De entrada, considero importante aclarar que todo tipo de violencia que se presente en las movilizaciones a favor o en contra del gobierno debe ser rechazada, sin consideración y sin reserva. Sin embargo, ahora quisiera poner el lente en una acción provocadora y fríamente calculada de Juan Carlos Upegui —el exsecretario de Quintero cuyo único mérito en la vida pública se reduce a ser familiar de Diana Osorio— que buscó (y logró) generar una reacción violenta entre algunos manifestantes que participaron en la nutrida marcha opositora del 15 de febrero en Medellín.
Decidí abordar ese tema porque noté que entre algunos sectores de la opinión pública nacional, alejados de la polarización política que se viene devorando la discusión pública en Medellín, quedó la impresión de que una “horda de uribistas recalcitrantes” destruyó una réplica original de la paloma de la paz de Fernando Botero. También, de que Juan Carlos Upegui (que salió a “contar su versión” en cuanto medio fue invitado) es un comprometido apóstol de la paz y la noviolencia, violentado de forma imprevista y deliberada por irracionales. Falso de toda falsedad.
Primero, la réplica en icopor de la paloma de la paz solo es una figura decorativa de la sede del movimiento político de Daniel Quintero. Nada más. No es una obra construida con las víctimas y mucho menos una réplica original, solo es una clara representación de la instrumentalización política de una obra de Botero. Desde el movimiento Independientes la concibieron con una finalidad estrictamente política y por una cuestión de mero posicionamiento el precandidato Upegui decidió “sacrificarla” en la movilización opositora del 15 de febrero. La destrucción de la pieza de icopor de la paloma fue el principal objetivo de Upegui desde el preciso instante en que decidió sacarla a la vía pública para provocar a los manifestantes.
Segundo, el precandidato Upegui —que viene haciendo campaña a la alcaldía clonando la imagen de Quintero— no es una persona que se pueda asumir como un referente de la noviolencia. Solo hay que echar un vistazo a su cuenta en Twitter para percatarse de que es una persona fanática, que estigmatiza y desprecia a la oposición, que permanentemente utiliza un lenguaje violento para socavar a quienes cuestionan a Quintero (y que en Medellín son mayoría).
Una persona que se escuda en Twitter para insultar y estigmatizar el derecho fundamental a la oposición no puede ser considerado como un “apóstol” que promueva la no violencia. En la misma línea de Quintero, Upegui considera como un activo mediático polarizar y reducir a todos los opositores a la condición de narcouribistas. De ahí que no tenga sentido que se presente (y más en una movilización que tenía mucho de oposición a su jefe político) como un abanderado del diálogo, la unidad y la reconciliación. A Upegui le interesaba que la pieza en icopor de la paloma fuera destruida, pues así podría mojar prensa (y salió en cuanto medio fue invitado), ser tendencia en Twitter y darse a conocer. Todo fue fríamente calculado.
Tercero, se va convirtiendo en una acción recurrente promover espacios de provocación en las movilizaciones opositoras, ya sea con preguntas capciosas sobre si los manifestantes leyeron una reforma de 200 páginas (que seguro muy pocos habían leído cuando participaron en la movilización progobierno del 14 de febrero), con ánimo de hacer visible la ignorancia de personas engañadas o reducirlas a la condición de uribistas. Toda acción conlleva a una reacción y, para algunas personas insensatas, la reacción se torna violenta y agresiva.
Una movilización en contra de un gobierno o en contra de un alcalde nunca será el espacio ideal para ponerse a hablar de paz y de unidad. Las emociones negativas que se mueven son tantas que obnubilan la racionalidad. Eso todos lo sabemos. También lo sabe Upegui, por eso, no dudó en aprovecharse de ese ambiente caldeado para que la pieza en icopor de la paloma fuera destruida y así salir en medios.
Al final de la jornada, era lo único que le importaba y con lo que ingenuamente cree que podría llegar a ser alcalde (y pido disculpas para no reírme).