En la década del setenta del siglo pasado, el Deportivo Cali era la única escuadra colombiana que le hacía frente a los clubes argentinos, paraguayos y brasileros: por aquel entonces era, sin lugar a dudas, el mejor conjunto de estas tierras. Eso hizo que Gilberto Rodríguez, confeso hincha del Glorioso, colocara sus ojos en el equipo y quisiera comprarlo para lavar su riqueza mal habida. Los estatus del club —que no permiten que un particular se quede con la mayoría de las acciones— salvaron sin titubear un legado de trabajo y honradez: Alex Gorayeb le dijo no al narcotráfico.
Debido a esa decisión, la familia Rodríguez puso sus ojos en el rival de patio —que por esas fechas no tenía nada de grandeza— y lo elevó a la categoría de grande gracias a los dineros que el narco gestaba a granel y que fácilmente podía lavarse. Recuerde usted, amigo futbolero, la famosa ventanilla siniestra del expresidente López Michelsen. La sociedad colombiana se monetizó gracias al contrabando, gestando parte de la violencia que no hemos podido superar.
A partir de allí el Cali no volvió a ser el mismo, porque realmente no podía competir con las compras de la mafia. Aun así, subsistía gracias a su orgullo y a una grandeza que se ganó a pulso, aunque a más de un comunicador social le cueste decirlo: hasta el momento no hay ninguna investigación firme que manche la historia del club.
Casi todos los grandes del balompié cafetero se vieron beneficiados con la bonanza cocalera y, por supuesto, con las facilidades que otorgaba la compra de divisas de López Michelsen. Lo menciono porque hay que comprender el contexto socioeconómico del rentado nacional de la década del ochenta, cuando la Dimayor se había corrompido y trabajaba para los grandes capos de la droga. No creo que maltrate a nadie con lo que digo, simplemente quiero que quede claro que los estatutos del Cali lo liberaron de caer en la lista Clinton o ser estigmatizado como el equipo de algún cartel del narcotráfico.
Pese a la crisis que vivió, al no poder competir con la droga, su dirigencia siguió trabajando, demostrando algo que no tenían las otras escuadras: gestión y organización. Es más, el hincha del Cali también era hincha de sus directivos, ya que valoraban el amor por la institución y el ideal de progreso que nos enorgullecía a donde fuera.
Sin embargo, todo ha cambiado: los dirigentes ya no quieren al club, y aprovechan sus estatutos para desangrarlo: una de forma de corrupción tan desleal como la que impulsó el narcotráfico. Como hincha me duele todo lo que nos está pasando y le pido al socio del Deportivo Cali que, si de verdad lo quiere, humildemente dé un paso al costado, permitiendo con su proceder la presencia de un grupo inversor que nos pueda salvar de este mal momento
Si queremos seguir existiendo debemos adaptarnos al presente siglo, aceptar que alguien inyecte dinero de verdad y nos haga realmente competitivos. También debemos cuidar al equipo de los Martínez, Ángel y Caicedo, entre otros, los responsables de la humillación que hoy estamos viviendo. En conclusión, desprendernos de toda esa mala dirigencia que se ha dedicado a endeudarnos, y que realmente nada tiene que ver con nuestra inmensa historia.