblo antioqueño donde nació hace 52.
Quiso aprender a usar armas para vengarse del abusador. No dejó que sus hermanos guerrilleros del frente 54 de las entonces Farc hicieran aquel trabajo. Pero a cambio le regalaron un revólver calibre 38 que le enseñaron a usar en el monte cuando se convirtió en niña miliciana. El revólver fue su juguete más consentido. Lo cargaba encima y lo usaba cada vez que sentía un coqueteo incómodo. Le gustó silenciar los piropos que a veces ella provocaba solo por verle el miedo de los hombres cuando les disparaba a los pies después de las miradas lujuriosas que le lanzaban.
Con 14 años terminó enredada y enamorada de un comandante guerrillero que mandaba en Frontino. El mismo hombre fue el que la terminó convenciendo, casi como una orden, de irse del pueblo y alejarse de la guerrilla y de él. El comandante buscaba que la niña bonita tuviese un futuro lejos de la milicia para la cual no le veía talento.
Después de llegar a Medellín y encontrar trabajo como empleada del servicio salió huyendo por acoso del jefe del hogar. Solo se llevó 18 mil pesos que no eran suyos y un vestido que sacó del armario de su patrona. Cuando llegó a la terminal de Bogotá le quedaban cuatro mil pesos que le alcanzaron para mal comer por dos días. Trabajó en la Plaza de mercado del barrio Restrepo por un par de años. Luego se empleó en una fábrica de zapatos y con lo que le dieron de liquidación, junto a su novio, un vendedor ambulante de dulces y mango biche, montó su propio negocio, una fonda paisa en el barrio Quiroga, al sur de Bogotá y luego vendió y montó otra en Cuidad Bolívar. Pero esos negocios le trajeron más problemas que beneficios. Se echó de enemigos a los bandidos que se creían dueños de la zona. Fue por aquellos años, ya con 25 encima que llegó a La Casona a trabajar como aseadora.
Después de administrar el burdel por algunos años, aprendió muy bien el negocio. Terminó siendo suyo por arriendo. El dinero llegó rápido. Compró varias propiedades y montó fondas paisas en varias partes. Se hizo dueña de otros burdeles en Santa Fe. De la niña pobre ya no quedaba ni la sombra.
Desde su oficina, en el segundo piso de Paisas club, cuenta la parte de su historia llamada Yeison Jiménez, la cual la llena de orgullo y a la vez de tristeza. Los ojos le brillan y sonríe tímidamente cuando empieza a hablar del cantante de música popular al que ella le dio la mano sin ahorrarse un solo peso.
Recuerda que después de conocerlo en aquella tienda en Manzanares, con varios tragos de aguardiente en la cabeza, lo puso a cantar en su mesa y le dio billete tras billete. Al final de la noche doña Gloria le entregó una tarjeta plástica con su nombre y número de teléfono. Le dijo a aquel muchacho que si pasaba por la capital ella tenía algunos lugares para ponerlo a cantar. Cuatro meses después aquel jovencito de 18 años, que vestía ropas humildes, estaba afuera de La casona preguntando por doña Gloria.
–Era muy tímido y se asustó un poco al ver cuál era mi trabajo –dice la madame. Después de recibirlo y de acordarse quién era aquel joven, le lanzó una pregunta que le han hecho varias veces. –¿Cuánto cobras por una presentación? El primer concierto pago de Yeison Jiménez fue en La Casona. Les cantó a los clientes del burdel que estaban más interesados en las mujeres de poca ropa que se pavoneaban por el lugar cambiando cama por pesos. El feo afiche sin calidad publicitaria que mandó a imprimir doña Gloria para engrandecer la presentación de Yeison Jiménez muestra la inmadurez artística del cantante y la inexperiencia de ella como promotora de eventos.
Doña Gloria lo puso a cantar en algunos de sus bares. Le dio dinero para que se comprara sus primeras buenas pintas y zapatos. Hasta le pagó el arriendo por varios meses y le dio para el mercado, porque la plata que Yeison se ganaba como ayudante en un local de venta de aguacates en Corabastos no le alcanzaba para mucho.
No pasó un año cuando en una fonda paisa de doña Gloria, en Santa Isabel, un barrio céntrico de Bogotá, Yeison conoció a Rafael Muñoz, quien sería su mánager por más de 12 años. Rafael Muñoz se interesó por aquel joven guerrero de buena voz que ya había grabado un par de canciones en un CD, ahorrando la plata que se ganaba cantando en los bares de doña Gloria y ayudante en la gigantesca plaza de mercado. Ahí empezó el buen caminar de Yeison Jiménez hasta llegar a ser hoy el artista de música popular que más cobra por presentación y de los que más billete tiene.
Doña Gloria dice hoy con algo de notoria tristeza que, aunque no tiene nada que reprocharle a Yeison Jiménez, a quien se le nota quiere con el alma, si lamenta que aquel artista no recuerde con orgullo a la mujer que le tendió la mano en su inicio, cuándo era un niño pobre que con lo único con lo que llegó a Bogotá fueron los sueños de convertirse en el mejor cantante popular, como bien lo hizo.
Cuando los periodistas le preguntan al artista sobre sus inicios él siempre cuenta la misma historia, habla de Rafael, de Corabastos, de la pobreza vivida en sus días de niño y de Manzanares, su pueblo en Caldas. A veces habla a medias del apoyo que le dio una señora que tenía bares de mujeres, pero no menciona su nombre. Esa señora que le dio la mano es Gloria Castañeda, quien fue mandamás en prostíbulos Santa Fe, a quien la vida le sonrió hasta volverse millonaria, regresó a la pobreza y hoy está levantándose haciendo lo que bien sabe hacer y lo que la convirtió en Doña Gloria: manejar putas.