Cuando uno está en un hospital en condición de paciente o de acompañante entiende la índole casi divina de la vida. Gente con uniformes blancos y azules va de aquí para allá, como hormigas incansables, intentando llevar algo de alivio. El hospital, esa puerta entre esta vida y aquello que desconocemos, esa puerta que unos cruzan de regreso y otros para no volver jamás.
Bocas
Nuestro hospital es un espacio aparte, aislado, aun así enclavado en medio del ruido de la calle y el trajín de miles de personas. Las camas, las salas de cirugías y las unidades de cuidados intensivos son como bocas que se alimentan del fragor del mundo, de las vicisitudes del ser humano, de los accidentes, del estrés, de los hábitos nocivos, de los alimentos cancerígenos, de la mala vida, de la violencia.
Ambulancias, médicos, sillas de ruedas, enfermeros, pasillos blancos, tapabocas, jeringas, desinfectantes, canalizaciones, medicamentos, noches largas, lamentos, cansancio, sangre, camillas desvencijadas, prisas, carreras….una dimensión distinta.
La gente en la calle va a lo suyo, sabe que ahí está, pero no importa, como si no existiera. Ni siquiera importa para taxistas y motorratones que buscan clientes en sus puertas, ni para los ríos de personal sanitario que sale después de haber cumplido su turno; caminan de frente, hacia la calle, hacia la libertad, y lo olvidan, por unas horas.
Nostalgia
Mientras tanto allá, en la ventana lejana de un tercer o cuarto piso, algún enfermo que ha recuperado algo de su ímpetu mira hacia afuera con nostalgia, como el que contempla en una vitrina el objeto sabiendo que no hay dinero en los bolsillos, como el que ve alejarse el autobús donde viaja el ser querido entre las sombras de la noche. Arriba, un gato lánguido camina por el tejado con perezosa indiferencia.
Los prados verdes
Y nadie lo creyera, en el corazón de la mole blanca, entre la galería de pasillos, habitaciones, camas y enfermos, hay un pequeño parque con columpios, rodaderos y un sólido gatos arriba, rodeado de un impoluto y luminoso césped. Y a veces se puede ver algún niño, o la sombra de algún niño, que corre o deambula como extraviado.