Adiós a Gerardo Rivera

Adiós a Gerardo Rivera

Un sentido homenaje en recuerdo del poeta paisa

Por: Manuel Tiberio Bermúdez Vásquez
febrero 08, 2023
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Adiós a Gerardo Rivera
Foto: Manuel T. Bermúdez

Nos duele cuando un poeta emprende ese viaje del que desconocemos su destino. Comienza a ser nostalgia su voz que señalaba con versos el entorno que habitaba, sus emociones y sus pasiones que nos descubría en su versear.

Nos cuentan que se falleció Gerardo Rivera, ese paisa maravilloso que desde su poesía estremeció nuestro sentir. Viajero sin fronteras dio forma a su poesía con trozos de trashumancia y se dedicó a amar la naturaleza en Chicoral, donde vivió las últimas épocas.

Debajo esta la noche, en pleno día

Y la noche fue luz en la barba blanca de Gerardo Rivera. Sus palabras, desencerradas de su amada Chicoral, para la ocasión, liberaron el alma del público presente al escuchar las  vivencias y sentires propios, en un lenguaje sin rebusques, ni artificios, definiendo sentimientos, en conexión directa con la vida.

Gerardo vive ebrio de vida, de palabras. Se le nota cuando las dice, cuando cuenta, cuando lee, sus versos, que cantan la existencia de una forma maravillosa y contagiosa.

“Como no me entendía con los semáforos, ni con el Blanco y Negro Ruta 1, preferí irme a hablar con las vacas, los caballos y los pájaros, y escuchar con los ojos y con la mente, las divinas respuestas de los pájaros”, dijo para explicar por qué se había ido a vivir a Chicoral.

Luego para hablar de su juventud y sus viajes señaló: “Yo cuando estuve joven, alguna vez fui joven — aclaró mientras el público reía— viajé mucho en auto stop por Europa”

“Mi papá, que era un hombre honrado, bueno y decente, un día se puso un poquito chiflado y pensó que yo podía ser ministro, o incluso, presidente, entonces me mandó a estudiar a Europa. ¡El pobre ingenuo! Y yo me alcancé a matricular en Bélgica en la Universidad de Lieja”.

“Empecé a ir todas las mañanas a las clases, pero eran unas clases tan aburridas, de unos señores —yo lo dije en un reportaje—, eran unos profesores, que tosían en latín, y afuera estaban los Rolling Stones; los Beatles; Jethro Tull; estaba el pelo largo, la vida, estaba la juventud. Aquello era un hervor maravilloso; los años 60 que cambiaron el mundo, cambiaron nuestra época, realmente”.

“Entonces, yo me lancé a la calle, me lancé al auto stop. Cogí un morral, unos bluyines, una cantimplora y 4 dólares y me fui por toda Europa, y no paré durante tres años. Realmente fui muy feliz, porque estaba un poco loco”.

Habló de su época en la que trabajó en una agencia de publicidad, en la que hizo algún dinero “que me gasté, ¡tan rico!", dijo mientras el público no paraba de reír de sus historias, del desparpajo y de la sinceridad en el contar.

“Yo entré a la publicidad, porque un cuñado mío, gran artista, Bernardo Salcedo, que partió el arte de Colombia en dos porque paso del caballete a los objetos y a las estructuras, y Obregón decía que Bernardo Salcedo, no era un artista sino un carpintero. Bernardo tenía un gran prestigio en Leo Burnett, una agencia muy notable de publicidad, y habló con, Gonzalo Mesa, que era un sátrapa y un verdugo, un capitalista de alma pavorosa.

Le dijo: “mire, por ahí hay un pajarito que acaba de llegar de Europa, y quiere que lo meta usted a la moledora”. Me metieron a la “moledora”, y estuve 40 años trabajando en publicidad. Hice algunas cosas buenas, otras no tanto, pero siempre divertidas, con excelentes, queridísimos y loquísimos amigos. Eso le agradezco a la publicidad”.

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Contó como venido de Chicoral a Cali para participar del recital de esta noche, se cayó de un bus. “Hoy me caí del MIO, bueno, nada es mío. Me he golpeado la rodilla y me rompí el bluyín, que quedó muy moderno por el roto que se le hizo, cosa que le debo agradecer a las aceras de Cali”.

Luego leyó, como se debe leer la poesía: desde dentro, desde el alma, desde los recuerdos, desde las vivencias particulares, no sin antes sacar una gran lupa para que las letras se acomodaran a sus palabras, dijo:

“Voy a leer algo de mi libro que se llama Debajo está la noche, y contó: Un día iba yo por un caminito de Chicoral, bajo un sol de agosto terrible, un sol de justicia, y de pronto vi sobre el camino una piedra. Lo más curioso es que la piedra tenía un cierto relieve  y debajo había como un vacío, y en ese vacío, había una sombra. El sol arriba, la piedra en el medio y abajo estaba la sombra. Pero era una sombra, tan absolutamente oscura, tan absolutamente negra, tan prodigiosa —como nunca he visto en mi vida— que yo pensé que debajo de esa piedra, estaba la noche. Debajo esta la noche en pleno día”.

Y leyó: “Ahora que la ciudad ha cerrado ya sus ojos. Ahora que su verdad cruzó sobre tu rostro como un cristal manchado, como un pájaro de polvo. Dime, hombre viejo y dormido, dime si todo cuanto el tiempo estampa en sombras, separaciones, despedidas, está ya para siempre en tu corazón”.

Y la noche fue palabra, y la palabra se quedó en el alma, cantando y contando…

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